El árbol de las lágrimas de sangre - Arturo Burga Freitas

Arturo Burga Freitas

Allá, en las cabeceras del alto Pisque, río pardo, de lento correr entre playas blancas, tributario del Ucayali, yo vi una tarde, tras el recodo de una isla, el volar simétrico y elegante de una bandada de garzas rosadas. ¡Perdiéronse en el horizonte volando, volando!... 

Hubiera querido seguirlas a todo el remar de mi canoa, pero fue imposible. No habría alcanzado jamás este vuelo la paradojal velocidad de mi pequeña piragua. 

¡Maravilla de vuelo rosa: entre el violeta hondo del río y el cielo, polichinela multicolor olvidado, que regala su última moneda de oro —el sol— a la noche pensativa que se acerca, en medio de cierto vacío que da tristeza! La selva es triste al anochecer, cuando la vida, representada por sus mil y mil animales bulliciosos se aduerme, para dejar oír los cantares agoreros y nostálgicos, de aves de leyenda y de misterio. 

Aquella tarde, forzando la vista, perdido en la lejanía del horizonte, vi también un cerro enorme, verde azulado, que semejaba el lomo de una descomunal tortuga, tendida sobre los montes. A mis preguntas contestaron los indios contándome que aquello era Manshan Maná o el Cerro de la Tortuga... En el centro mismo de éste existe un árbol, y besando sus plantas un lago, de aguas inmóviles como la muerte. De las hojas y ramas del árbol están cayendo, eternamente, unas gotas blancas. Pero cuando sus frutos caen a las aguas de11ago, éste se tiñe de rojo en toda su extensión, instantáneamente: ¡de un rojo sangre! 

Los indios atribuyen el fenómeno al Yushin —demonio— que se embravece al comer estos frutos, tiñen do las aguas del lago con la sangre de sus ojos diabólicos. 

Aseguran que todo esto pasa por estar el árbol maldito, desde que en sus ramas se ahorcó Inca Nima, el sanguinario y famoso curaca Shipibo. 

Hace algunos centenares de años que Inca Nima reinó sobre una multitud de indios, en Manshan Maná. Fue este lugar el centro de su vasto curacazgo, integrado por las más diversas tribus, que antes jamás estuvieran unidas: cunivos, shipibos, setebos, cashivos y cotoahucas. 

Inca Nima era soberbio, violento, cruel. Su medio de acción normal era la violencia y la fuerza sobre cuyas bases estaba organizado todo en sus dominios: sus vasallos lo querían porque lo temían. Sus decisiones nunca eran discutidas, eran leyes inapelables. 

No tenía amores. Vivía retraído, preocupado por sus ambiciones políticas de poderío. Sólo se le conocía una gran pasión: la de ensanchar más y más sus dominios y mandar en el mayor número de pueblos. 

Era alto, de pocas carnes, pómulos salientes y labios carnosos que poco sabían del beso y la sonrisa. Sus ojos hundidos y negros, rapaces e hirientes, cortaban. Vestía una "cushma" marrón con vetas negras. De ademanes despóticos y autoritarios poco había en su persona, en verdad, que inspirara simpatía. 

Así llegó a unir indios de tendencias tan encontradas. A todo esto aunábase el poder de la leyenda, en torno a su personalidad de curaca: decíase que era descendiente directo del grande e invencible caudillo indio, cuya memoria veneran todas las tribus de estas regiones: Santos Atahualpa, que un tiempo llegara a unir íntegramente las tribus de las selvas contra el poder español del siglo XVIII. 

Pero un hecho insólito vino a turbar un día esta paz. Secretamente llegó hasta el centro de los dominios de Inca Nima la noticia de que cerca de Charash Maná —cerro del estero— aparecieran unos personajes extraños de grandes barbas blancas y cushmas raras y larguísimas, que hablaban con inmensa dulzura y bondad una lengua desconocida. La nueva fue extendiéndose con la mayor prudencia entre los jefes caracterizados de Inca Nima. Los ancianos de la tribu aseguraron no haber visto jamás hombres iguales, y deliberaron muchas noches, fumando su shimi tapones, en rueda, lejos de la mirada del curaca, sobre suceso tan singular. Y al fin, sugestionados fantásticamente por el relato de los que decían haber visto a los extranjeros, resolvieron, con inquietud incontenible, ir a convencerse por sí mismos del hecho, a espaldas de Inca Nima, con el oculto propósito de matarlos inmediatamente después. " 

Curin Cushi, del Consejo de los Ancianos de Inca Nima, se informó ocasionalmente de la noticia, y se unió a ellos. Se presentó al curaca y le pidió autorización para explorar río abajo una zona, en la que decía haber encontrado huellas de los Coto Ahucas, antiguos enemigos de Inca Nima. 

El curaca, ignorante de todo, ordenó que al día siguiente saliese una expedición de trescientos arqueros, doscientos lanceros y cien macaneros, a las órdenes de Curin Cushi. 

En una playa cercana a Charash Maná, la expedición de Curin Cushi encontró efectivamente, dos chozas de paja, en las que dos ancianos tranquilos y confiados nada sabían del mal que se acercaba. Curin Cushi ordenó que las balsas atracasen en la orilla próxima, antes de ser vistas, y embarcándose en una canoa ligera, con algunos arqueros, se deslizó cautelosamente. Los ancianos de vestimentas raras lo miraron inquietos, pero con honda mirada, de bondad y de paz. Luego, repuestos de la sorpresa, sonrieron al jefe shipibo, invitándolo a sentarse, e indicándole por señas que deseaban su amistad. La mirada agresiva de Curin Cushi se encontró con la mirada serena de los ancianos. El jefe shipibo se siente dominado, atraído por esa mirada. Toda la ira y preparación que traía siente que se le va transformando en simpatía irresistible. Lucha consigo mismo para no demostrar que su ánimo guerrero se ha desecho ante la mansedumbre de sus supuestos enemigos. 

El jefe shipibo ordenó la aproximación de sus guerreros en son de paz, los que con presteza improvisaron rústicos techos de paja alrededor de las chozas de los ancianos, encendiendo grandes fogatas para hacer la comida y protegerse. ¡La noche estaba encima! 

Los ancianos llenos de inquietud iban de un lado a otro de la playa, prodigando sonrisas de bondad, y los indios bajaban la cabeza a su paso, sin saber si sonreír también como ellos. Algo raro se apoderaba de sus almas, un sentimiento jamás experimentado. Se sentían atraídos por esas miradas. Más predispuestos a proteger que a matar a los ancianos. 

El fuego, en medio del silencio de la noche, pintó de escarlata los rostros; ya no se notaba en los indios ademanes de canibalismo. Permanecían mudos, mirando curiosamente a los hombres extraños. Sólo se oía el rumor del río, y de rato en rato el grito lánguido de algún tibis que pasaba a ras del agua, pescando. 

Entonces el más anciano de los extranjeros habló de una doctrina de amor y felicidad a los indios, quienes no entendían bien, pero la sentían, y, poco a poco íbanse acercando, acercando al predicador, sumisos, impresionados! Tal era el fuego y el calor de vida que ponía en sus palabras. 

Al finalizar la oración los guerreros estaban postrados a sus plantas en la playa, escuchándolo. Hecho extraordinario entre los mencionados indios, celosos de sus tierras, que nunca, antes de ahora, perdonaran la vida al intruso.
¿Había algo de brujo encantamiento en la influencia irresistible de estos hombres? 

Curi Cushi manda un emisario a Inca Nima pidiendo refuerzos, pretextando una supuesta campaña de sometimiento de los Coto Ahucas, pero con el oculto propósito de hacer que todos los súbditos del curaca conocieran y admiraran personalmente a los extranjeros; oyesen de sus labios la palabra de bien y unión entre los hombres, que él también ha llegado a sentir. 

Inca Nima inocentemente accedió al pedido de su jefe de máxima confianza, quedando solo con sus familiares y fieles cashivos en Manshan Maná. 

Pero un familiar del curaca se enteró de lo sucedido en forma confidencial, y le informó del secreto. 

Gran indignación se apoderó de él, entonces, con los pocos cashivos que permanecían fieles a su lado, se dirigió precipitadamente hacia Charash Maná, a donde llegó al anochecer, cuando todos dormían. 

Dio un salto a la playa y ya se dirigía con la macana en alto a la choza del más anciano de los extranjeros, decidido a matarlo, cuando sus súbditos lo descubrieron y gritaron angustiados. El curaca despreciativo se precipita dentro de la choza, iracundo, y va a asestar él golpe mortal al anciano de barbas de nube y palabras de amor, cuando ve en sus ojos tal gesto de humanidad y confiada bondad que se desconcierta. Baja la macana colérico y ordena que se lleve presos a los extranjeros a Manshan Maná. 

Llegando a su campamento, cercano al "Cerro de la Tortuga" Inca Nima hizo conducir allá los prisioneros, donde mandó arrancarles los ojos y ahorcarlos finalmente, en las ramas del árbol embrujado, que el viajero ve a lo lejos, sobre el lomo del cerro legendario, perdido entre las brumas del horizonte. 

Pasaron algunos meses. 

Inca Nima aguardó en vano el regreso de sus súbditos, dispersos por ríos y montes, desde los fatales acontecimientos narrados. Nadie volvía. Día a día fuese quedando solo con sus remordimientos, perseguido incesantemente en la imaginación por el mirar sereno y dulce de los predicadores del amor, a los que diera muerte tan cruel ... La pena de ver su imperio destruido, el más amado fruto de toda su vida, lo llevó finalmente a desear la muerte, como una liberación. 

Una mañana opaca, lluviosa, tomó una canoa y surcando el río Pisque llegó a 11anshan 11aná. Anudó a su garganta unas fuertes sogas de tamshi y subiéndose a lo alto del árbol, desde una de sus ramas, se aventó al vacío!

Ahí quedó el cuerpo del más poderoso curaca del Ucayali, abandonado, dando vueltas y balanceándose, cada vez que los gallinazos se posaban en él, para llevarle un pedazo de las carnes. 

Y ahora dicen los indios que aquel paraje está maldito..., y no hace mucho tiempo llegó hasta allí uno de sus descendientes de Inca Nima y alzó la vista hacia lo alto del árbol, para ver dónde había muerto su poderoso abuelo, quedando al momento ciego. Una de esas gotas blancas, que por toda la vida llora el árbol, había caído en sus ojos. La mala acción del abuelo alcanzaba todavía a sus descendientes. 

Desde entonces nadie ha vuelto a acercarse al "Cerro de la Tortuga". Se le mira con cierto terror supersticioso. Y el árbol permanece allí, años de años, solitario, llorando sus lágrimas de nube, sus lágrimas blancas. Alguna vez estas lágrimas son de sangre, —en la imaginación indígena— cada vez que uno de sus frutos se desprende y rueda a las aguas del lago, tiñéndolo de rojo violento ... Debido sin duda al Yushin, demonio fantasmal que duerme en sus profundidades—, aseguran impresionados los indios...

1 comentarios:

pavel dijo...

SUPER...

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