tag:blogger.com,1999:blog-75540792694494037292024-02-28T15:43:23.588-08:00HARAVICUSLiteratura preincaica, incaica y peruanaUnknownnoreply@blogger.comBlogger61125tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-40980620249341468462021-06-01T18:47:00.003-07:002021-06-01T18:47:23.157-07:00Mitos, leyendas y cuentos peruanos<div style="text-align: justify;">Amplia y cuidada recopilación de relatos tradicionales de todas las regiones del Perú. Contiene narraciones populares recogidas por maestros y alumnos de la Costa, la Sierra y la Selva del Perú, todas seleccionadas y anotadas por José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos. Este libro fue publicado por la Dirección de Educación Artística y Extensión Cultural del Ministerio de Educación Pública, el año 1947.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-wz-iZQ6YEnY/YLbigA482pI/AAAAAAAAUR4/eb7xZ4TVZ5krWZ5G7uNI4tquDF88o44FQCLcBGAsYHQ/s537/Sin%2Bt%25C3%25ADtulo.png" style="display: block; padding: 1em 0px; text-align: center;"><img alt="" border="0" data-original-height="537" data-original-width="423" height="320" src="https://1.bp.blogspot.com/-wz-iZQ6YEnY/YLbigA482pI/AAAAAAAAUR4/eb7xZ4TVZ5krWZ5G7uNI4tquDF88o44FQCLcBGAsYHQ/s320/Sin%2Bt%25C3%25ADtulo.png" /></a></div><div style="text-align: center;"><a href="file:///C:/Users/Server/Downloads/MITOS,%20LEYENDAS%20Y%20CUENTOS%20PERUANOS.pdf" target="_blank">DESCARGA AQUÍ</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-68364004037831214972012-05-27T07:56:00.000-07:002012-05-27T07:56:52.830-07:00El brujo "Chejo" - Juan Díaz del Aguila<div style="text-align: justify;"><b>Juan Díaz del Aguila </b></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Para la familia de don Isaías, establecidos en las alturas del Tapiche, no había ya aliciente ni perspectiva alguna; y los embargaba día a día la añoranza de su pueblo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Por entonces, y para colmo de males, la madre de aquella familia, fue víctima de una fuerte infección en el tobillo izquierdo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Los lavados con cocimientos de hierbas no dieron suficiente resultado. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La dolencia iba diariamente en aumento, hasta hacerse insoportable para la paciente, quien ya no podía dormir con los dolores, obligando con su estado a perenne desvelo, y ocasionando a sus familiares serias preocupaciones ante la ausencia de un facultativo y la ignorancia de la índole del mal. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Los vecinos que iban a visitar constantemente a la enferma, no cesaban de recomendar la intervención de un brujo, pues, en opinión de ellos, sólo un brujo podía curar el "daño" causado por otro, porque, sin la menor duda posible, se trataba de brujería. </div><div style="text-align: justify;">Tanto pudo la influencia de los vecinos en el ánimo de la paciente, que ésta acabó por solicitar de su esposo el consentimiento para que fueran utilizados los servicios de un renombrado brujo de las cercanías. </div><div style="text-align: justify;">Así se hizo presente en la casa, sembrando el pánico entre los muchachos, el hechicero Rosalío Pezo, quien, apenas examinó la llaga de la 'señora, afirmó ser daño causado por otro famoso hechicero de quien se relataban las más portentosas hazañas de brujería y cuyo misterioso poder corría parejo con el del diablo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Terminado el examen y formulada la inculpación, Rosalío se dirigió a don Isaías, con estas palabras: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Esta noche va a venir su "yachay" del "Chejo". Y tú vas a matarlo con tu escopeta, para que no yape daño a mama Antolina. Yo volver mañana para comenzar curación. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Dicho lo cual se fue, dejando en la casa los más favorables comentarios, especialmente de los vecinos que lo habían llevado, sobre su seguridad, su conocimiento y su poder. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¡Qué competencia se iba a establecer entre los dos brujos! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">A instancias de la señora, el jefe de casa ordenó al hijo mayor que vigilara el tambo por la parte externa y se aprestara a dar caza con su vieja escopeta, no obstante desdeñar supersticiones, al próximo visitante nocturno, el "yachay"? del "Chejo". </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Durante horas la expectación de la familia fue grande. ¿Llegaría o no llegaría el "yachay"? ¿A qué hora llegaría? ¿Cómo sería? ¿Podría ser muerto de un tiro de escopeta? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Así llegó la medianoche. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Reunidos todos en el cuarto de la enferma habían se ya casi olvidado lo de la visita del siniestro mensajero del "Chejo"; cuando de, pronto el rechinamiento de la puerta de la habitación los paralizó de terror. El hijo que hacía guardia asomaba la cabeza para avisar que había llegado el "yachay". </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Luego, entre el vértigo de espanto que los mareaba en la alta noche, alargándose en mil ecos que devolvía a la selva, estalló el disparo de la escopeta. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un instante después el padre aparecía en la habitación con el cadáver de un pequeño búho. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Esa noche ya nadie pudo conciliar el sueño. Para calmar la nerviosidad general don Isaías ocupó su hamaca y tras colocar a cada lado de sí a sus dos menores hijos, que eran los más afectados por el miedo, ejecutó hasta la madrugada los más hermosos aires en su consertina, no interrumpiéndose sino para beber el ponche de mas ato que mandó preparar y del cual, claro está, participaron todos. </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-KZFQWkOoCMQ/T8JAXBUSaKI/AAAAAAAADMU/ITNM5uEX0tg/s1600/el-brujo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="224" src="http://2.bp.blogspot.com/-KZFQWkOoCMQ/T8JAXBUSaKI/AAAAAAAADMU/ITNM5uEX0tg/s320/el-brujo.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;"> A partir del otro día, el brujo Rosalío puso en práctica el más extraño método curativo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Después de lavar con el cocimiento de diversas hierbas la llaga de la paciente, succionaba varias veces, en cada intervención, esta llaga, colocando entre ella y los labios un pedazo de tela blanca y limpia. A cada succión, seguía el espolvoreamento de la pequeña cantidad de licor, más bien proveniente del cocimiento, que el brujo había extraído de la llaga y con el que pretendía devolver por el aire el daño con todas sus consecuencias, a quien lo había originado. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Cierta mañana, terminada la octava o novena curación, se escucharon próximos a la casa, grandes retos y amenazas, contra Rosalío por alguien que llegaba. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Vivamente inmutado nuestro brujo, requirió su machete y fue, seguido del dueño de casa, al encuentro de su provocador. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Afuera, un hombre del más raro aspecto; con chata cabeza, gran nariz de papagayo, respetables orejas, alto y flaquísimo cuello, y con los ojos enteramente rojos que parecían despedir llamas, se hallaba parado en actitud retadora, teniendo fuertemente cogido por el mango un machete puro filo. Este hombre era el "Chejo" en persona, el rey de los brujos del alto Tapiche, el hechicero que podía mantenerse sumergido en el río durante muchas horas. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No bien ambos brujos quedaron frente a frente, el terrible "Chejo" se dirigió a Rosalío con estas o parecidas palabras: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Hey sabido que quieres hacerme la contra. También mian dicho que quieres hacharme culpa del daño de mama Antolina. ¡Acércate para que me conozcas! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">De pronto se escuchó un enérgico grito lanzado por don Isaías, que inmovilizó a los dos hombres en el preciso instante en que, sin mayores razones que las aducidas por el tuerto, se disponían a acometerse machete en mano. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Eh, —dijo el dueño de casa, dirigiéndose a Rosalío— ¿Quién es ese hombre? ¿Qué quiere coqtigo? ¡Apártense y sosiéguense o les cae a ambos! ¡Obedezcan y suelten los machetes! Y si no es suficiente para convencerlos este "torcido" de vaca-marina, ¡ahí está la carabina de mi hijo! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En efecto, a pocos pasos del grupo, carabina en mano, se hallaba el hijo mayor pronto a dar muestras de su enorme destreza en el tiro si acaso advertía la menor sombra de peligro para su padre: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Poco a poco se fue aplacando la cólera de ambos hombres, quienes, al cabo, acompañados del jefe de la familia se presentaron ante la enferma, en cuya presencia el brujo "Chejo" afirmó no ser él el causante del daño. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un instante después, ambos brujos, momentáneamente reconciliados, bebían el mas ato que mandó convidarles la dueña de casa. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Días más tarde de esta escena, como la dolencia de doña Antolina, tras breve alivio, cobrara mayor gravedad, se trasladó la familia nuevamente a Iquitos.</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-82690388103448109052012-05-27T07:51:00.002-07:002012-05-27T08:01:31.240-07:00El árbol de las lágrimas de sangre - Arturo Burga Freitas<div style="text-align: justify;"><b>Arturo Burga Freitas </b></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Allá, en las cabeceras del alto Pisque, río pardo, de lento correr entre playas blancas, tributario del Ucayali, yo vi una tarde, tras el recodo de una isla, el volar simétrico y elegante de una bandada de garzas rosadas. ¡Perdiéronse en el horizonte volando, volando!... </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Hubiera querido seguirlas a todo el remar de mi canoa, pero fue imposible. No habría alcanzado jamás este vuelo la paradojal velocidad de mi pequeña piragua. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¡Maravilla de vuelo rosa: entre el violeta hondo del río y el cielo, polichinela multicolor olvidado, que regala su última moneda de oro —el sol— a la noche pensativa que se acerca, en medio de cierto vacío que da tristeza! La selva es triste al anochecer, cuando la vida, representada por sus mil y mil animales bulliciosos se aduerme, para dejar oír los cantares agoreros y nostálgicos, de aves de leyenda y de misterio. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Aquella tarde, forzando la vista, perdido en la lejanía del horizonte, vi también un cerro enorme, verde azulado, que semejaba el lomo de una descomunal tortuga, tendida sobre los montes. A mis preguntas contestaron los indios contándome que aquello era Manshan Maná o el Cerro de la Tortuga... En el centro mismo de éste existe un árbol, y besando sus plantas un lago, de aguas inmóviles como la muerte. De las hojas y ramas del árbol están cayendo, eternamente, unas gotas blancas. Pero cuando sus frutos caen a las aguas de11ago, éste se tiñe de rojo en toda su extensión, instantáneamente: ¡de un rojo sangre! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Los indios atribuyen el fenómeno al Yushin —demonio— que se embravece al comer estos frutos, tiñen do las aguas del lago con la sangre de sus ojos diabólicos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Aseguran que todo esto pasa por estar el árbol maldito, desde que en sus ramas se ahorcó Inca Nima, el sanguinario y famoso curaca Shipibo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Hace algunos centenares de años que Inca Nima reinó sobre una multitud de indios, en Manshan Maná. Fue este lugar el centro de su vasto curacazgo, integrado por las más diversas tribus, que antes jamás estuvieran unidas: cunivos, shipibos, setebos, cashivos y cotoahucas. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Inca Nima era soberbio, violento, cruel. Su medio de acción normal era la violencia y la fuerza sobre cuyas bases estaba organizado todo en sus dominios: sus vasallos lo querían porque lo temían. Sus decisiones nunca eran discutidas, eran leyes inapelables. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No tenía amores. Vivía retraído, preocupado por sus ambiciones políticas de poderío. Sólo se le conocía una gran pasión: la de ensanchar más y más sus dominios y mandar en el mayor número de pueblos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Era alto, de pocas carnes, pómulos salientes y labios carnosos que poco sabían del beso y la sonrisa. Sus ojos hundidos y negros, rapaces e hirientes, cortaban. Vestía una "cushma" marrón con vetas negras. De ademanes despóticos y autoritarios poco había en su persona, en verdad, que inspirara simpatía. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Así llegó a unir indios de tendencias tan encontradas. A todo esto aunábase el poder de la leyenda, en torno a su personalidad de curaca: decíase que era descendiente directo del grande e invencible caudillo indio, cuya memoria veneran todas las tribus de estas regiones: Santos Atahualpa, que un tiempo llegara a unir íntegramente las tribus de las selvas contra el poder español del siglo XVIII. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pero un hecho insólito vino a turbar un día esta paz. Secretamente llegó hasta el centro de los dominios de Inca Nima la noticia de que cerca de Charash Maná —cerro del estero— aparecieran unos personajes extraños de grandes barbas blancas y cushmas raras y larguísimas, que hablaban con inmensa dulzura y bondad una lengua desconocida. La nueva fue extendiéndose con la mayor prudencia entre los jefes caracterizados de Inca Nima. Los ancianos de la tribu aseguraron no haber visto jamás hombres iguales, y deliberaron muchas noches, fumando su shimi tapones, en rueda, lejos de la mirada del curaca, sobre suceso tan singular. Y al fin, sugestionados fantásticamente por el relato de los que decían haber visto a los extranjeros, resolvieron, con inquietud incontenible, ir a convencerse por sí mismos del hecho, a espaldas de Inca Nima, con el oculto propósito de matarlos inmediatamente después. " </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Curin Cushi, del Consejo de los Ancianos de Inca Nima, se informó ocasionalmente de la noticia, y se unió a ellos. Se presentó al curaca y le pidió autorización para explorar río abajo una zona, en la que decía haber encontrado huellas de los Coto Ahucas, antiguos enemigos de Inca Nima. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-Kptmeomq2V4/T8I_O4YXyuI/AAAAAAAADMM/uRQs0jj8ynQ/s1600/ancianos.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="249" src="http://1.bp.blogspot.com/-Kptmeomq2V4/T8I_O4YXyuI/AAAAAAAADMM/uRQs0jj8ynQ/s320/ancianos.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;">El curaca, ignorante de todo, ordenó que al día siguiente saliese una expedición de trescientos arqueros, doscientos lanceros y cien macaneros, a las órdenes de Curin Cushi. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En una playa cercana a Charash Maná, la expedición de Curin Cushi encontró efectivamente, dos chozas de paja, en las que dos ancianos tranquilos y confiados nada sabían del mal que se acercaba. Curin Cushi ordenó que las balsas atracasen en la orilla próxima, antes de ser vistas, y embarcándose en una canoa ligera, con algunos arqueros, se deslizó cautelosamente. Los ancianos de vestimentas raras lo miraron inquietos, pero con honda mirada, de bondad y de paz. Luego, repuestos de la sorpresa, sonrieron al jefe shipibo, invitándolo a sentarse, e indicándole por señas que deseaban su amistad. La mirada agresiva de Curin Cushi se encontró con la mirada serena de los ancianos. El jefe shipibo se siente dominado, atraído por esa mirada. Toda la ira y preparación que traía siente que se le va transformando en simpatía irresistible. Lucha consigo mismo para no demostrar que su ánimo guerrero se ha desecho ante la mansedumbre de sus supuestos enemigos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El jefe shipibo ordenó la aproximación de sus guerreros en son de paz, los que con presteza improvisaron rústicos techos de paja alrededor de las chozas de los ancianos, encendiendo grandes fogatas para hacer la comida y protegerse. ¡La noche estaba encima! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Los ancianos llenos de inquietud iban de un lado a otro de la playa, prodigando sonrisas de bondad, y los indios bajaban la cabeza a su paso, sin saber si sonreír también como ellos. Algo raro se apoderaba de sus almas, un sentimiento jamás experimentado. Se sentían atraídos por esas miradas. Más predispuestos a proteger que a matar a los ancianos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El fuego, en medio del silencio de la noche, pintó de escarlata los rostros; ya no se notaba en los indios ademanes de canibalismo. Permanecían mudos, mirando curiosamente a los hombres extraños. Sólo se oía el rumor del río, y de rato en rato el grito lánguido de algún tibis que pasaba a ras del agua, pescando. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Entonces el más anciano de los extranjeros habló de una doctrina de amor y felicidad a los indios, quienes no entendían bien, pero la sentían, y, poco a poco íbanse acercando, acercando al predicador, sumisos, impresionados! Tal era el fuego y el calor de vida que ponía en sus palabras. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Al finalizar la oración los guerreros estaban postrados a sus plantas en la playa, escuchándolo. Hecho extraordinario entre los mencionados indios, celosos de sus tierras, que nunca, antes de ahora, perdonaran la vida al intruso. </div><div style="text-align: justify;">¿Había algo de brujo encantamiento en la influencia irresistible de estos hombres? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Curi Cushi manda un emisario a Inca Nima pidiendo refuerzos, pretextando una supuesta campaña de sometimiento de los Coto Ahucas, pero con el oculto propósito de hacer que todos los súbditos del curaca conocieran y admiraran personalmente a los extranjeros; oyesen de sus labios la palabra de bien y unión entre los hombres, que él también ha llegado a sentir. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Inca Nima inocentemente accedió al pedido de su jefe de máxima confianza, quedando solo con sus familiares y fieles cashivos en Manshan Maná. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pero un familiar del curaca se enteró de lo sucedido en forma confidencial, y le informó del secreto. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Gran indignación se apoderó de él, entonces, con los pocos cashivos que permanecían fieles a su lado, se dirigió precipitadamente hacia Charash Maná, a donde llegó al anochecer, cuando todos dormían. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Dio un salto a la playa y ya se dirigía con la macana en alto a la choza del más anciano de los extranjeros, decidido a matarlo, cuando sus súbditos lo descubrieron y gritaron angustiados. El curaca despreciativo se precipita dentro de la choza, iracundo, y va a asestar él golpe mortal al anciano de barbas de nube y palabras de amor, cuando ve en sus ojos tal gesto de humanidad y confiada bondad que se desconcierta. Baja la macana colérico y ordena que se lleve presos a los extranjeros a Manshan Maná. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Llegando a su campamento, cercano al "Cerro de la Tortuga" Inca Nima hizo conducir allá los prisioneros, donde mandó arrancarles los ojos y ahorcarlos finalmente, en las ramas del árbol embrujado, que el viajero ve a lo lejos, sobre el lomo del cerro legendario, perdido entre las brumas del horizonte. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pasaron algunos meses. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-80656hwOhHs/T8I-ytzQJeI/AAAAAAAADME/M1Tn--O2k9U/s1600/ahorcado.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="320" src="http://4.bp.blogspot.com/-80656hwOhHs/T8I-ytzQJeI/AAAAAAAADME/M1Tn--O2k9U/s320/ahorcado.jpg" width="149" /></a>Inca Nima aguardó en vano el regreso de sus súbditos, dispersos por ríos y montes, desde los fatales acontecimientos narrados. Nadie volvía. Día a día fuese quedando solo con sus remordimientos, perseguido incesantemente en la imaginación por el mirar sereno y dulce de los predicadores del amor, a los que diera muerte tan cruel ... La pena de ver su imperio destruido, el más amado fruto de toda su vida, lo llevó finalmente a desear la muerte, como una liberación. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Una mañana opaca, lluviosa, tomó una canoa y surcando el río Pisque llegó a 11anshan 11aná. Anudó a su garganta unas fuertes sogas de tamshi y subiéndose a lo alto del árbol, desde una de sus ramas, se aventó al vacío! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ahí quedó el cuerpo del más poderoso curaca del Ucayali, abandonado, dando vueltas y balanceándose, cada vez que los gallinazos se posaban en él, para llevarle un pedazo de las carnes. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y ahora dicen los indios que aquel paraje está maldito..., y no hace mucho tiempo llegó hasta allí uno de sus descendientes de Inca Nima y alzó la vista hacia lo alto del árbol, para ver dónde había muerto su poderoso abuelo, quedando al momento ciego. Una de esas gotas blancas, que por toda la vida llora el árbol, había caído en sus ojos. La mala acción del abuelo alcanzaba todavía a sus descendientes. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desde entonces nadie ha vuelto a acercarse al "Cerro de la Tortuga". Se le mira con cierto terror supersticioso. Y el árbol permanece allí, años de años, solitario, llorando sus lágrimas de nube, sus lágrimas blancas. Alguna vez estas lágrimas son de sangre, —en la imaginación indígena— cada vez que uno de sus frutos se desprende y rueda a las aguas del lago, tiñéndolo de rojo violento ... Debido sin duda al Yushin, demonio fantasmal que duerme en sus profundidades—, aseguran impresionados los indios... </div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-58232267706082368102012-05-20T08:32:00.000-07:002012-05-20T08:32:55.771-07:00El animal sobre sus patas traseras (Arturo D. Hernández)<div style="text-align: justify;">Era de los roedores de la hoya amazónica más conocido con el nombre de paca. De carne reputada como la más fina y sabrosa, habitaba picura un sector de la selva que solía recorrer cuando ya el sol se había puesto, y el rocío empapaba las altas copas de los árboles, de donde caía en gruesas gotas haciendo impactos sonoros en las anchas hojas de las musáceas. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En cuanto cerró la noche la nocturna picura sacó cautelosamente su hermosa y redonda cabeza por el agujero que servía de salida a su madriguera y, como de costumbre, posó su vista en el árbol grueso distante una treintena de metros, desde cuyas aletas partía su camino. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Hasta luego, compadre —dijo quedamente volviendo apenas su cabeza hacia el interior de la madriguera. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desde el fondo brotó largo bostezo como de alguien que tratara de despertarse y no podía hacerlo del todo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Espero tu regreso, comadre, —se escuchó una voz gruesa y ronca, velada por la modorra. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Satisfecha picura dirigió sus pasos hacia el árbol corpulento, y muy pronto encontró su camino, angosto surco abierto en la muelle alfombra de hojarasca. Era un caminillo muy estrecho, de lecho arenoso que serpenteaba por el matorral. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Al salir de la madriguera se encontró en el mundo de los que ven de noche, el mundo de los nictálopes que deambulan en busca del sustento por entre los seres que duermen. Siguió su camino lentamente, limpiando con sus patitas delanteras, que apenas salían por debajo de su rollizo cuerpo, las hojas y ramitas muertas que habían caído en el día. Picura no toleraba absolutamente nada sobre la fina superficie que constituía el lecho de su camino. Así bien limpio lo conservaba desde que lo heredara su padre, un viejo picuro que cayó bajo la zarpa del tigre cuando por los años ya no podía percibir por el olfato o por el movimiento de las hojas, la aproximación cautelosa del enemigo en acecho. Fue un tigre hambriento que, al descubrir la guarida, esperó pacientemente la salida nocturna del viejo picuro. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Todos en la selva sabían que picura tenía una memoria muy frágil y carecía del sentido de orientación. Era incapaz de atravesar un pequeño sector de selva saliéndose de su camino. Y si las corrientes sutiles de aire que cruzan la selva le llevaban el olor peculiar de alguna planta productora de tubérculos, se dirigía allá guiada por su poderoso olfato, pero abriendo un camino que después le permitiría regresar y volver una y otra vez sin extraviarse. Los animales de la selva conocían el camino de picura. Al atravesarlo velozmente, no podían evitar cierto escalofriante estremecimiento. Jamás ninguno de los que viven a ras del suelo se atrevió a recorrerlo, pues no ignoraban que era utilizado también por el terror de la selva. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un ave nocturna emitió un grito de advertencia agitando las alas. Entonces las demás aves que dormitaban supieron que la comadre de la serpiente monstruosa había sido vista en su paseo nocturno. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Una danta que bebía en el arroyo próximo después del primer sueño, levantó la cabeza y escuchó atentamente pensando que era una verdadera lástima que picura, siendo uno de los seres más atrayentes e inofensivos de la selva, tuviera un compañero tan malo que los buenos y juiciosos animales terminaron por apartarse de ella con supersticioso terror. </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-qmercUpO8gY/T7kNhZ0oq7I/AAAAAAAADDs/FPZ7l4ykyIw/s1600/escanear0014.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="230" src="http://1.bp.blogspot.com/-qmercUpO8gY/T7kNhZ0oq7I/AAAAAAAADDs/FPZ7l4ykyIw/s320/escanear0014.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Picura atravesó un largo trecho de monte y, al llegar a una bifurcación de su camino, tomó el que conducía a los terrenos donde abundaba el huicungo, palmera espinosa de frutos muy duros que al caer al suelo y empezar su germinación se volvían suaves y dulces. Además, por esas inmediaciones había abundantes setas. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En cuanto hubo llegado al manchal de huicungos, picura dejó momentáneamente su camino y se dedicó a cenar desenterrando su manjar favorito con sus ágiles patas. Luego satisfecha, buscó su camino dispuesta a regresar. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ese momento era para picura muy mortificante. Haciendo todas las noches el mismo recorrido, debía conocer palmo a palmo el terreno. Sin embargo, siempre se creía extraviada, allí en cualquier parte donde no estaba su camino. En tales circunstancias suele detenerse, mira inquieta en todas direcciones, camina un trecho, vuelve a detenerse, retrocede, se alarga y encoge hasta convertirse en una bola de músculos palpitantes, se rasca indecisa con cualquiera de las patas en cualquier parte de su nervioso cuerpo; toma otra dirección, marcha un trecho, y al fin da con la vía mate que constituye su camino, mueve entonces contenta la nariz en rápidas pulsaciones, estira su cuerpo y emprende el regreso. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En la oportunidad que nos ocupa, al llegar a la bifurcación de su camino, tomó el que conducía hacia la quebrada de aguas ambarinas, descendió el reborde y se puso a beber en la orilla. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Prodújose al instante un confuso murmullo entre los habitantes de la selva que se encontraban bebiendo a esa hora. Los más próximos se apartaron disimuladamente, y el ruido que producía esa confraternidad selvática se convirtió en tensa quietud. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un martín pescador, que alocadamente levantó el vuelo después de herir con su pico la superficie bruñida de las aguas, descendió nuevamente para atrapar un pez que cortaba la corriente, y siguió su vuelo con el propósito de posarse en algo que tenía la apariencia de un pedazo de tronco, cuando descubrió a tiempo que se trataba del lomo lustroso de picura. Lo pasó casi rozando y fue a detener5t sobre una rama alta emitiendo gritos estridentes con las plumas erizadas del susto. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Por poco me paro sobre la amante de chushupe! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Martín pescador era conocido como un chismoso, que gustaba exagerar y difundir las versiones que circulaban. Aquel día convirtió a la bondadosa comadre en amante del repulsivo reptil. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Picura nunca miraba hacia arriba, sino cuando cierto vientecillo recalentado le indicaba la proximidad de la lluvia. Por ser nocturna conocía al búho cuyos ojos le miraban como dos puntos luminosos en la obscuridad. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Recorrió aquella vez su camino de regreso sin apartarse, como siempre, ni una pulgada. Había efectuado su excursión nocturna, esa excursión que realizaba todas las noches a la misma hora, con excepción de aquéllas en que las grandes tempestades la obligaban a permanecer acurrucada en su madriguera. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Descubrió su hueco disimulado con porciones de hojarasca, en el fondo del cual reposaba la serpiente más temible de la selva, el chushupe, que estaba ya esperando su llegada. Sobre sus blandos anillos, resecos y escamosos, dormían los tres picurillos a quienes picura despertó con el hocico. Los tres descendieron a mamar en tanto que los anillos se desenvolvían perezosos. Del ángulo más avanzado de esa cabeza en forma de diamante se dirigió, por otro conducto más estrecho, rumbo a la superficie donde moraban los seres indefensos que dormían. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Silencioso, ondulado y reptante avanzó orientándose hacia la distante charca de la que venía el bullicioso croar de las ranas. El bosque, lleno de ruidos indefinibles, enmudeció, escuchándose, de rato en rato y distintamente, las voces estridentes de una que otra ave nocturna al despertarse sobresaltada por ese instinto que advierte a los habitantes de la selva la proximidad del peligro. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Al pasar bajo unos arbustos irguió la cabeza tratando de des-cubrir nidos ocultos en el tupido ramaje. Exhaló su grito paralizante parecido al del pavo cuando se irrita, y empezó ágil a reptar subiéndose a un árbol de poca altura. No tardó en romper el silencio reinante el grito de agonía de una avecilla atrapada y engullida con sus pichoncitos implumes. Las madres amorosas, al despertarse en los otros nidos, extendieron sus alas para cubrir protectoras a sus polluelos. Los gritos paralizantes del reptil y los de agonía de las aves atrapadas se repitieron varias veces esa noche, en una atmósfera de pavura. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Después de saciar su apetito y con el vientre abultado, chushupe se dedicó a lanzar sus gritos espantosos a lo largo de la extensión de selva que tenía por sus dominios. Al oír esos gritos el tigre ágil y elástico, volvía la cabeza con disgusto y se alejaba. Allá, más lejos, la cervata sin cornamenta entreabría temerosa sus redondas pupilas, se estrechaba a su cervatillo, y hacía el propósito de alejarse un poco más de esas vecindades donde reinaba el gran peligro. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-VzCwQuPAjLk/T7kNsNZLOCI/AAAAAAAADD4/wpNG5Pc6_dc/s1600/escanear0015.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="248" src="http://3.bp.blogspot.com/-VzCwQuPAjLk/T7kNsNZLOCI/AAAAAAAADD4/wpNG5Pc6_dc/s320/escanear0015.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Aquella noche chushupe, excitado con su cacería y sus prepotentes gritos, demoró más de lo acostumbrado al regreso. Sintió de pronto que sus párpados se le ponían pesados y un sueño invencible se apoderó de él. Su avance fue haciéndose cada vez más lento, muy lento. Trató de seguir impulsado por un fuerte deseo de llegar hasta la madriguera donde le esperaba su comadre, pero un sopor paralizante lo detuvo completamente, se enroscó quedándose profundamente dormido en el preciso momento en que penetraban en la selva los azulados rayos del crepúsculo matinal. El gran drama diurno de la selva comenzó a desenvolverse mientras chushupe dormía al aire libre sin que nada fuera capaz de despertarlo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La selva se pobló rápidamente de animales ágiles que correteaban retozones, absteniéndose de acercarse al punto en que habían escuchado el último grito nocturno del gran peligro. Todos sabían que eso significaba la muerte aunque ese ser horrible estuviese dormido, pues las manchas de distintos matices del ocre que cubrían su cuerpo monstruoso estaban dispuestas en tal forma que paralizaba de terror a los seres que lo miraban. Por eso las avecillas, al enseñar a sus polluelos a volar, les prevenían no incursionar en los alrededores donde habitaba el monstruoso reptil. Les instruían pacientemente en el arte de cerrar los ojos y emprender a ciegas el vuelo hacia arriba en cuanto notaran su presencia, y a meter la cabeza bajó el ala antes que pudiera hacer sus efectos el grito paralizante. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El gran peligro era invencible e inmortal para todos los habitantes de la selva. Nadie sabía a punto fijo cuándo llegó a ese lugar, ni podían imaginarse de dónde vino. Recordaban sí con precisión el tiempo en que se convirtió en huésped de picura, causando desde entonces las desgracias que afectaban a esta comunidad de animales, un tiempo feliz. En ese ambiente de inquietud y de terror llegó en su auxilio lo que menos esperaban. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Fue el tucán quien los vio primero. Volando tras de su desmedido pico a través de los pasos que le eran conocidos entre la tupida fronda, evitando con ágiles aladas y cambios bruscos de dirección y de altura las marañas de millones de garras y brazos, vio que salían unos seres extraños del fondo de algo humeante que flotaba en el río. Aquellos seres se internaron en la maleza de la orilla andando sobre sus extremidades inferiores. El ave picuda detuvo su vuelo y se puso a observar lo que hacían. Poco a poco fue desapareciendo la maleza y una densa humareda se elevó en espirales y se diluyó en el horizonte. Tucán se apresuró a dar la noticia. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Son unos monos extraños que vinieron por el río, monos grandes que saben hacer humo y que mudan de piel cuando quieren. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Chushupe, que en ese momento se despertaba con las primeras sombras que siguen al crepúsculo vespertino, escuchó lo que decía el tucán y en su cabeza propensa a frecuentes accesos de ira, empezaron a tomar forma los recuerdos: </div><div style="text-align: justify;">—Tal vez sea de la familia de una especie de monos grandes que conocí —se dijo—. Sabía convertir la madera seca en humo y en flores rojas. Siguió sin darse cuenta el camino que formó al ir repetidas veces a tomar agua en la laguna, y tropezó conmigo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Yo estaba advertido de su aproximación porque la tierra me trasmitía el ruido de sus pisadas. Fue la carne más sabrosa que probé en mi vida. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Levantó la cabeza para orientarse. Vio a cierta distancia el ca-mino de su comadre y sabiéndose cerca de la madriguera, se dirigió directamente hacia ella, muy lentamente, embebido por los recuerdos que acudieron a su cabeza en forma de bocados muy jugosos de mono grande. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Ahora sé que andan cerca —iba diciéndose—. Estaré pendiente de la palabra del tucán para poder dar con ellos... </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Los animales nocturnos se alborotaron y, llenos de curiosidad, se acercaron al lugar del bosque donde la maleza había sido des-brozada, y sólo vieron unos cuerpos blancos de forma cúbica bajo un enramado cubierto de hojas de palmera, en cuyo interior parecía que se resguardaban aquellos seres, en la misma forma que los caracoles o las tortugas dentro de caparazones o conchas. Fue-ron sin embargo los animales diurnos quienes trataron de investigar la verdad al vedo s, dos grandes y un pequeño, que se movían en distintas direcciones seguidos de dos hermosos animales que ladraban. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No son monos —informó el tucán—. No tienen pelambre, no viven en los ramajes comiendo frutos, no tienen cola... </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El zancudo dijo: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Su piel es muy suave y su sangre caliente y dulce. No deben tener fuerzas. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Terció el tigre: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Carecen de colmillos y de garras. Serán fáciles presas para mí. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La serpiente agregó: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Carecen de veneno; deben ser inofensivos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El ratón silvestre intervino a su vez: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Son cobardes. En cuanto me vio uno de ellos empezó a gritar temblando. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No saben subir a los árboles —chilló la ardilla. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No saben nadar —agregó el pato. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No saben volar —dijeron a coro las aves. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No saben correr —exclamaron los que andaban en cuatro patas. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No saben arrastrarse —silbaron los reptiles. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desde que la selva era selva nadie había visto seres semejantes, salvo los de cuerpos desnudos que vivían muy lejos lanzando flechas para atacar, a quienes el viejo otorongo solía acechar pacientemente y atacarlos cuando desprevenidos no podían utilizar sus mortíferas flechas. Para distinguir de algún modo a los extraños visitantes, convinieron en llamarlos "animales sobre sus patas traseras". </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Cuando el huancahui, el temible pájaro agorero, observó que el otorongo acechaba al que solía internarse en la espesura, entonó "la canción de la muerte" para aquel bípedo indefenso que no tardaría en ser devorado por el más grande y feroz de los tigres. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pero no fue al tigre devorando al animal sobre sus patas traseras lo que vio cierto día, sino a éste despojando al felino muerto de su pintada piel. Sin embargo, no dejó de cantar su fatídica canción porque escuchó la misma noche los espantosos gritos que solía emitir chushupe cuando enojado hacía estremecer de espanto a los hijos de la Selva. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Chushupe estaba, en efecto, ciego de ira porque su comadre, la picura, no había vuelto de su ronda nocturna. En vano la había esperado en la madriguera cuidando los picurillos que chillaban de hambre, mientras el sol alumbraba la selva llenándola de luces y de sombras flotantes. Supo al fin lo ocurrido cuando antes de que cerrara el día se despertó, y, sacando la cabeza del agujero que servía de salida a la madriguera, dio un vistazo al mundo de los animales diurnos que se disponían a recogerse. La cotorra locuaz, comedora de bellotas, pregonaba el acontecimiento: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—El animal sobre sus patas traseras hizo una trampa con el palo que atruena, en el camino de picura. ¿No han escuchado una detonación que a media noche despertó a todos los que duermen cuando cubre la oscuridad? Pues fue la trampa que victimó a picura. Al llegar la luz el animal sobre sus patas traseras recogió su palo atronante y se llevó el cuerpo de picura. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Chushupe se dispuso a vengar a su comadre eliminando al ser que se atrevía a desafiar sus iras. ¿Que el otorongo, el más grande y fuerte de los tigres había sido muerto por el intruso? Bien, ahora iba a ser el animal sobre sus patas traseras el que iba a morir destrozado. Volvió a su recuerdo aquel ser de piel desnuda que pretendió huir de él sin 10grarIo. Llevaba plumas sobre la cabeza, su piel era suave, su carne delicada. Sonrió triunfalmente y avanzó hacia el lugar adonde suponía encontrar a su enemigo, pero éste ya había rozado una extensión de terreno en cuyo centro se levantaba una casa. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">A chushupe le disgustaba atravesar sitios descubiertos donde todos pudieran verlo y apreciar su forma y su tamaño. Como todos los seres que se escudan en el terror, permanecía por instinto en esa sombra difusa que crea la leyenda y exagera la realidad. Por eso se ocultaba en las grietas profundas de las peñas, en la maleza tupida o en el interior hueco de los troncos carcomidos, si es que no había encontrado una buena comadre, la más delicada y gorda de los roedores de la selva, que quisiera tenerle como huésped permanente en su profunda madriguera, y transmitirle el contacto de su tibio cuerpo. Allí, en el linde del bosque y a la vista de la casa, asumió su cuerpo la espiral de ataque y lanzó su paralizante grito de desafío que fue respondido por los ladridos de esos otros habitantes de la casa. Como no conocía al perro, chushupe supuso que eran las voces de terror que lanzaba su enemigo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En vista de que nada pasaba, desenroscó chushupe su cuerpo y dando gritos, a cual más horrendo, circuló el cani.po abierto donde se levantaba la casa alumbrada por un algo que parecía una estrella... </div><div style="text-align: justify;">Los perros ladraban y ladraban... </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Al otro día el animal sobre sus patas traseras, penetró en la selva seguido de uno de sus perros, al cual mantenía sujeto por fina cadena. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Por aquí debe estar —monologaba—. Por este lado escuché su último grito de la noche... </div><div style="text-align: justify;">Y los buenos habitantes de la selva sabían también que efectivamente por allí estaba chushupe durmiendo, oculto en alguna parte obscura. Los que sabían cabalmente el sitio, eran los seres nocturnos, pero éstos ya estaban dormidos a esa hora. El pájaro agorero que parecía desconocer el sueño, intensificó su lúgubre canto. Todos vieron que el animal sobre sus patas traseras pasó junto al enorme tronco hueco caído desde que, cien años atrás, la vejez debilitó sus raíces y no pudo resistir los embates del huracán; viéronle mirar en el interior oscuro a través de la enorme boca que se abría como un bostezo monstruoso y, como no distinguiera nada, prosiguió su camino de inspección sin reparar en los gruñidos del perro que se movía nervioso con el lomo erizado. Los árboles muertos tienen la particularidad, cuando son gruesos, de pudrírseles el corazón dejando la periferia resistente que forma una cavidad interior donde se guarecen y moran los seres peligrosos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El animal sobre sus patas traseras examinaba con detenimiento cada macizo de maleza, la maraña tupida que se extendía en las copas de los árboles descendiendo hasta el suelo en algunos sitios, la conformación de la hojarasca con que estaba cubierto el suelo y podía ocultar la entrada de una madriguera. El perro daba muestras de creciente nerviosidad y con tirones trataba de desprenderse de la cadena que le mantenía sujeto. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Quieto, Sultán! —decíale su conductor procurando calmarlo—. Te destrozaría al instante si lo encuentras. No es caza mayor. Calma, Sultán, calma... </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El animal sobre sus patas traseras seguía avanzando cauteloso, y su mirada abarcaba con fijeza toda la extensión que permitía el terreno. A medida que pasaba el tiempo sin descubrir nada, se le ahondaban con la tensión las arrugas de su frente. El pájaro agorero apresuró el ritmo de su canto, y el animal sobre sus patas traseras miraba con profundo disgusto el alto ramaje en que estaba posado. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">De pronto ocurrió algo imprevisto. Uno de los eslabones de la cadena cedió dejando libre al perro, el cual emprendió veloz carrera con dirección al trecho que habían dejado atrás. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Sultán, detente! ¡no es caza mayor! ¡te destrozará! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Mas el perro ya había desaparecido de la vista del animal sobre sus patas traseras, el cual comprendió de inmediato lo que significaba esa carrera de retroceso de su perro, y un estremecimiento involuntario recorrió su cuerpo al pensar lo cerca que podía haber estado del gran peligro, tal vez al alcance de su atacante. Abandonando toda precaución siguió veloz al perro. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un grito agudo atravesó en ese momento el espacio. Un grito indescriptible que parecía salir de un túnel o de una tumba. Fue un grito de agonía seguido del escarapelante grito de victoria del chushupe. El pájaro agorero pensó que, como no podía ser de otro modo, su canto fúnebre estaba dedicado al inofensivo animal sobre sus patas traseras, que había sido atrapado por chushupe. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Guiado por los gritos de agonía cada vez más ahogados que daba el perro, el animal sobre sus patas traseras llegó al boquerón obscuro de cuyo interior partía un confuso rumor como de huesos al triturarse, y se detuvo desesperado por la imposibilidad de acudir en auxilio de su fiel compañero. Disparar al azar contra es~ interior, sumido en la obscuridad, era buscar una muerte cierta. El monstruoso reptil atacaría al instante y no habría escape para él, pues si bien los que van sobre sus cuatro patas son más veloces que los que se arrastran, éstos eran necesariamente mucho más rápidos que los bípedos, los cuales ni siquiera podían subirse con rapidez a los árboles y saltar de rama en rama. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Súbitamente el animal sobre sus patas traseras se calmó y algo que tenía en el interior de su redonda cabeza comenzó a funcionar. Sacó el machete de la vaina que llevaba sujeta al cinturón y, ágil, cortó apresuradamente fuertes tallos cuyos extremos agudizaba a manera de estacas. Con ellos cercó sólidamente la salida del tronco. En cuanto hubo terminado su pesada labor sin que se diera cuenta chushupe, ocupado como estaba en su festín, se encontró en condiciones de disparar por entre las rendijas que dejaban las estacas entre sí. Así lo hizo. Un grito espantoso salió del interior hueco, y una gruesa forma ondulante avanzó hacia la salida y se detuvo ante el cerco de estacas que resistió a sus esfuerzos para abrirse paso. Allá, al otro lado de la salida, pudo ver a ese ser que los habitantes de la selva daban en llamar el animal sobre sus patas traseras. Allí estaba inmóvil examinándolo. Cuál equivocado estaba al lanzar su grito de victoria suponiendo que lo había atrapado. No tenía aspecto amenazador, no daba gritos, ni ladraba, ni emitía rugidos que espantaban. Parecía inofensivo, pero había improvisado ese fuerte cerco de estacas que lo mantenían prisionero e impotente para atacar ¡a él que era el ser más temible y fuerte de los bosques! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Aquel día los habitantes de la selva escucharon los gritos más horrorosos, y se dieron cuenta de cómo esos gritos, al principio amenazantes y espantosos, se trocaron sucesivamente en los de la impotencia; la desesperación y la agonía. El animal sobre sus patas traseras lo mató haciendo funcionar varias veces el palo atronante que llevaba, pero no pudo recobrar su perro porque el reptil monstruoso ya lo había devorado. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Los habitantes de la selva sintieron algo como el renacer de una nueva vida. Desde entonces pudieron dormir confiados, pues ya nadie profanaría sus nidos, ni rebuscaría en sus aletas protectoras, ni penetraría en sus madrigueras, ni incursionaría en sus charcas donde moraban los batracios bulliciosos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pasaron los años. Alrededor de la casa del animal sobre sus patas traseras florecieron rosales. En el aire tibio, saturado de perfumes, revoloteaban libélulas ambarinas y mariposas multicolores. Pacían bestias de aguda cornamenta en el verde prado, y correteaban otros batiendo en el viento sus ágiles crines. En el </div><div style="text-align: justify;">patio retozaban los cachorros, hijos del perro victimado, y los pajarillas colgaron sus nidos de los ramajes cargados de frutos, desde los cuales obsequiaban sus más dulces trinos al erguido vencedor del reptil monstruoso que horrorizaba la selva. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Por aquel entonces cruzaron el espacio, en formaciones simétricas, las aves peregrinas que atravesaban mares y continentes en pos de los veranos. Llegaron desde otras partes muy remotas del mundo huyendo del invierno tenebroso que había cubierto las marismas y marjales que los sustentaban. Se detuvieron sobre los lechos de las lagunas y de los riachuelos abundantes en peces y en caracoles. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ellas sabían muchas cosas porque mucho vieron en sus viajes interminables. Al divisar a los seres que habitaban la casa rodeada de Jardines, huertos y pastos, lanzaron gritos de alegría como si pretendieran saludarlos. Los habitantes de la selva acudieron presurosos a preguntarles si conocían al animal sobre sus patas traseras que ellos amaban porque los había libertado del gran terror de la selva, no les hacía daño alguno y vivía rodeado de frutos Y flores. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí, lo conocemos —contestaron ellas—. Es uno de los seres más poderosos de la tierra; ellos construyen monstruos rugientes con los cuales se arrastran más veloces que las serpientes, vuelan más alto que las aves y las nubes, nadan más veloces y se Sumergen más hondo que los peces. Cuando uno de estos seres vive rodeado de las cosas bellas de la Creación es digno de amarse. Se llama El Hombre.</div>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-59134415543877821762012-04-07T15:41:00.001-07:002012-04-07T15:41:55.166-07:00Panki y el guerrero<div align="center">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-f70_0c80yys/T4DAcH7_SwI/AAAAAAAACl4/AdbYCLlbPTo/s1600/panki.bmp" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-f70_0c80yys/T4DAcH7_SwI/AAAAAAAACl4/AdbYCLlbPTo/s1600/panki.bmp" /></a></div>
<br />
Se trata de un cuento de la selva, escrito por el gran Ciro Alegría. En él se relata la historia de un pueblo aguaruna y su lucha contra la feroz anaconda de nombre Panki. Será el guerrero Yacuma quien osará enfrentarse a la feroz bestia.<br />
<br />
<span style="background-color: white; color: #333333; font-family: Arial, Verdana; font-size: 14px; line-height: 20px;">PDF | Spanish | Cuento | Ciro Alegría</span><br />
<br />
<a href="http://www.4shared.com/office/JJsfZM-y/Panki_el_Guerrero.html" target="_blank"><img alt="panki y el guerrero" src="http://img202.imageshack.us/img202/6506/download0cqoj0.gif" title="panki y el guerrero" /></a>
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-30262605660260639222012-02-18T17:01:00.001-08:002012-03-31T19:20:56.655-07:00Selección De Harawis<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-YEqijrNK43g/T3e7fDJTJbI/AAAAAAAAIMI/XnofiaeqzSc/s1600/Harawis.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-YEqijrNK43g/T3e7fDJTJbI/AAAAAAAAIMI/XnofiaeqzSc/s1600/Harawis.jpg" /></a></div><b>Canción</b><br />
<br />
Hermosa flor eres tú,<br />
punzante espina soy yo.<br />
Tú eres ventura hecha vida,<br />
Pensar que cunde soy yo.<br />
<br />
Tú eres virginal paloma,<br />
diosa mosca soy yo.<br />
Luna de nieve eres tú,<br />
noche de pena soy yo.<br />
<br />
Tú eres el árbol frutecido,<br />
carcomido tronco yo.<br />
Tú eres mi sol, mi sol eres,<br />
noche de pesar soy yo.<br />
<br />
Tú eres vida de mi vida,<br />
eres amor de amor.<br />
Alfombra a tus pies tendida<br />
seré eternamente yo.<br />
<br />
Blando helecho que despliega<br />
su traje de verde nuev;<br />
vestida de blanco, eres<br />
la estrella de mi mañana.<br />
<br />
Blanca nube, la más leve,<br />
clara fuente de agua pura,<br />
tu serás mi dulce engaño,<br />
yo seré tu oscura sombra.<br />
<br />
<br />
<b>Canción de ausencia</b><br />
<br />
¿La desventura, reina,<br />
nos separa?<br />
¿La adversidad, infanta,<br />
nos aleja?<br />
<br />
Si fueras flor de chincherkoma,<br />
hermosa mía,<br />
en mi sien y en el vaso de mi corazón<br />
te llevaría.<br />
<br />
Pero eres un engaño, igual<br />
que el espejo del agua.<br />
Igual que el espejo del agua, ante mis ojos<br />
te desvaneces.<br />
<br />
¿Te vas, amada, sin que nuestro amor<br />
haya durado un día?<br />
<br />
He aquí que nos separa<br />
tu madre desleal<br />
para siempre.<br />
He aquí que la enemistad de tu padre<br />
nos sume en la desgracia.<br />
<br />
Mas, mi reina, tal vez nos encontremos pronto<br />
si dios, gran amo, lo permite.<br />
Acaso el mismo dios tenga que unirnos<br />
después.<br />
<br />
¡Cómo el recuerdo<br />
de tus ojos reidores<br />
me embelesa!.<br />
<br />
¡Cómo el recuerdo<br />
de tus ojos traviesos<br />
me enferma de nostalgia.<br />
<br />
Basta ya, mi rey, basta ya.<br />
¿Permitirás<br />
que mis lágrimas lleguen a colmar<br />
tu corazón?<br />
<br />
Derramando la lluvia de tus lágrimas<br />
sobre las kantutas<br />
y en cada quebrada,<br />
te espero, hermosa mía.<br />
<br />
<br />
<b>Arawi</b><br />
<br />
Morena mía,<br />
morena,<br />
tierno manjar, sonrisa<br />
<br />
del agua,<br />
tú corazón no sabe<br />
de penas<br />
y no saben de lágrimas<br />
tus ojos.<br />
Porque eres la mujer más bella,<br />
porque eres reina mía,<br />
porque eres mi princesa,<br />
dejo que el agua del amor<br />
me arrastre en su corriente,<br />
dejo que la tormenta<br />
de la pasión me empuje<br />
allí donde he de ver la manta<br />
que ciñe tus hombros<br />
y la saya resuelta<br />
que a tus muslos se abraza.<br />
<br />
Cuando es de día, ya no puede<br />
llegar la noche;<br />
de noche, el sueño me abandona,<br />
y la aurora no llega.<br />
<br />
Tú, reina mía, <br />
Señora mía,<br />
¿ya no querrás <br />
pensar en mí<br />
cuando el león y el zorro<br />
vengan a devorarme<br />
en esta cárcel,<br />
ni cuando sepas<br />
que condenado estoy<br />
a no salir de aquí, señora mía?<br />
<br />
<br />
<b>Sumak Thika...</b><br />
<br />
Bella flor, largos cabellos,<br />
pura muchacha de ojos sombreados por pestañas,<br />
flor de nieve siempre tierna, <br />
dientes brillantes, boca bermeja.<br />
<br />
Fatigado de caminar tanto<br />
llega ya tu enamorado.<br />
¡Que tu corazón se alegre!<br />
Quien te hizo sufrir se va.<br />
Y ahora, como se ve<br />
el agua clara que corre,<br />
lo mismo han de bailar<br />
delante de ti muchas gentes reunidas.<br />
<br />
<br />
<b>Tapucito L’ata</b><br />
<br />
¿En dónde mi tesoro<br />
se esconde?<br />
A la media noche <br />
lo lloro,<br />
a toda hora<br />
me falta.<br />
<br />
<br />
<b>Huk urpicatam uywakarkani</b><br />
<br />
Yo criaba a mi paloma<br />
y de veras la quería.<br />
¿Por qué me abandona ahora,<br />
si en nada pude agraviarla?<br />
<br />
Noche y día la he buscado;<br />
con el corazón doliente<br />
preguntaba a cada piedra:<br />
¿no viste a mi enamorada?<br />
<br />
Padre Sol, tú has de alumbrarme,<br />
que será todo luto y todo sombras<br />
cuando, como dos estrellas,<br />
sus ojos ya no me miren.<br />
<br />
<br />
<b>Palomita blanca</b><br />
<br />
Palmita blanca <br />
de las Cordilleras,<br />
préstame tu pluma<br />
para mi recuerdo.<br />
La hierba que agarro<br />
se saca de las raíces, <br />
el agua que tomo<br />
se saca del estanque.<br />
<br />
<br />
<b>El enamorado</b><br />
<br />
No des tu querer a mujer de otro,<br />
después te puede suceder lo que a su marido.<br />
No olvides tú, que el grano sembrado<br />
la tierra nunca pudre, aumentado devuelve.<br />
<br />
<br />
<b>Jardín hermoso</b><br />
<br />
Jardín hermoso, bonita flor,<br />
eso no se coge sin su dueño.<br />
¡Cógela contigo, eso sí que sí;<br />
cógela con otro, eso sí que no!<br />
<br />
Papita menuda primeriza <br />
eso no se coge sin su dueño.<br />
¡Cógela contigo, eso sí que sí;<br />
cógela con otro, eso sí que no!<br />
<br />
¡Alcacer verde corralito<br />
cercado de espinas, qué bonito!<br />
¡Segarla contigo, eso sí que sí;<br />
segarla con otro, eso sí que no!<br />
<br />
<br />
<b>Lágrimas sólo de amor</b><br />
<br />
Lágrimas sólo de amor<br />
en trémulos chorros caen, <br />
y de su caudal yo bebo <br />
deseando que no se acabe. <br />
<br />
<br />
<b>Dime ¿qué te has hecho?</b><br />
<br />
Dime ¿qué te has hecho,<br />
corazón amado? <br />
Cual tórtola tierna <br />
me has abandonado. <br />
<br />
<br />
<b>Tengo tierno corazón</b><br />
<br />
Tengo tierno corazón,<br />
por eso te amo, mujer; <br />
mas tú causas mi aflicción <br />
y me haces llanto verter.<br />
<br />
Esa alegre muchachita<br />
Esa alegre muchachita<br />
el pecho tiene abrasado; <br />
quien se casare con ella, <br />
tiene que morir quemado.<br />
<br />
<br />
<b>Yo también en otro tiempo</b><br />
<br />
Yo también en otro tiempo<br />
bien puesto andaba y aseado; <br />
por mantener a una hambrienta, <br />
ahora soy gallo pelado.<br />
<br />
<br />
<b>Te amo aún y te he de amar</b><br />
<br />
Te amo aún y te he de amar;<br />
resto hay de amor todavía; <br />
cuando se acabe algún día, <br />
yo mismo te he de avisar. <br />
<br />
<br />
<b>En vano anduve buscando</b><br />
<br />
En vano anduve buscando<br />
buena chicha hasta la aurora; <br />
de todas es desabrida, <br />
sólo la tuya es sabrosa. <br />
<br />
<br />
<b>Glosa</b><br />
<br />
Ya me deja, ya se va,<br />
<br />
causag cristianomi ayayan. <br />
¡Adiós, lumbre de mis ojos! <br />
llipiacushpami tutayan. <br />
<br />
Callepambapi saquishpa <br />
sin escuchar mi clamor, <br />
puyushinami chingaran <br />
mi dulce dueño, mi amor. <br />
<br />
Ya es cadáver, ya está yerta, <br />
huañushcatami ricuni. <br />
Ya no piensa, ya no siente, <br />
alau! imata tucuni? <br />
Ñucapish pambarishalla, <br />
pues ya no tengo valor; <br />
inca huañuita huañusha <br />
con tan funesto dolor.Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-66317674266391308322012-02-06T16:49:00.000-08:002012-02-06T16:49:43.915-08:00Día Domingo - Mario Vargas Llosa<a href="http://1.bp.blogspot.com/-WLiV1c0ABdY/TzB0sdZjntI/AAAAAAAAB08/ST4tVCypGL0/s1600/vargasllosa-diadedomingo.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-WLiV1c0ABdY/TzB0sdZjntI/AAAAAAAAB08/ST4tVCypGL0/s1600/vargasllosa-diadedomingo.jpg" /></a><br />
<div style="text-align: justify;">Contuvo un instante la respiración, clavó las uñas en la palma de sus manos y dijo, muy rápido: "Estoy enamorado de ti". Vio que ella enrojecía bruscamente, como si alguien hubiera golpeado sus mejillas, que eran de una palidez resplandeciente y muy suaves. Aterrado, sintió que la confusión ascendía por él y. petrificaba su lengua. Deseó salir corriendo, acabar: en la taciturna mañana de invierno había surgido ese desaliento íntimo que lo abatía siempre en los momentos decisivos. Unos minutos antes, entre la multitud animada y sonriente que circulaba por el Parque Central de Miraflores, Miguel se repetía aún: "Ahora. Al llegar a la avenida Pardo. Me atreveré. ¡Ah, Rubén, si supieras cómo te odio!". Y antes todavía, en la Iglesia, mientras buscaba a Flora con los ojos, la divisaba al pie de una columna y, abriéndose paso con los codos sin pedir permiso a las señoras que empujaba, conseguía acercársele y saludarla en voz baja, volvía —a decirse, tercamente, como esa madrugada, tendido en su lecho, vigilando la aparición de la luz: "No hay más remedio. Tengo que hacerlo hoy día. En la mañana. Ya me las pagarás, Rubén". Y la noche anterior había llorado, por primera vez en muchos años, al saber que se preparaba esa innoble emboscada. La gente seguía en el Parque y la avenida Pardo se hallaba desierta; caminaban por la alameda, bajo los ficus de cabelleras altas y tupidas. "Tengo que apurarme, pensaba Miguel, si no, me friego." Miró de soslayo alrededor: no había nadie, podía intentarlo. Lentamente fue estirando su mano izquierda hasta tocar la de ella; el contacto le reveló que transpiraba. Imploró que ocurriera un milagro, que cesara aquella humillación. "Qué le digo, pensaba, qué le digo." Ella acababa de retirar su mano y él se sentía desamparado y ridículo' Todas las frases radiantes, preparadas febrilmente la víspera, se habían disuelto como globos de espuma.</div><br />
<div style="text-align: justify;">—Flora —balbuceó—, he esperado mucho tiempo este momento. Desde que te conozco sólo pienso en ti. Estoy enamorado por primera vez, créeme, nunca había conocido una muchacha como tú.</div><div style="text-align: justify;">Otra vez una compacta mancha blanca en su cerebro, el vacío. Ya no podía aumentar la presión: la piel cedía como jebe y las uñas alcanzaban el hueso. Sin. embargo, siguió hablando, dificultosamente, con grandes intervalos, venciendo el bochornoso tartamudeo, tratando de describir una pasión irreflexiva y total, hasta descubrir, con alivio, que llegaban al primer óvalo de la avenida Pardo, y entonces calló. Entre el segundo y el tercer ficus, pasado el óvalo, vivía Flora. Se detuvieron, se miraron: Flora estaba aún encendida y la turbación había colmado sus ojos de un brillo húmedo. Desolado, Miguel se dijo que nunca le había parecido tan hermosa: una cinta azul recogía sus cabellos y él podía ver el nacimiento de su cuello, y sus orejas, dos signos de interrogación pequeñitos y perfectos.</div><div style="text-align: justify;">—Mira, Miguel —dijo Flora; su voz era suave, llena de música, segura—. No puedo contestarte ahora. Pero mi mamá no quiere que ande con chicos hasta que termine el colegio.</div><div style="text-align: justify;">—Todas las mamás dicen lo mismo, Flora —insistió Miguel—. ¿Cómo iba a saber ella? Nos veremos cuando tú digas, aunque sea sólo los domingos.</div><div style="text-align: justify;">—Ya te contestaré, primero tengo que pensarlo —dijo Flora, bajando los ojos. Y después de unos segundos añadió—: Perdona, pero ahora tengo que irme, se hace tarde.</div><div style="text-align: justify;">Miguel sintió una profunda lasitud, algo que se expandía por todo su cuerpo y lo ablandaba.</div><div style="text-align: justify;">—¿No estás enojada conmigo, Flora, no? —dijo humildemente.</div><div style="text-align: justify;">—No seas sonso —replicó ella, con vivacidad—. No estoy enojada.</div><div style="text-align: justify;">—Esperaré todo lo que quieras —dijo Miguel—. Pero nos seguiremos viendo, ¿no? ¿Iremos al cine esta tarde, no?</div><div style="text-align: justify;">—Esta tarde no puedo —dijo ella, dulcemente—. Me ha invitado a su casa Martha.</div><div style="text-align: justify;">Una correntada cálida, violenta, lo invadió y se sintió herido, atontado, ante esa respuesta que esperaba y que ahora le parecía una crueldad. Era cierto lo que el Melanés había murmurado, torvamente, a su oído, el sábado en la tarde. Martha los dejaría solos, era la táctica habitual. Después, Rubén relataría a los pajarracos cómo él y su hermana habían planeado las circunstancias, el sitio y la hora. Martha habría reclamado, en pago de sus servicios, el derecho de espiar detrás de la cortina. La cólera empapó sus manos de golpe.</div><div style="text-align: justify;">—No seas así, Flora. Vamos a la matiné como quedamos. No te hablaré de esto. Te prometo.</div><div style="text-align: justify;">—No puedo, de veras —dijo Flora—. Tengo que ir donde Martha. Vino ayer a mi casa para invitarme. Pero después iré con ella al Parque Salazar.</div><div style="text-align: justify;">Ni siquiera vio en esas últimas palabras una esperanza. Un rato después contemplaba el lugar donde había desaparecido la frágil figurita celeste, bajo el arco majestuoso de los ficus de la avenida. Era posible competir con un simple adversario, no con Rubén. Recordó los nombres de las muchachas invitadas por Martha, una tarde de domingo. Ya no podía hacer nada, estaba derrotado. Una vez más surgió entonces esa imagen que lo salvaba siempre que sufría una frustración: desde un lejano fondo de nubes infladas de humo negro se aproximaba él, al frente de una compañía de cadetes de la Escuela Naval, a una tribuna levantada en el Parque, personajes vestidos de etiqueta, el sombrero de copa en la mano, y señoras de joyas relampagueantes lo aplaudían. Aglomerada en las veredas, una multitud en la que sobresalían los rostros de sus amigos y enemigos, lo observaba maravillada, murmurando su nombre. Vestido de paño azul, una amplia capa flotando a sus espaldas, Miguel desfilaba delante, mirando el horizonte. Levantada la espada, su cabeza describía media esfera en el aire: allí, en el corazón de la tribuna estaba Flora, sonriendo. En una esquina, haraposo, avergonzado, descubría a Rubén: se limitaba a echarle una brevísima Ojeada despectiva. Seguía marchando, desaparecía entre vítores.</div><div style="text-align: justify;">Como el vaho de un espejo que se frota, la imagen desapareció. Estaba en la puerta de su casa, odiaba a todo el mundo, se odiaba. Entró y subió directamente a su cuarto. Se echó de bruces en la cama; en la tibia oscuridad, entre sus pupilas y sus párpados, apareció el rostro de la muchacha —"Te quiero, Flora", dijo él en voz alta— y luego Rubén, con su mandíbula insolente y su sonrisa hostil, estaban uno al lado del otro, se acercaban, los ojos de Rubén se torcían para mirarlo burlonamente mientras su boca avanzaba hacia Flora.</div><div style="text-align: justify;">Saltó de la cama. El espejo del armario le mostró un rostro ojeroso, lívido. "No la verá, decidió. No me hará esto, no permitiré que me haga esa perrada." La avenida Pardo continuaba solitaria. Acelerando el paso sin cesar, caminó hasta el cruce con la avenida Grau; allí vaciló. Sintió frío; había olvidado el saco en su cuarto y la sola camisa no bastaba para protegerlo del viento que venía del mar y se enredaba en el denso ramaje de los ficus con un suave murmullo. La temida imagen de Flora y Rubén juntos le dio valor, y siguió andando. Desde la puerta del bar vecino al cine Montecarlo, los vio en la mesa de costumbre, dueños del ángulo que formaban las paredes del fondo y de la izquierda. Francisco, el Melanés, Tobías, el Escolar lo descubrían Y, después de un instante de sorpresa, se volvían hacia Rubén, los rostros maliciosos, excitados. Recuperó el aplomo de inmediato: frente a los hombres sí sabía comportarse.</div><div style="text-align: justify;">—Hola —les dijo, acercándose—. ¿Qué hay de nuevo? —Siéntate —le alcanzó una silla el Escolar—. ¿Qué milagro te ha traído por aquí?</div><div style="text-align: justify;">—Hace siglos que no venías —dijo Francisco.</div><div style="text-align: justify;">—Me provocó verlos —dijo Miguel, cordialmente—. Ya sabía que estaban aquí. ¿De qué se asombran? ¿ O ya no soy un pajarraco?</div><div style="text-align: justify;">Tomó asiento entre el Melanés y Tobías. Rubén estaba al frente.</div><div style="text-align: justify;">—¡Cuncho! —gritó el Escolar—. Trae otro vaso. Que no esté muy mugriento.</div><div style="text-align: justify;">Cuncho trajo el vaso y el Escolar lo llenó de cerveza. Miguel dijo "por los pajarracos" y bebió.</div><div style="text-align: justify;">—Por poco te tomas el vaso también —dijo Francisco—. ¡Qué ímpetus!</div><div style="text-align: justify;">—Apuesto a que fuiste a misa de una —dijo el Melanés, un párpado plegado por la satisfacción, como siempre que iniciaba algún enredo—. ¿ O no?</div><div style="text-align: justify;">—Fui —dijo Miguel, imperturbable—. Pero sólo para ver a una hembrita. nada más.</div><div style="text-align: justify;">Miró a Rubén con ojos desafiantes, pero él no se dio por aludido; jugueteaba con los dedos sobre la mesa y, bajito, la punta de la lengua entre los dientes, silbaba La niña Popof, de Pérez Prado.</div><div style="text-align: justify;">—¡Buena! —aplaudió el Melanés—. Buena, donjuán. Cuéntanos, ¿a qué hembrita?</div><div style="text-align: justify;">—Eso es un secreto.</div><div style="text-align: justify;">—Entre los pajarracos no hay secretos —recordó Tobías—. ¿Ya te has olvidado? Anda, ¿quién era?</div><div style="text-align: justify;">—Qué te importa —dijo Miguel.</div><div style="text-align: justify;">—Muchísimo —dijo Tobías—. Tengo que saber con quién andas para saber quién eres.</div><div style="text-align: justify;">—Toma mientras —dijo el Melanés a Miguel—. Una a cero.</div><div style="text-align: justify;">—¿A que adivino quién es?—dijo Francisco—.¿Ustedes no?</div><div style="text-align: justify;">—Yo ya sé —dijo.Tobías.</div><div style="text-align: justify;">—Y yo —dijo el Melanés. Se volvió a Rubén con ojos y voz muy inocentes—. Y tú, cuñado, ¿adivinas quién es?</div><div style="text-align: justify;">—No —dijo Rubén, con frialdad,. Y tampoco me importa.</div><div style="text-align: justify;">—Tengo llamitas en el estómago —dijo el Escolar—. ¿ Nadie va a pedir una cerveza?</div><div style="text-align: justify;">El Melanés se pasó un patético dedo por la garganta: —I haven't money, darling —dijo.</div><div style="text-align: justify;">—Pago una botella —anunció Tobías, con ademán solemne—. A ver quién me sigue, hay que apagarle las llamitas a este baboso.</div><div style="text-align: justify;">—Cuncho, bájate media docena de Cristales —dijo Miguel.</div><div style="text-align: justify;">Hubo gritos de júbilo, exclamaciones.</div><div style="text-align: justify;">—Eres un verdadero pajarraco —afirmó Francisco. —Sucio, pulguiento —agregó el Melanés—, sí, señor, un pajarraco de la pitri—mitri.</div><div style="text-align: justify;">Cuncho trajo las cervezas. Bebieron. Escucharon al Melanés referir historias sexuales, crudas, extravagantes y afiebradas y se entabló entre Tobías y Francisco una recia polémica sobre fútbol. El Escolar contó una anécdota. Venía de Lima a Miraflores en un colectivo; los demás pasajeros bajaron en la avenida Arequipa. A la altura de Javier Prado subió el cachalote Tomasso, ese albino de dos metros que sigue en Primaria, vive por la Quebrada ¿ya captan?; simulando gran interés por el automóvil comenzó a hacer preguntas al chofer, inclinado hacia el asiento de adelante, mientras rasgaba con una navaja, suavemente, el tapiz del espaldar.</div><div style="text-align: justify;">—Lo hacía porque yo estaba ahí —afirmó el Escolar—. Quería lucirse.</div><div style="text-align: justify;">—Es un retrasado mental —dijo Francisco—. Esas cosas se hacen a los diez años. A su edad, no tiene gracia.</div><div style="text-align: justify;">—Tiene gracia lo que pasó después —rió el Escolar—. Oiga chofer, ¿no ve que este cachalote está destrozando su carro?</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué? —dijo el chofer, frenando en seco. Las orejas encarnadas, los ojos espantados, el cachalote Tomasso forcejeaba con la puerta.</div><div style="text-align: justify;">—Con su navaja —dijo el Escolar—. Fíjese cómo le ha dejado el asiento.</div><div style="text-align: justify;">El cachalote logró salir por fin. Echó a correr por la avenida Arequipa; el chofer iba tras él, gritando: "agarren a ese desgraciado".</div><div style="text-align: justify;">—¿ Lo agarró? —preguntó el Melanés.</div><div style="text-align: justify;">—No sé. Yo desaparecí. Y me robé la llave del motor, de recuerdo. Aquí la tengo.</div><div style="text-align: justify;">Sacó de su bolsillo una pequeña llave plateada y la arrojó sobre la mesa. Las botellas estaban vacías. Rubén miró su reloj y se puso de pie.</div><div style="text-align: justify;">—Me voy —dijo—. Ya nos vemos.</div><div style="text-align: justify;">—No te vayas —dijo Miguel—. Estoy rico hoy día. Los invito a almorzar a todos.</div><div style="text-align: justify;">Un remolino de palmadas cayó sobre él, los pajarracos le agradecieron con estruendo, lo alabaron.</div><div style="text-align: justify;">—No puedo —dijo Rubén—. Tengo que hacer.</div><div style="text-align: justify;">—Anda vete no más, buen mozo —dijo Tobías—. Y salúdame a Marthita.</div><div style="text-align: justify;">—Pensaremos mucho en ti, cuñado —dijo el Melanés. —No —exclamó Miguel—. Invito a todos o a ninguno. Si se va Rubén, nada.</div><div style="text-align: justify;">—Ya has oído, pajarraco Rubén —dijo Francisco—, tienes que quedarte.</div><div style="text-align: justify;">—Tienes que quedarte —dijo el Melanés—, no hay tutías.</div><div style="text-align: justify;">—Me voy —dijo Rubén.</div><div style="text-align: justify;">—Lo que pasa es que estás borracho —dijo Miguel—. Te vas porque tienes miedo de quedar en ridículo delante de nosotros, eso es lo que pasa.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cuántas veces te he llevado a tu casa boqueando? —dijo Rubén—. ¿Cuántas te he ayudado a subir la reja para que no te pesque tu papá? Resisto diez veces más que tú.</div><div style="text-align: justify;">—Resistías —dijo Miguel—. Ahora está difícil. ¿ Quieres ver?</div><div style="text-align: justify;">—Con mucho gusto —dijo Rubén—. ¿ Nos vemos a la noche, aquí mismo?</div><div style="text-align: justify;">—No. En este momento. —Miguel se volvió hacia los demás, abriendo los brazos—: Pajarracos, estoy haciendo un desafío.</div><div style="text-align: justify;">Dichoso, comprobó que la antigua fórmula conservaba intacto su poder. En medio de la ruidosa alegría que había provocado, vio a Rubén sentarse, pálido.</div><div style="text-align: justify;">—¡Cuncho! —gritó Tobías—. El menú. Y dos piscinas de cerveza. Un pajarraco acaba de lanzar un desafío.</div><div style="text-align: justify;">Pidieron bistecs a la chorrillana y una docena de cervezas. Tobías dispuso tres botellas para cada uno de los competidores y las demás para el resto. Comieron hablando apenas. Miguel bebía después de cada bocado y procuraba mostrar animación, pero el temor de no resistir lo suficiente crecía a medida que la cerveza depositaba en su. garganta un sabor ácido. Cuando acabaron las seis botellas, hacia rato que Cuncho había retirado los platos.</div><div style="text-align: justify;">—Ordena tú —dijo Miguel a Rubén. —Otras tres por cabeza.</div><div style="text-align: justify;">Después del primer vaso de la nueva tanda, Miguel sintió que los oídos le zumbaban; su cabeza era una lentísima ruleta, todo se movía.</div><div style="text-align: justify;">—Me hago pis —dijo—. Voy al baño.</div><div style="text-align: justify;">Los pajarracos rieron.</div><div style="text-align: justify;">—¿Te rindes? —preguntó Rubén.</div><div style="text-align: justify;">—Voy a hacer pis —gritó Miguel—. Si quieres, que traigan más.</div><div style="text-align: justify;">En el baño, vomitó. Luego se lavó la cara, detenidamente, procurando borrar toda señal reveladora. Su reloj marcaba las cuatro y media. Pese al denso malestar, se sintió feliz. Rubén ya no podía hacer nada. Regresó donde ellos.</div><div style="text-align: justify;">—Salud —dijo Rubén, levantando el vaso.</div><div style="text-align: justify;">"Está furioso, pensó Miguel. Pero ya lo fregué." —Huele a cadáver —dijo el Melanés—'. Alguien se no muere por aquí.</div><div style="text-align: justify;">—Estoy nuevecito —aseguró Miguel, tratando de dominar el asco y el mareo.</div><div style="text-align: justify;">—Salud —repetía Rubén.</div><div style="text-align: justify;">Cuando hubieron terminado la última cerveza, su estómago parecía de plomo, las voces de los otros llegaban a sus oídos como una confusa mezcla de ruidos. Una mano apareció de pronto bajo sus ojos, era blanca y de largos dedos, lo cogía del mentón, lo obligaba a alzar la cabeza; la cara de Rubén había crecido. Estaba chistoso, tan despeinado y colérico.</div><div style="text-align: justify;">—¿Te rindes, mocoso?</div><div style="text-align: justify;">Miguel se incorporó de golpe y empujó a Rubén pero antes que el simulacro prosperara, intervino el Escolar.</div><div style="text-align: justify;">—Los pajarracos no pelean nunca —dijo, obligándolos a sentarse—. Los dos están borrachos. Se acabó. Votación.</div><div style="text-align: justify;">El Melanés, Francisco y Tobías accedieron a otorgar el empate, de mala gana.</div><div style="text-align: justify;">—Yo ya había ganado —dijo,Rubén—. Este no puede ni hablar. Mírenlo.</div><div style="text-align: justify;">Efectivamente, los ojos de Miguel estaban vidriosos, tenía la boca abierta y de su lengua chorreaba un hilo de saliva.</div><div style="text-align: justify;">—Cállate —dijo el Escolar—. Tú no eres un campeón que digamos, tomando cerveza.</div><div style="text-align: justify;">—No eres un campeón tomando cerveza —subrayó el Melanés—. Sólo eres un campeón de natación, el trome de las piscinas.</div><div style="text-align: justify;">—Mejor tú no hables —dijo Rubén—; ¿no ves que la envidia te corroe?</div><div style="text-align: justify;">—Viva la Esther Williams de Miraflores —dijo el Melanés.</div><div style="text-align: justify;">—Tremendo vejete y ni siquiera sabes nadar —dijo Rubén—. ¿No quieres que te dé una clases?</div><div style="text-align: justify;">—Ya sabemos, maravilla —dijo el Escolar—. Has ganado un campeonato de natación. Y todas las chicas se mueren por ti. Eres un campeoncito.</div><div style="text-align: justify;">—Este no es campeón de nada —dijo Miguel, con dificultad—. Es pura pose.</div><div style="text-align: justify;">—Te estás muriendo —dijo Rubén—. ¿Te llevo a tu casa, niñita?</div><div style="text-align: justify;">—No estoy borracho —aseguró Miguel—. Y tú eres pura pose.</div><div style="text-align: justify;">—Estás picado porque le voy a caer a Flora —dijo Rubén—. Te mueres de celos. ¿ Crees que no capto las cosas?</div><div style="text-align: justify;">—Pura pose —dijo Miguel—. Ganaste porque tu padre es Presidente de la Federación, todo el mundo sabe que hizo trampa, descalificó al Conejo Villarán, sólo por eso ganaste.</div><div style="text-align: justify;">—Por lo menos nado mejor que tú —dijo Rubén—, que ni siquiera sabes correr olas.</div><div style="text-align: justify;">—Tú no nadas mejor que nadie —dijo Miguel—. Cualquiera te deja botado.</div><div style="text-align: justify;">—Cualquiera —dijo el Melanés—. Hasta Miguel, que es una madre.</div><div style="text-align: justify;">—Permítanme que me sonría —dijo Rubén.</div><div style="text-align: justify;">—Te permitimos —dijo Tobías—. No faltaba más.</div><div style="text-align: justify;">—Se me sobran porque estamos en invierno —dijo Rubén—. Si no,los desafiaba a ir a la playa, a ver si en el agua son tan sobrados.</div><div style="text-align: justify;">—Ganaste el campeonato por tu padre —dijo Miguel—. Eres pura pose. Cuando quieras nadar conmigo, me avisas no más, con toda confianza. En la playa, en el Terrazas, donde quieras.</div><div style="text-align: justify;">—En la playa —dijo Rubén—. Ahora mismo.</div><div style="text-align: justify;">—Eres pura pose —dijo Miguel.</div><div style="text-align: justify;">El rostro de Rubén se iluminó de pronto y sus ojos, además de rencorosos, se volvieron arrogantes.</div><div style="text-align: justify;">—Te apuesto a ver quién llega primero a la reventazón —dijo.</div><div style="text-align: justify;">—Pura pose —dijo Miguel.</div><div style="text-align: justify;">—Si ganas —dijo Rubén—, te prometo que no le caigo a Flora. Y si yo gano tú te vas con la música a otra parte.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué te has creído? —balbuceó Miguel—. Maldita sea, ¿qué es lo que te has creído?</div><div style="text-align: justify;">—Pajarracos —dijo Rubén, abriendo los brazos—, estoy haciendo un desafío.</div><div style="text-align: justify;">—Miguel no está en forma ahora —dijo el Escolar—. ¿Por qué no se juegan a Flora a cara o sello?</div><div style="text-align: justify;">—Y tú por qué te metes —dijo Miguel—. Acepto. Vamos a la playa</div><div style="text-align: justify;">—Están locos —dijo Francisco—. No no bajo a la playa con este frío. Hagan otra apuesta.</div><div style="text-align: justify;">—Ha aceptado —dijo Rubén—. Vamos.</div><div style="text-align: justify;">—Cuando un pajarraco hace un desafío, todos se meten la lengua al bolsillo —dijo Melanés—. Vamos a la playa. Y si no se atreven a entrar al agua, los tiramos nosotros.</div><div style="text-align: justify;">—Los dos están borrachos —insistió el Escolar—. El desafío no vale.</div><div style="text-align: justify;">—Cállate, Escolar —rugió Miguel—. Ya estoy grande, no necesito que me cuides.</div><div style="text-align: justify;">—Bueno —dijo el Escolar, encogiendo los hombros—. Friégate, no más.</div><div style="text-align: justify;">Salieron.. Afuera los esperaba una atmósfera quieta, gris, Miguel respiró —hondo; se sintió mejor. Caminaban adelante Francisco, el Melanés y Rubén. Atrás, Miguel y el Escolar. En la avenida Grau había algunos transeúntes; la mayoría, sirvientas de trajes chillones en su día de salida. Hombres cenicientos, de gruesos cabellos lacios, merodeaban a su alrededor— y las miraban con codicia; ellas reían mostrando sus dientes de oro. Los pajarracos no les prestaban atención. Avanzaban a grandes trancos —y la excitación los iba ganando, poco a poco.</div><div style="text-align: justify;">—¿Ya se te pasó? —dijo el Escolar.</div><div style="text-align: justify;">—Sí —respondió Miguel—. El aire me ha hecho bien.</div><div style="text-align: justify;">En la esquina de la avenida Pardo, doblaron. Marchaban desplegados como una escuadra, en una misma línea, bajo los ficus de la alameda, sobre las losetas hinchadas a trechos por las enormes raíces de los árboles irrumpían a veces en la superficie como garfios. Al bajar por la Diagonal, cruzaron a dos muchachas. Rubén se inclinó, ceremonioso.</div><div style="text-align: justify;">—Hola, Rubén —cantaron ellas, a dúo. Tobías las imitó, aflautando la voz: —Hola, Rubén, príncipe.</div><div style="text-align: justify;">La avenida Diagonal desemboca en una pequeña quebrada que se bifurca; por un lado, serpentea el Malecón , asfaltado y lustroso; por el otro, hay una pendiente que contornea el cerro,y llega hasta el mar. Se llama "la bajada a los baños", su empedrado es parejo y brilla por el repaso de las llantas de los automóviles y los pies de los bañistas de muchísimos veranos.</div><div style="text-align: justify;">—Entremos en calor, campeones —gritó el Melanés, echándose a correr. Los demás lo imitaron.</div><div style="text-align: justify;">Corrían contra el viento y la delgada bruma que subían desde la playa, sumidos en un emocionante torbellino; por sus oídos, su boca y sus narices penetraba el aire a sus pulmones y repentina sensación de alivio y desintoxicación se expandía por su cuerpo a medida que el declive se acentuaba y en un momento sus pies no obedecían ya sino a una fuerza misteriosa que provenía de lo más profundo de la tierra. Los brazos como hélices, en sus lenguas un aliento salado, los pajarracos descendieron la bajada a toda carrera, hasta la plataforma circular, suspendida sobre el edificio de las casetas. E! mar se desvanecía a unos cincuenta metros de la orilla, en una espesa nube que parecía próxima a arremeter contra los acantilados, altas moles oscuras plantadas a lo largo de toda la bahía.</div><div style="text-align: justify;">—Regresemos —dijo Francisco—. Tengo frío.</div><div style="text-align: justify;">Al borde de la plataforma hay un cerco manchado a pedazos por el musgo. Una abertura señala el comienzo de la escalerilla, casi vertical, que baja hasta la playa. Los pajarracos contemplaban desde allí, a sus pies, una breve cinta de agua libre, y la superficie inusitada, bullente, cubierta por la espuma de las olas.</div><div style="text-align: justify;">—Me voy si éste se rinde —dijo Rubén.</div><div style="text-align: justify;">—¿Quién habla de rendirse? —repuso Miguel—. ¿Pero qué te has creído?</div><div style="text-align: justify;">Rubén bajó la escalerilla a saltos, a la vez que se desabotonaba la camisa.</div><div style="text-align: justify;">—¡Rubén! —gritó el Escolar—. ¿Estás loco? ¡Regresa!</div><div style="text-align: justify;">Pero Miguel y los otros también bajaban y el Escolar los siguió.</div><div style="text-align: justify;">En el verano, desde la baranda del largo y angosto edificio recostado contra el cerro, donde se hallan los cuartos de los bañistas, hasta el límite curvo del mar, había un declive de piedras plomizas donde la gente se asoleaba. La pequeña playa hervía de animación desde la mañana hasta el crepúsculo. Ahora el agua ocupaba el declive y no había sombrillas de colores vivísimos, ni muchachas elásticas de cuerpos tostados, no resonaban los gritos melodramáticos de los niños y de las mujeres cuando una ola conseguía salpicarlos antes de regresar arrastrando rumorosas piedras y guijarros, no se veía ni un hilo de playa, pues la corriente inundaba hasta el espacio limitado por las sombrías columnas que mantienen el edificio en vilo, y, en el momento de la resaca, apenas se descubrían los escalones de madera y los soportes de cemento, decorados por estalactitas y algas.</div><div style="text-align: justify;">—La reventazón no se ve —dijo Rubén—. ¿Cómo hacemos?</div><div style="text-align: justify;">Estaban en la galería de la izquierda, en el sector correspondiente a las mujeres; tenían los rostros serios.</div><div style="text-align: justify;">—Esperen hasta mañana —dijo el Escolar—. Al mediodía estará despejado. Así podremos controlarlos.</div><div style="text-align: justify;">—Ya que hemos venido hasta aquí que sea ahora —dijo el Melanés—. Pueden controlarse ellos mismos.</div><div style="text-align: justify;">—Me parece bien —dijo Rubén—. ¿Y a ti?</div><div style="text-align: justify;">—También —dijo Miguel.</div><div style="text-align: justify;">Cuando estuvieron desnudos, Tobías bromeó acerca de las venas azules que escalaban el vientre liso de Miguel. Descendieron. La madera de los escalones, lamida incesantemente por el agua desde hacía meses, estaba resbaladiza y muy suave. Prendido al pasamanos de hierro para no caer, Miguel sintió un estremecimiento que subía desde la planta de sus pies al cerebro. Pensó que, en cierta forma, la neblina y el frío lo favorecían, el éxito ya no dependía de la destreza, sino sobre todo de la resistencia, y la piel de Rubén estaba también cárdena, replegada en millones de carpas pequeñísimas. Un escalón más abajo, el cuerpo armonioso de Rubén se inclinó; tenso, aguardaba el final de la resaca y la llegada de la próxima ola, que venía sin bulla, airosamente, despidiendo por delante una bandada de trocitos de espuma. Cuando la cresta de la ola estuvo a dos metros de la escalera, Rubén se arrojó: los brazos como lanzas, los cabellos alborotados por la fuerza del impulso, su cuerpo cortó el aire rectamente y cayó sin doblarse, sin bajar la cabeza ni plegar las piernas, rebotó en la espuma, se hundió apenas y, de inmediato, aprovechando la marea, se deslizó hacia adentro; sus brazos aparecían y se hundían entre un burbujeo frenético y sus pies iban trazando una estela cuidadosa y muy veloz. A su vez, Miguel bajó otro escalón y esperó la próxima ola. Sabía que el fondo allí era escaso, que debía arrojarse como una tabla, duro y rígido, sin mover un músculo, o chocaría contra las piedras. Cerró los ojos y saltó, y no encontró el fondo, pero su cuerpo fue azotado desde la frente hasta las rodillas, y surgió un vivísimo escozor mientras braceaba con todas sus fuerzas para devolver a sus miembros el calor que el agua les había arrebatada de golpe. Estaba en esa extraña sección del mar de Miraflores vecina.a la orilla, donde se encuentran la resaca —y las olas, y hay remolinos y corrientes encontradas, y el último verano distaba tanto que Miguel había olvidado cómo franquearla sin esfuerzo. No recordaba que es preciso aflojar el cuerpo y abandonarse, dejarse llevar sumisamente a la deriva, bracear sólo cuando se salva una ola y se está sobre la cresta, en esa plancha líquida que escolta a la espuma y flota encima de las corrientes. No recordaba que conviene soportar con paciencia y cierta malicia ese primer contacto con el mar exasperado de la orilla que tironea los miembros y avienta chorros a la boca y los ojos, no ofrecer resistencia, ser un corcho, limitarse a tomar aire cada vez que una ola se avecina, sumergirse —apenas si reventó lejos y viene sin ímpetu, o hasta el mismo fondo si el estallido es cercano—, aferrarse a alguna piedra y esperar atento el estruendo sordo de su paso, para emerger de un solo impulso y continuar avanzando disimuladamente con las manos, hasta encontrar un nuevo obstáculo y entonces ablandarse, no combatir contra los remolinos, girar voluntariamente en la espiral lentísima y escapar de pronto, en el momento oportuno, de un solo manotazo. Luego, surge de improviso una superficie calma, conmovida por tumbos inofensivos; el agua es clara, llana, y en algunos puntos se divisan las opacas piedras submarinas.</div><div style="text-align: justify;">Después de atravesar la zona encrespada, Miguel se detuvo, exhausto, y tomó aire. Vio a Rubén a poca distancia, mirándolo. El pelo le caía sobre la frente en cerquillo; tenía los dientes apretados.</div><div style="text-align: justify;">—¿Vamos?</div><div style="text-align: justify;">—Vamos.</div><div style="text-align: justify;">A los pocos minutos de estar nadando, Miguel sintió que el frío, momentáneamente desaparecido, lo invadía de nuevo, y apuró el pataleo porque era en las piernas, en las pantorrillas sobre todo, donde el agua actuaba con mayor eficacia, insensibilizándolas primero, luego endureciéndolas. Nadaba con la cara sumergida y, cada vez que el brazo derecho se hallaba afuera, volvía la cabeza para arrojar el aire retenido y tomar otra provisión con la que hundía una vez más la frente y la barbilla apenas, para no frenar su propio avance y, al contrario, hendir el agua como una proa y facilitar el desliz. A cada brazada veía con un ojo a Rubén, nadando sobre la superficie, suavemente, sin esfuerzo, sin levantar espuma ahora, con la delicadeza y la facilidad de una gaviota que planea. Miguel trataba de olvidar a Rubén y al mar y a la reventazón (que debía estar lejos aún, pues el agua era limpia, sosegada, y sólo atravesaban tumbos recién iniciados), quería recordar únicamente el rostro de Flora, el vello de sus brazos que en los días de sol centelleaba como un diminuto bosque de hilos de oro, pero no podía evitar que, a la imagen de la muchacha, sucediera otra, brumosa, excluyente, atronadora, que caía sobre Flora y la ocultaba, la imagen de una montaña de agua embravecida, no precisamente la reventazón (a la que había llegado una vez hacía dos veranos, cuyo oleaje era intenso, de espuma verdosa y negruzca, porque en ese lugar, más o menos, terminaban las piedras y empezaba el fango que las olas extraían a la superficie y entreveraban con los nidos de algas y malaguas, tiñendo el mar), sino, más bien, en un verdadero océano removido por cataclismos interiores, en el que se elevaban olas descomunales, que hubieran podido abrazar a un barco entero y lo hubieran revuelto con asombrosa rapidez, despidiendo por los aires a pasajeros, lanchas, mástiles, velas, boyas, marineros, ojos de buey y banderas.</div><div style="text-align: justify;">Dejó de nadar, su cuerpo se hundió hasta quedar vertical, alzó la cabeza y vio a Rubén que se alejaba. Pensó llamarlo con cualquier pretexto, decirle "por qué no descansamos un momento", pero no lo hizo. Todo el frío de su cuerpo parecía concentrarse en las pantorrillas, sentía los músculos agarrotados, la piel tirante, el corazón acelerado. Movió 1os pies febrilmente. Estaba en el centro de un círculo de agua oscura, amurallado por la neblina. Trató de distinguir la playa, o cuando menos la sombra de los acantilados, pero esa gasa equívoca que se iba disolviendo a su paso, no era transparente. Sólo veía una superficie breve, verde negruzca., y un manto de nubes, a ras de agua. Entonces, sintió miedo. Lo asaltó el recuerde de la cerveza que había bebido, y pensó "fijo que eso me ha debilitado". Al instante pareció que sus brazos y piernas desaparecían. Decidió regresar, pero después de unas brazadas en dirección a la playa, dio media vuelta y nadó lo más ligero que pudo. "No llego a la orilla solo, se decía, mejor estar cerca de Rubén, si me agoto le diré me ganaste pero regresemos."Ahora nadaba sin estilo, la cabeza en alto, golpeando el agua con los brazos tiesos, la vista clavada en el cuerpo imperturbable que lo precedía.</div><div style="text-align: justify;">La agitación y el esfuerzo desentumecieron sus piernas, su cuerpo recobró algo de calor, la distancia que lo separaba de Rubén había disminuido y eso lo serenó. Poco después lo alcanzaba; estiró un brazo, cogió uno de sus pies. Instantáneamente el otro se detuvo. Rubén tenía muy enrojecidas las pupilas y la boca abierta.</div><div style="text-align: justify;">—Creo que nos hemos torcido —dijo Miguel—. Me parece que estamos nadando de costado a la playa.</div><div style="text-align: justify;">Sus dientes castañeteaban, pero su voz era segura. Rubén miró a todos lados. Miguel lo observaba, tenso.</div><div style="text-align: justify;">—Ya no se ve la playa —dijo Rubén.</div><div style="text-align: justify;">—Hace mucho rato que no se ve —dijo Miguel—. Hay mucha neblina.</div><div style="text-align: justify;">—No nos hemos torcido —dijo Rubén—. Mira. Ya se ve la espuma.</div><div style="text-align: justify;">En efecto, hasta ellos llegaban unos tumbos condecorados por una orla de espuma que se deshacía Y, repentinamente, rehacía. Se miraron, en silencio.</div><div style="text-align: justify;">—Ya estamos cerca de la reventazón, entonces —dijo, al fin, Miguel.</div><div style="text-align: justify;">—Sí. Hemos nadado rápido.</div><div style="text-align: justify;">—Nunca había visto tanta neblina.</div><div style="text-align: justify;">—¿Estás muy cansado? —preguntó Rubén. —¿Yo? Estás loco. Sigamos.</div><div style="text-align: justify;">Inmediatamente lamentó esa frase, pero ya era tarde. Rubén había dicho "bueno, sigamos".</div><div style="text-align: justify;">Llegó a contar veinte brazadas antes de decirse que no podía más: casi no avanzaba, tenía la pierna derecha seminmovilizada por el frío, sentía los brazos torpes y pesados. Acezando, gritó "¡Rubén!". Éste seguía nadando. " ¡Rubén, Rubén! ". Giró y comenzó a nadar hacia la playa, a chapotear más bien, con desesperación, y de pronto rogaba a Dios que lo salvara, sería bueno en el futuro, obedecería a sus padres, no faltaría a la misa del domingo y, entonces, recordó haber confesado a los pajarracos "voy a la iglesia sólo a ver a una hembrita" y tuvo una certidumbre como una puñalada: Dios iba a castigarlo, ahogándolo en esas aguas turbias que golpeaba frenético, aguas bajo las cuales lo aguardaba una muerte atroz y, después, quizás, el infierno. En su angustia surgió entonces como un eco, cierta frase pronunciada alguna vez por el padre Alberto en la clase de religión, sobre la bondad divina.que no conoce límites, y mientras azotaba el mar con los brazos —sus piernas colgaban como plomadas transversales—, moviendo los labios rogó a Dios que fuera bueno con él, que era tan joven, y juró que iría al seminario si se salvaba, pero un segundo después rectificó, asustado, y prometió que en vez de hacerse sacerdote haría sacrificios y otras cosas, daría limosnas y ahí descubrió que la vacilación y el regateo en ese instante crítico podían ser fatales y entonces sintió los gritos enloquecidos de Rubén, muy próximos, y volvió la cabeza y lo vio, a unos diez metros, media cara hundida en el agua, agitando un brazo, implorando:"¡Miguel, hermanito, ven, me ahogo, no te vayas!".</div><div style="text-align: justify;">Quedó perplejo, inmóvil, y fue de pronto como si la desesperación de Rubén fulminara la suya; sintió que recobraba el coraje, la rigidez de sus piernas se atenuaba.</div><div style="text-align: justify;">—Tengo calambre en el estómago —chillaba Rubén—. No puedo más, Miguel. Sálvame, por lo que más quieras, no me dejes, hermanito.</div><div style="text-align: justify;">Flotaba hacia Rubén, y ya iba a acercársele cuando recordó, los náufragos sólo atinan a prenderse como tenazas de sus salvadores y los hunden con ellos, y se alejó, pero los gritos lo aterraban y presintió que si Rubén se ahogaba él tampoco llegaría a la playa, y regresó. A dos metros de Rubén, algo blanco y encogido que se hundía y emergía, gritó: "no te muevas, Rubén, te voy a jalar pero no trates de agarrarme, si me agarras nos hundimos. Rubén, te vas a quedar quieto, hermanito, yo te voy a jalar de la cabeza, no me toques". Se detuvo a una distancia prudente, alargó una mano hasta alcanzar los cabellos de Rubén. Principió a nadar con el brazo libre, esforzándose todo lo posible por ayudarse con las piernas. El desliz era lento, muy penoso, acaparaba todos sus sentidos, apenas escuchaba a Rubén quejarse monótonamente, lanzar de pronto terribles alaridos, "me voy a morir, sálvame, Miguel", o estremecerse por las arcadas. Estaba exhausto cuando se detuvo. Sostenía a Rubén con una mano, con la otra trazaba círculos en la superficie. Respiró hondo por la boca. Rubén tenía la cara contraída por el dolor, los labios plegados en una mueca insólita.</div><div style="text-align: justify;">—Hermanito —susurró Miguel—, ya falta poco, haz un esfuerzo. Contesta, Rubén. Grita. No te quedes así.</div><div style="text-align: justify;">Lo abofeteó con fuerza y Rubén abrió los ojos; movió la cabeza débilmente.</div><div style="text-align: justify;">—Grita, hermanito —repitió Miguel—. Trata de estirarte. Voy a sobarte el estómago. Ya falta poco, no te dejes vencer.</div><div style="text-align: justify;">Su mano buscó bajo el agua, encontró una bola dura que nacía en el ombligo de Rubén y ocupaba gran parte del vientre. La repasó, muchas veces, primero despacio, luego fuertemente, y Rubén gritó: "¡no quiero morirme,, Miguel, sálvame!".</div><div style="text-align: justify;">Comenzó a nadar de nuevo, arrastrando a Rubén esta vez de la barbilla. Cada vez que un tumbo los sorprendía, Rubén se atragantaba, Miguel le indicaba a gritos que escupiera. Y siguió nadando, sin detenerse un momento, cerrando los ojos a veces, animado porque en su corazón había brotado una especie de confianza, algo caliente y orgulloso, estimulante, que lo protegía contra el frío y la fatiga. Una piedra raspó uno de sus pies y él dio tan grito y apuró. Un momento después podía pararse. Ni pasaba los brazos en torno a Rubén. Teniéndolo apretado contra él, sintiendo su cabeza apoyada en uno de sus hombros, descansó largo rato. Luego ayudó a Rubén a extenderse de espaldas, y soportándolo en el antebrazo, lo obligó a estirar las rodillas; le hizo masajes en el vientre hasta que la dureza fue cediendo. Rubén ya no gritaba, hacía grandes esfuerzos por estirarse del todo y con sus manos se frotaba también.</div><div style="text-align: justify;">—¿ Estás mejor?</div><div style="text-align: justify;">—sí, hermanito, ya estoy bien. Salgamos.</div><div style="text-align: justify;">Una alegría inexpresable los colmaba mientras avanzaban sobre las piedras, inclinados hacia adelante para enfrentar la resaca, insensibles a los erizos. Al poco rato vieron las aristas de los acantilados, el edificio de los baños y, finalmente, ya cerca de la orilla, a los pajarracos, de pie en la galería de las mujeres, mirándolos.</div><div style="text-align: justify;">—Oye —dijo Rubén.</div><div style="text-align: justify;">—sí.</div><div style="text-align: justify;">—No les digas nada. Por favor, no les digas que he gritado. Hemos sido siempre muy amigos, Miguel. No me hagas eso.</div><div style="text-align: justify;">—¿Crees que soy un desgraciado? —dijo Miguel—. No diré nada, no te preocupes.</div><div style="text-align: justify;">Salieron tiritando. Se sentaron en la escalerilla, entre el alboroto de los pajarracos.</div><div style="text-align: justify;">—Ya nos íbamos a dar el pésame a las familias —decía Tobías.</div><div style="text-align: justify;">—Hace más de una hora que están adentro —dijo el Escolar—. Cuenten, ¿cómo ha sido la cosa?</div><div style="text-align: justify;">Hablando con calma, mientras se secaba el cuerpo con la camiseta, Rubén explicó:</div><div style="text-align: justify;">—Nada. Llegamos. a la reventazón y volvimos. Así somos los pajarracos. Miguel me ganó. Apenas por una puesta de mano. Claro que si hubiera sido en una piscina, habría quedado en ridículo.</div><div style="text-align: justify;">Sobre la espalda de Miguel, que se había vestido sin secarse, llovieron las palmadas de felicitación.</div><div style="text-align: justify;">—Te estás haciendo un hombre —le decía el Melanés.</div><div style="text-align: justify;">Miguel no respondió. Sonriendo, pensaba que esa misma noche iría al Parque Salazar; todo Miraflores sabría ya, por boca del Melanés, que había vencido esa prueba heroica y Flora lo estaría esperando con los ojos brillantes. Se abría, frente a el , un porvenir dorado.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-19425994879173925962012-02-01T14:38:00.000-08:002012-02-01T14:38:37.959-08:00Los ojos de Judas - Abraham ValdelomarI<br />
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<div style="text-align: justify;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-cvMNoDmCZkI/TympT0R1WbI/AAAAAAAABwk/MS5oUENGy7k/s1600/ojos-judas.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://1.bp.blogspot.com/-cvMNoDmCZkI/TympT0R1WbI/AAAAAAAABwk/MS5oUENGy7k/s200/ojos-judas.jpg" width="129" /></a>El puerto de Pisco aparece en mis recuerdos como unamansísima aldea, cuya belleza serena y extraña acrecentaba elmar. Tenía tres plazas. Una, la principal, enarenada, con unasuerte de pequeño malecón, barandado de madera, frente al cualse detenía el carro que hacía viajes "al pueblo"; otra, la desolada plazoleta donde estaba mi casa, que tenía por el lado de orienteuna valla de toñuces; y la tercera, al sur de la población, en la quehabía de realizarse esta tragedia de mis primeros años.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En el puerto yo lo amaba todo y todo lo recuerdo porque allítodo era bello y memorable. Tenía nueve años, empezaba elcamino sinuoso de la vida, y estas primeras visiones de las cosas,que no se borran nunca, marcaron de manera tan dulcementedolorosa y fantástica el recuerdo de mis primeros años que asíformóse el fondo de mi vida triste. A la orilla del mar se piensasiempre; el continuo ir y venir de olas; la perenne visión delhorizonte; los barcos que cruzan el mar a lo lejos sin que nadiesepa su origen o rumbo; las neblinas matinales durante las cualeslos buques perdidos pitean clamorosamente, como buscándose unos a otros en la bruma, cual ánimas desconsoladas en unmundo de sombras; las "paracas", aquellos vientos que arrojan ala orilla a los frágiles botes y levantan columnas de polvomonstruosas y livianas; el ruido cotidiano del mar, de tanextraños tonos, cambiantes como las horas; y a veces, en laapacible serenidad marina, el surgir de rugidores animalesextraños, tritones pujantes, hinchados, de pequeños ojos yviscosa color, cuyos cuerpos chasquean las aguas al cubrirlos desordenadamente.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En las tardes, a la caída del sol, el viaje de los pájaros marinosque vuelven del norte, en largos cordones, en múltiples líneas,escribiendo en el cielo no sé qué extrañas palabras. Ejércitosinmensos de viajeros de ignotas regiones, de inciertos parajes quevan hacia el sur agitando rítmicamente sus alas negras, hastaesfumarse, azules, en el oro crepuscular. En la noche, en la profunda oscuridad misteriosa, en el arrullo solemne de lasaguas, vanas luces que surgen y se pierden a lo lejos como vidasestériles... En mi casa, mi dormitorio tenía una ventana que dabahacia el jardín cuya única vid desmedrada y raquítica, de hojascarcomidas por el salitre, serpenteaba agarrándose en los barrotesoxidados. Al despertar abría yo los ojos y contemplaba, tras el jardín, el mar. Por allí cruzaban los vapores con su plomizacabellera de humo que se diluía en el cielo azul. Otros llegaban al puerto, creciendo poco a poco, rodeados de gaviotas que flotabana su lado como copos de espuma y, ya fondeados, los rodeaban pequeños botecillos ágiles. Eran entonces los barcos comocadáveres de insectos, acosados por hormigas hambrientas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Levantábame después del beso de mi madre, apuraba el caféhumeante en la taza familiar, tomaba mi cartilla e íbame a laescuela por la ribera. Ya en el puerto, todo era luz y movimiento.La pesada locomotora, crepitante, recorría el muelle. Chirriabancomo desperezándose los rieles enmohecidos, alistaban los pescadores sus botes, los fleteros empujaban sus carros en loscuales los fardos de algodón hacían pirámide, sonaba la alegrecampana del "cochecito"; cruzaban en sus asnos pacientes ylanudos, sobre los hatos de alfalfa, verde y florecida en azul, las mozas del pueblo; llevaban otras en cestos de caña brava la pescade la víspera, y los empleados, con sus gorritas blancas de viserasnegras, entraban al resguardo, a la capitanía, a la aduana y a laestación del ferrocarril. Volvía yo antes del mediodía de laescuela por la orilla cogiendo conchas, huesos de aves marinas, piedras de rara color, plumas de gaviotas y yuyos que eran cintasmulticolores y transparentes como vidrios ahumados, quearrojaba el mar.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">II</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Mi padre que era empleado en la Aduana tenía un hermosotipo moreno. Faz tranquila, brillante mirada, bigote pródigo. Losdías de llegada de algún vapor vestíase de blanco y en la falúarápida, brillante y liviana, en cuya popa agitada por el vientoondeaba la bandera, iba mar afuera a recibirlo. Mi madre eradulcemente triste. Acostumbraba llevarnos todas las tardes a mihermanita y a mí a la orilla a ver morir el sol. Desde allí se veíael muelle, largo con sus aspas monótonas, sobre las que seelevaban las efes de sus columnas, que en los cuadernos, en laescuela, nosotros pintábamos así:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">f f f f xxxxxxx</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pues de los ganchitos de las efes pendían los faroles por lasnoches. Mi padre volvía por el muelle, al atardecer, nos buscabadesde lejos, hacíamos señales con los pañuelos y él perdíase unmomento tras de las oficinas al llegar a tierra para reaparecer anuestro lado. Juntos veíamos entonces "la procesión de las luces"cuando el sol se había puesto y el mar sonaba ya con el cantonocturno muy distinto del canto del día. Después de la procesiónregresábamos a casa y durante la comida papá nos contaba todolo que había hecho en la tarde.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Aquel día, como de costumbre, habíamos ido a ver la caída delsol y a esperar a papá. Mientras mi madre sobre la orillacontemplaba silenciosa el horizonte, nosotros jugábamos a sulado, con los zapatos enarenados, fabricando fortalezas de arenay piedras, que destruían las olas al desmayarse junto a sus muros,dejando entre ellos su blanquísima espuma. Lentamente caía latarde. De pronto mamá descubrió un punto en el lejano límite delmar.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¿Ven ustedes? -nos dijo preocupada- ¿no parece un barco?</div><div style="text-align: justify;">–Sí, mamá, respondí. Parece un barco...</div><div style="text-align: justify;">–¿Vendrá papá? -interrogó mi hermana.</div><div style="text-align: justify;">–Él no comerá hoy con nosotros, seguramente, agregó mimadre. Tendrá que recibir ese barco. Vendrá de noche. El mar está muy bravo. Y suspiró entristecida...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El sol se ahogó en sangre en el horizonte. El barco se divisó perfectamente recortado en el fondo ocre. Sobre el puerto cayó lanoche. En silencio emprendimos la vuelta a casa, mientrasencendían el faro del muelle y desfilaba "la procesión de lasluces".</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Así decíamos a un carro lleno de faroles que salía de lacapitanía y era conducido sobre el muelle por un marinero, quiena cada cincuenta metros se detenía, colocando sobre cada posteun farol hasta llegar al extremo del muelle extendido y lineal;mas, como esta operación hacíase entrada la noche, sólo se veíanavanzando sobre el mar, las luces, sin que el hombre ni el carroni el muelle se viesen, lo que daba a ese fanal un aspecto extrañoy quimérico en la profunda oscuridad de esas horas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Parecía aquel carro un buque fantasma que flotara sobre lasaguas muertas. A cada cincuenta metros se detenía, y una luzsuspendida por invisible mano iba a colgarse en lo alto de un poste, invisible también. Así, a medida que el carro avanzaba, lasluces iban quedando inmóviles en el espacio como estrellas sangrientas; y el fanal iba disminuyendo su brillor y dejando susluces a lo largo del muelle, como una familia cuyos miembrosfueran muriendo sucesivamente de una misma enfermedad. Por fin la última luz se quedaba oscilando al viento, muy lejos, sobreel mar que rugía en las profundas tinieblas de la noche.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Cuando se colgó el último farol, nosotros, cogidos de la manode mi madre, abandonamos la playa tornando al hogar. La criadanos puso los delantales blancos. La comida fue en silencio.Mamá no tomó nada. Y en el mutismo de esa noche triste, yoveía que mamá no quitaba la vista del lugar que debía ocupar mi padre, que estaba intacto con su servilleta doblada en el aro, sucubierto reluciente y su invertida copa. Todo inmóvil. Sólo se oíael chocar de los cubiertos con los platos o los pasos apagados dela sirviente, o el rumor que producía el viento al doblar losárboles del jardín. Mamá sólo dijo dos veces con su voz dulce ytriste:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Niño, no se toma así la cuchara...</div><div style="text-align: justify;">–Niña, no se come tan de prisa...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">III</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Papá debió volver muy tarde, porque cuando yo desperté en micama, sobresaltado al oír una exclamación, sonaron frías, lejanas,las dos de la madrugada. Yo no oí en detalle la conversación, demis padres; pero no puedo olvidar algunas frases que se me hanquedado grabadas profundamente.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Quién lo hubiera creído!</div><div style="text-align: justify;">-decía papá-. Tú conoces a Luisa,sabes cuán honorable y correcto es su marido...</div><div style="text-align: justify;">–¡No es posible, no es posible!</div><div style="text-align: justify;">-respondió mi madre, con vozmedrosa.</div><div style="text-align: justify;">–Ojalá no lo fuese. Lo cierto es que Fernando está preso; el juez cogió al niño y amenazó a Luisa con detenerlo si ella nodecía la verdad, y ya ves, la pobre mujer lo ha declarado todo.Dijo que Fernando había venido a Pisco con el exclusivo objetode perseguir a Kerr, pues había jurado matarlo por una viejacuestión de honor...</div><div style="text-align: justify;">–¿Y ella ha delatado a su marido? ¡Qué horrible traición, quéhorrible!</div><div style="text-align: justify;">–¿Y qué cuestión ha sido esa?...</div><div style="text-align: justify;">–No ha querido decirlo. Pero, admírate. Esto ha ocurrido a lascuatro de la tarde; Kerr ha muerto a las cinco a consecuencia dela herida, y cuando trasladaban su cadáver se promovió en lacalle un gran tumulto, oímos gritos y exclamaciones terribles,fuimos hacia allí y hemos visto a Luisa gritar, mesarse loscabellos y, como loca, llamar a su hijo. ¡Se lo habían robado!</div><div style="text-align: justify;">–¿Le han robado a su hijo?Sentí los sollozos de mi madre. Asustado me cubrí la cabezacon la sábana y me puse a rezar, inconsciente y temeroso, por todos esos desdichados a quienes no conocía.</div><div style="text-align: justify;">– Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor escontigo, Bendita eres...</div><div style="text-align: justify;">Al día siguiente, de mañana, trajeron una carta con un margende luto muy grande y papá salió a la calle vestido de negro.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">IV</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Recuerdo que al salir de la población, pasé por la plazuela queestá al fin del barrio "del Castillo" y empecé a alejarme en lacurva de la costa hacia San Andrés, entretenido en coger caracoles, plumas y yerbas marinas. Anduve largo rato y prontome encontré en la mitad del camino. Al norte, el puerto ya lejanode Pisco aparecía envuelto en un vapor vibrante, veíanse lascasas muy pequeñas, y los pinos, casi borrados por la distancia,elevábanse apenas. Los barcos del puerto tenían un aspecto deabandono, cual si estuvieran varados por el viento del Sur. ElMuelle parecía entrar apenas en el mar. Recorrí con la mirada lacurva de la costa que terminaba en San Andrés. Ante la soledaddel paisaje, sentí cierto temor que me detuvo. El mar sonabaapenas. El sol era tibio y acariciador. Una ave marina apareció alo lejos, la vi venir muy alto, muy alto, bajo el cielo, sola y serena como una alma; volaba sin agitar las alas, deslizándosesuavemente, arriba, arriba. La seguí con la mirada, alzando lacabeza, y el cielo me pareció abovedado, azul e inmenso, como sifuera más grande y más hondo y mis ojos lo miraran más profundamente.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El ave se acercaba, volví la cara y vi la campiña tierra adentro, pobre, alargándose en una faja angosta, detrás de la cualcomenzaba el desierto vasto, amarillo, monótono, como otro mar de pena y desolación. Una ráfaga ardiente vino de él hacia elmar.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En medio de esa hora me sentí solo, aislado, y tuve la idea dehaberme perdido en una de esas playas desconocidas y remotas, blancas y solitarias donde van las aves a morir. Entonces sentí eldivino prodigio del silencio; poco a poco se fue callando el rumor de las olas, yo estaba inmóvil en la curva de la playa y alapagarse el último ruido del mar, el ave se perdió a lo lejos. Nadaacusaba ya a la Humanidad ni a la vida. Todo era mudo y muerto.Sólo quedaba un zumbido en mi cerebro que fue extinguiéndose,hasta que sentí el silencio, claro, instantáneo, preciso. Pero sólofue un segundo. Un extraño sopor me invadió luego, me acostéen la arena, llevé mi vista hacia el sur, vi una silueta de mujer que aparecía a lo lejos, y mansamente, dulcemente, como unasonrisa, se fue borrando todo, todo, y me quedé dormido.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">V</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desperté con la idea de la mujer que había visto al dormirme, pero en vano la buscaron mis ojos, no estaba por ninguna parte.Seguramente había dormido mucho, y durante mi sueño, ladesconocida, que tenía un vestido blanco, había podido recorrer toda la playa. Observé, sin embargo, los pasos que venían por laorilla. Menudos rastros de mujer que el mar había borrado enalgunos sitios, circundaban el lugar donde yo me había dormidoy seguían hacia el puerto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pensativo y medroso no quise avanzar a San Andrés. El sol ibaa ponerse ya, y restregándome los ojos, siguiendo los rastros dela desconocida, emprendí la vuelta por la orilla. En algunos puntos el mar había borrado las huellas, buscábalas yo,adivinándolas casi, y por fin las veía aparecer sobre la arenahúmeda. Recogí una conchita rara, la eché en mi bolsillo y mimano tropezó con un extraño objeto. ¿Qué era? Una medalla dela Purísima, de plata, pendiendo de una cadena delgada, larga yfría. Examiné mucho el objeto y me convencí de que alguien lohabía puesto en mi bolsillo. Tuve una sospecha, la mujer; quisearrojarle, pero me detuve.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Guardé la medalla y cavilando en el hallazgo, llegué a casacuando el sol se ponía. Mi curiosidad hizo que callara y ocultarael objeto; y al día siguiente, martes de Semana Santa, a la mismahora, volví. El mar durante la noche había borrado las huellasdonde me acostara la víspera, pero aproximadamente elegí unsitio y me recosté. No tardó en aparecer la silueta blanca. Sentíun violento golpe en el corazón y un indecible temor. Y sinembargo tenía una gran simpatía por la desconocida que vestidade blanco se acercaba.El miedo me vencía, quería correr y luchaba por quedarme. Lamujer se acercaba cada vez más. Me miró desde lejos, quise irmeaún; pero ya era tarde.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El miedo y luego la apacible mirada deaquella mujer me lo impedían. Acercóse la señora. Yo, de pie,quitándome la gorra le dije:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Buenas tardes, señora...</div><div style="text-align: justify;">–¿Me conoces?...</div><div style="text-align: justify;">–Mamá me ha dicho que se debe saludar a las personasmayores... La señora me acarició sonriendo tristemente y me preguntó:</div><div style="text-align: justify;">–¿Te gusta mucho el mar?</div><div style="text-align: justify;">–Sí, señora. Vengo todas las tardes.</div><div style="text-align: justify;">–¿Y te quedas dormido?...</div><div style="text-align: justify;">–¿Usted vino ayer señora?...</div><div style="text-align: justify;">–No; pero cuando los niños se quedan dormidos a la orilla delmar, y son buenos, viene un ángel y les regala una medalla. ¿A tite ha regalado el ángel?...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Yo sonreí incrédulo; la dama lo comprendió, y conversando, perdido el temor hacia la señora vestida de blanco, cogido de sumano, emprendí la vuelta a la población.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Al llegar a la plazuela del Castillo, vimos unos hombres quelevantaban una especie de torre de cañas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¿Qué hacen esos hombres?</div><div style="text-align: justify;">-me preguntó la señora.</div><div style="text-align: justify;">–Papá nos ha dicho que están preparando el castillo paraquemar a Judas el sábado de gloria.</div><div style="text-align: justify;">–¿A Judas? ¿Quién te ha dicho eso? Y abriódesmesuradamente los ojos.</div><div style="text-align: justify;">–Papá dice que Judas tiene que venir el sábado por la noche yque todos los hombres del pueblo, los marineros, los trabajadoresdel muelle, los cargadores de la Estación, van a quemarlo, porqueJudas es muy malo... Papá nos traerá para que lo veamos...</div><div style="text-align: justify;">–¿Y tú sabes por qué lo queman?...</div><div style="text-align: justify;">–Sí, señora. Mamá dice que lo queman porque traicionó alSeñor...</div><div style="text-align: justify;">–¿Y no te da pena que lo quemen?...</div><div style="text-align: justify;">–No, señora. Que lo quemen. Por él los judíos mataron anuestro Señor Jesucristo. Si él no lo hubiese vendido, ¿cómohabrían sabido quién era los judíos?...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La señora no contestó. Seguimos en silencio hasta la población. Los hombres se quedaron trabajando y al despedirsela señora blanca me dio un beso y me preguntó:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Dime, ¿tú no perdonarías a Judas?...</div><div style="text-align: justify;">–No, señora blanca; no lo perdonaría.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La dama se marchó por la orilla oscura y yo tomé el camino demi casa. Después de la comida me acosté.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">VI</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Estuve varios días sin volver a la playa, pero el sábado degloria en que debían quemar a Judas, salí a la playa para dar un paseo y ver en la plaza el cuerpo del criminal, pues según papá,ya estaba allí esperando su castigo el traidor, rodeado demarineros, cargadores, hombres del pueblo y pescadores de SanAndrés. Salí a las cuatro de la tarde y me fui caminando por laorilla. Llegué al sitio donde Judas, en medio del pueblo, seelevaba, pero le tenían cubierto con una tela y sólo se le veía lacabeza. Tenía dos ojos enormes, abiertos, iracundos, pero sin pupilas y la inexpresiva mirada se tendía sobre la inmensidad delmar. Seguí caminando y al llegar a la mitad de la curva, distinguía la señora blanca que venía del lado de San Andrés. Pronto llegóhasta mí. Estaba pálida y me pareció enferma. Sobre su vestido blanco y bajo el sombrero alón, su rostro tenía una palidez demarfil. ¡Era tan blanca! Sus facciones afiladas parecían no tener sangre; su mirada era húmeda, amorosa y penetrante. Hablamoslargo rato.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¿Has visto a Judas?</div><div style="text-align: justify;">–Lo he visto, señora blanca...</div><div style="text-align: justify;">–¿Te da miedo?...</div><div style="text-align: justify;">–Es horrible... A mí me da mucho miedo...</div><div style="text-align: justify;">–¿Y ya le has perdonado?...</div><div style="text-align: justify;">–No, señora, yo no lo perdono. Dios se resentiría conmigo si le perdonase... ¿Usted viene esta noche a verlo quemar?...</div><div style="text-align: justify;">–Sí.</div><div style="text-align: justify;">–¿A qué hora?...</div><div style="text-align: justify;">–Un poco tarde. ¿Tú me reconocerías de noche?... ¿No teolvidarías de mi cara? Fíjate bien</div><div style="text-align: justify;">-y me miró extrañamente</div><div style="text-align: justify;">-Fíjate bien en mi cara... Yo vendré un poco tarde... Dime, ¿le hasvisto tú los ojos a Judas?... –Sí, señora. Son inmensos, blancos, muy blancos...</div><div style="text-align: justify;">–¿Dónde miran?...</div><div style="text-align: justify;">–Al mar...</div><div style="text-align: justify;">–¿Estás seguro? ¿Miran al mar? ¿Te has fijado bien?...</div><div style="text-align: justify;">–Sí, señora blanca, miran al mar...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sobre la arena donde nos habíamos sentado, la señora mirólargamente el océano. Un momento permaneció silenciosa yluego ocultó su cara entre las manos. Aún me pareció más pálida.</div><div style="text-align: justify;">–Vamos</div><div style="text-align: justify;">-me dijo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Yo la seguí. Caminamos en silencio a través de la playa, peroal acercarnos a la plazuela donde estaba el cuerpo de Judas, laseñora se detuvo y mirando al suelo, me dijo:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Fíjate bien en él... Me vas a contar adónde mira. Fíjate bien...Fíjate bien.Y al pasar ante el cuerpo, ella volvió la cara hacia el mar, parano ver la cara de Judas. Parecía temblar su mano, que me teníacogido por el brazo, y al alejarnos me decía:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Fíjate adónde mira, de qué color son sus ojos, fíjate, fíjate...Pasamos. Yo tenía miedo. Sentí temblar fuertemente a laseñora, que me preguntó nuevamente:</div><div style="text-align: justify;">–¿Dónde miran los ojos? –Al mar, señora blanca... Bien lejos, bien lejos...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ya era tarde. La noche empezó a caer y las luces de los barcosse anunciaron débilmente en la bahía. Al llegar a la altura de micasa, la señora me dio un beso en la frente, un beso muy largo, y me dijo:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Adiós!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La noche tenía un color brumoso, pero no tan negro comootras veces. Avancé hasta mi casa pensativo, y encontré a mimadre llorando, porque debía salir un barco a esa hora y papádebía ir a despacharlo. Nos sentamos a la mesa. Allí se oía rugir el mar, poderoso y amenazador. Madre no tomó nada y me atrevía preguntarle:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Mamá, ¿no vamos a ver quemar a Judas?...</div><div style="text-align: justify;">–Si papá vuelve pronto. Ahora vamos a rezar...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Nos levantamos de la mesa. Atravesarnos el patiecillo. Mihermana se había dormido y la criada la llevaba en brazos. Laluna se dibujaba opacamente en el cielo. Llegamos al dormitoriode mi madre y ante el altar, donde había una virgen del Carmenmuy linda, nos arrodillamos. Iniciamos el rezo. Mamá decía ensu oración:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Por los caminantes, navegantes, cautivos cristianos y encarcelados...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sentimos, inusitadamente, ruidos, carreras, voces ylamentaciones. Las gentes corrían gritando y de pronto oímos unsonido estridente, característico, como el pitear de un buque perdido. Una voz gritó cerca de la puerta:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Un naufragio!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Salimos despavoridos, en carrera loca, hacia la calle. El pueblocorría hacia la ribera. Mamá empezó a llorar. En ese momentoapareció mi padre y nos dijo:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Un naufragio. Hace una hora que he despachado el buque.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Seguramente ha encallado...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El buque llamaba con un silbido doloroso, como si se quejarade un agudo dolor, implorante, solemne, frío. La luna seguíaopacada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Salimos todos a la playa y pudimos ver que el barcohacía girar un reflector y que del muelle salían unos botes en su ayuda.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El pueblo se preparaba. Estaba reunido alrededor de la orilla,alistaba febrilmente sus embarcaciones, algunos habían sacadolinternas y farolillos y auscultaban el aire. Una voz ronca recorríala playa como una ola, pasaba de boca en boca y estallaba:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Un naufragio!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Era el eterno enemigo de la gente del mar, de los pescadores,que se lanzaban en los frágiles botes, de las mujeres que losesperaban temerosas, a la caída de la tarde; el eterno enemigo detodos los que viven a la orilla... El terrible enemigo contra el queluchan todas las creencias y supersticiones de los puebloscostaneros; que surge de repente, que a veces es el molinodesconocido y siniestro que lleva a los pescadores hacia unvórtice extraño y no los deja volver más a la costa; otras veces el peligro surge en forma de viento que aleja de la costa lasembarcaciones para perderlas en la inmensidad azul y verde delmar. Y siempre que aparece este espíritu desconocido ysorpresivo las gentes sencillas vibran y oran al apóstol pescador,su patrón y guía, porque seguramente alguna vida ha sido sacrificada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Aún oímos el rumor de las gentes del mar. Cuando empezó aretirarse, se apagaron los reflectores y el piteo cesó. Nadiecomprendía por qué el barco se alejaba; pero cuando éste se perdía hacia el sur, todo el pueblo, pensativo, silencioso einmenso, regresó por las calles y se encaminó a la plaza en la queJudas iba a ser sacrificado. Mamá no quiso ir, pero papá y yofuimos a verle.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Caminamos todo el barrio del Castillo y al terminarlo y entrar a la plazoleta, la fiesta se anunció con una viva luz sangrienta. Alos pies de Judas ardía una enorme y roja llamarada que hacíanubes de humo y que iluminaba por dentro el deforme cuerpo delcondenado, a quien yo quería ver de frente.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pero al verlo tuve miedo. Miedo de sus grandes ojos que seiluminaban de un tono casi rosado. Busqué entre los que nosrodeaban a la señora blanca, pero no la vi. La plaza estaba llena,el pueblo la ocupaba toda y de pronto, de la casa que estaba a laespalda de Judas y que daba frente al mar, salieron varioshombres con hachones encendidos y avanzaron entre la multitudhacia Judas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Ya lo van a quemar! -gritó el pueblo. Los hombres llegaron.Los hachones besaron los pies del traidor y una llama inmensaapareció violentamente. Acercaron un barril de alquitrán y lallamarada aumentó.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Entonces fue el prodigio. Al encenderse el cuerpo de Judas, losojos con el reflejo de la luz tornáronse rojos, con un rojoiracundo y amenazador; y como si toda aquella gente semi- perdida en la oscuridad y en las llamas, hubiera pensado en losojos del ajusticiado, siguió la mirada sangrienta de éste que fue adetenerse en el mar. Un punto negro había al final de la miradaque casi todo el pueblo señaló. Un golpe de luz de la lunailuminó el punto lejano y el pueblo, que aquella noche estabacomo poseído de una extraña preocupación, gritó abandonando la plaza y lanzándose a la orilla:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Un ahogado, un ahogado!...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Se produjo un tumulto horrible. Un clamor general que teníaalgo de plegaria y de oración, de maldición pavorosa y detragedia, se elevó hacia el mar, en esa noche sangrienta.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Un ahogado!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El punto era traído mansamente por las olas hacia la playa. Algrito unánime siguió un silencio absoluto en el que podía percibirse el nudo manso del mar. Cada uno de los allí presentesesperaba la llegada del desconocido cadáver, con un presentimiento doloroso y silente. La luna empezó a clarear.Debía ser muy tarde y por fin se distinguió un cadáver ya muycerca de la orilla, que parecía tener encima una blanca sábana. Laluna tuvo una coloración violeta y alumbró aún el cadáver que poco a poco iba acercándose.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Un marinero!, gritaron algunos.</div><div style="text-align: justify;">–¡Un niño!, dijeron otros. –¡Una mujer!, exclamaron todos. Algunos se lanzaron al mar ysacaron el cadáver a la orilla. El pueblo se agrupó al derredor. Leclavaban las luces de las linternas, se peleaban por verle, perocomo allí en la orilla no hubiese luz bastante, lo cargaron y lollevaron hacia los pies de Judas que aún ardía en el centro de la plaza. Todo el pueblo volvía a ella y con él yo -cogido siemprede la mano de papá-. Llegaron, colocaron en tierra el cadáver yardió el último resto del cuerpo de Judas quedando sólo lacabeza, cuyos dos ojos ya no miraban a ningún lugar sino atodos. Yo tenía una extraña curiosidad por ver el cadáver. Mi padre seguramente no deseaba otra cosa, hizo abrir sitio y comolas gentes de mar lo conocían y respetaban, le hicieron pasar yllegarnos hasta él.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Vi un grupo de hombres todos mojados, con la cabezainclinada teniendo en la mano sus sombreros, silenciosos,rodeando el cadáver, vestido de blanco, que estaba en el suelo. Vilas telas destrozadas y el cuerpo casi desnudo de una mujer. Fueuna horrible visión que no olvido nunca. La cabeza echada haciaatrás, cubierto el rostro con el cabello desgreñado. Un hombre deesos se inclinó, descubrió la cara y entonces tuve la más horrible sensación de mi vida. Di un grito extraño, inconsciente, y meabracé a las piernas de mi padre.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¡Papá, papá, si es la señora blanca! ¡La señora blanca, papá!...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Creí que el cadáver me miraba, que me reconocía; que Judas ponía sus ojos sobre él y di un segundo grito más fuerte y terribleque el primero.</div><div style="text-align: justify;">–¡Sí; perdono a Judas,señora blanca, sí, lo perdono!...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Padre me cogió como loco, me apretó contra su pecho, y yo,con los ojos muy abiertos, vi mientras que mi padre me llevaba,rojos y sangrientos, acusadores, siniestros y terribles, los ojos de Judas que miraban por última vez, mientras el pueblo sedesgranaba silencioso y unos cuantos hombres se inclinabansobre el cadáver blanco.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ocultábase la luna...</div>Unknownnoreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-9866381280105363812012-02-01T14:35:00.000-08:002012-02-01T14:35:16.691-08:00Drama Ollantay (Fragmento)<div style="text-align: justify;">El Drama Quechua</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY (Fragmento)</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><br />
<div style="text-align: justify;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-XaTAXTch8JQ/Tym0XoQHkVI/AAAAAAAABxo/ccg_A7CN3lE/s1600/ollantay.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em; text-align: justify;"><img border="0" height="200" src="http://1.bp.blogspot.com/-XaTAXTch8JQ/Tym0XoQHkVI/AAAAAAAABxo/ccg_A7CN3lE/s200/ollantay.jpg" width="140" /></a>Resumen de la obra: OLLANTAY, gran jefe de los ejércitos del inca Pachacútec se enamora apasionadamente de Cusi Coyllur, hija del inca. Esta relación rechazada como ilegítima por el inca subleva a Ollantay sobre todo por el enclaustramiento que se le impone a la ñusta, su amada. Tras largos años de lucha al fin es dominado el rebelde por Túpac Yupanqui, el nuevo inca. Al descubrir Túpac Yupanqui los hechos que originaron el alzamiento de Ollantay y que la ñusta enclaustrada, Cusi Coyllur, es su hermana, la liberta y perdona al rebelde produciéndose la reconciliación.</div><br />
<div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">ACTO 1</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">CUADRO 1</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">(Ollantay, con manto y con una maza aparece acompañado de Piqui Chaqui, su siervo. Calle del Cuzco).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Dime, ¿viste a Cusi CoyIlur? ¿Entraste en su palacio?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- ¡Dios no permita que me acerque allá! La ira del Inca es implacable y no me arriesgo a provocarla. (Pausa). ¿Cómo es que no la temes tú?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- El amor no teme a nadie ni a nada. (Pausa). Nunca dejaré de amar a esa criatura, bien lo sabes. El corazón me lleva hacia ella ...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- Debes estar poseído por el demonio. Hay muchas mujeres a las que puedes amar sin ningún peligro. ¡Cuántas se sentirían honradas de saber que las has elegido ... !</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¡Sólo me importa ella! ¡Ella! ¿Entiendes?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- Cuando el lnca descubra tu pensamiento, no vacilará en mandarte cortar el cuello o asarte vivo en la hoguera.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- No me estorbes, Piqui-Chaqui. No me contradigas, que estoy tan exaltado y que soy capaz de castigarte.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- ¿Qué ganarías con eso? Ya no tendrías a quién decirle días y noches que busque a Cusi-CoyIlur y le cuente tu pasión.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Ni la misma muerte podría detenerme. Por abrazar a Cusi Coyllur. combatiría contra una montaña hasta vencerla.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- Sólo te falta decir que también derrotarías al demonio.</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Aún a él pondría a mis plantas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- (Riendo) Hablas así porque no le has visto ni la punta de la nariz. El demonio no es buen enemigo ...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¡Calla! (Pausa). Dime, ¿no es Cusi Coyllur la más brillante flor del Imperio?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- ¡Bah!, estás loco por esa mujer! (Pausa). No la he visto, eso es todo... (Pensativo). Aunque pienso que fue una de las vírgenes que salieron ayer...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Cuenta, cuenta ... ¿Cómo era la que viste?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- Hermosa como la luna y deslumbrante como una estrella.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Sin duda era Cusi-Coyllur. ¿Ves cómo la conoces?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- Es una conjetura, nada más.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¿Era hermosa, jovial, dulce, frágil, delicada, única entre todas? (Piqui-Chaqui hace un gesto afirmativo). ¿Sí? Era ella. (Ansioso). Anda en este instante y dile cuánto la amo...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- No, no me parece prudente ir a plena luz con un encargo semejante.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¿Prefieres ir de noche?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- ¿No me has dicho que es una estrella? Pues bien, las estrellas sólo se ven cuando el sol se ha retirado.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- A cualquier hora brilla mi amada. Ella no tiene rival...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- (Mirando hacia afuera): Espera, señor. Por ahí viene una vieja o un viejo, no se sabe bien qué. Los viejos son ideales para esta clase de recados. Soy huérfano, sí, pero no me gustaría ser, además, mensajero de amores, porque eso tiene un nombre muy feo. (Aparece Huilca-Uma. Lleva una larga túnica negra y un cuchillo en</div><div style="text-align: justify;">la mano. Ingresa en la escena y, apenas ha dado unos pasos, se detiene y observa el sol).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- ¡Sol vivo, postrado ante ti adoro tu marcha. Para ti he separado cien llamas que sacrificaré el día de tu fiesta.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- (A Piqui-Chaqui, en voz baja). Es el brujo Huilca-Uma ... Ese viene con malos presagios, no lo dudes.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- (Continúa su oración, después de haber hecho algunas reverencias) Derramaré la sangre de las cien llamas en tu presencia. Después del ayuno, arderán en el fuego y ascenderán hacia ti... ¡Oh sol vivo!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Aborrezco a este agorero que cuando abre la boca sólo anuncia negros sucesos y vaticina el infortunio.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.-(Como temiendo que el brujo oiga a Ollantay) ¡Calla, no hables, no pienses! El sabe mejor que tú lo que sientes hacia él... (Huilca-Uma ve a Ollantay y a él se dirige. Ollantay va a su encuentro).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Te brindo mi respeto, noble Huilca-Uma, y te ofrezco mi veneración.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- A tus pies tienes a los Andes, poderoso Ollantay, y te aseguro que necesitarás de todo tu valor para mantenerlos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Para ti no hay nada oculto, bien lo sé. Veamos cómo ha de ser eso ...</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- ¿Me pides una predicción?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Tiemblo al mirarte y al ver todo lo que llevas contigo: cenizas, cimiento, adobes, vasos, cestos... ¿Para qué, si todavía no llegó la fiesta? ¿ Está enfermo el Inca?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- ¿Qué te propones al interrogarme así?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Ya te he dicho que estoy temeroso. Mi ánimo es cobarde y necesito de tu consejo, aunque tus palabras me anuncien la desgracia.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- Bien sabes que te estimo y que por eso estoy aquí. Dime la razón de tu quebranto. Iré donde tú quieras, como la paja brava batida por el viento. Hoy mismo te ofreceré la dicha o el veneno para que escojas entre la vida y la muerte.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Desata pronto esa enredada madeja, Huilca-Uma. Si has adivinado mi congoja, explícame claramente mi destino.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- (Calmo. Dueño de sí). Helo aquí. Escucha lo que mi ciencia ha descubierto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- Señor...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- (Irritado con la interrupción). ¡Vete! ¡No necesito tu ayuda! (Piqui-Chaqui se retira y se tiende al lado de una peña). Continúa, Huilca-Uma ...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- Te conozco desde niño, Ollantay. Sé que gobernarás el Antisuyo, porque el lnca te ama hasta el extremo de compartir contigo su poder. Entre todos te ha elegido. Serás uno de sus generales predilectos porque sabe de tu lealtad y tu valor. Contéstame ahora, aunque se te ahoguen las palabras en la garganta ...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¿Qué deseas saber?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- (Pensativo). Respóndeme, Ollantay, sin vacilar. ¿No intentas seducir a la princesa Cusi-Coyllur?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- (Desorientado y con desesperación). ¿Quién te lo ha dicho? ¿Quién te lo ha dicho? Sólo mi madre participaba del secreto y ahora tú también lo conoces ...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- No lo hagas, Ollantay; domina los impulsos de tu sangre. No cometas un crimen contra el lnca, tu señor. No es hidalgo corresponder a tantos beneficios con tan loca ingratitud.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- La amo, Huilca-Uma, la amo... ¿Qué puedo hacer?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- El lnca no comprenderá jamás esa pasión. Ama demasiado a Cusi-Coyllur, y si sospecha que la pretendes estallará su ira con la violencia de la tempestad. (pausa). ¿Acaso deliras por ser Inca?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- No es a la realeza a la que aspiro. (Pausa). Mi conciencia me dice que yo mismo he sido la causa de lo que me acontece. (En tono de súplica). ¿Me abandonarás en este trance?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- ¡Cuántas veces bebemos la muerte en vasos de oro! El hombre es temerario, y la temeridad se paga con la vida.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- En tus manos hay un cuchillo ... Bien, quítame la vida. Aquí estoy, a tus pies. (Se hinca).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- No es necesario ese remedio. Abandona tu amorosa inquietud, olvida a esa mujer que te está vedada ...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- Más pronto una peña dará agua y la tierra llorará que yo olvide a Cusi-Coyllur...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- Si siembras con simiente un campo, la simiente no tardará en multiplicarse y rebasar los límites. Así tu crimen crecerá hasta devorarte.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- (Poniéndose de pie). Te revelaré todo mi secreto. El lazo en el que estoy atrapado no puede ser roto. Mi propio crimen será mi verdugo. (Pausa). Sí, Cusi-Coyllur es mi esposa. Soy ya de su sangre y de su linaje y su madre lo sabe ...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- ¿Qué dices? ¿Has profanado la estirpe del Inca? ¡Pobre de ti!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- (Suplicante). Ayúdame a hablar a Pachacútec. Condúceme ante él e intercede por mí. Que vea mi infancia, oscura pero recta; que mire mis pasos de hombre y los cuente uno a uno; que contemple mis armas que han humillado a sus pies a miles de valientes. Me prosternaré ante él y le pediré clemencia con todas las fuerzas de mi alma.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- Ve solo, Ollantay. Por más que te desesperes, muy poco será lo que tendrás que decir. De todas maneras, dondequiera que esté yo podré inf1uir para que salgas con bien de esta prueba.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- (A sí mismo). No temas, Ollantay. Eres valiente y el miedo no te debe doblegar. ¡Cusi-Coyllur, tú has de protegerne! (Mirando a todos lados). ¿Dónde está Piqui-Chaqui?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">HUILCA-UMA.- Míralo allí, dormido junto a aquella piedra.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¡Piqui-Chaqui, despierta!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- ¡Oh!, ¡He tenido una pesadilla!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¿Pesadilla? ¿De qué clase?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- Que era una llama y que estaba atado por el cuello.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¿Qué más?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- Alguien tiraba de la cuerda y el cuello se me estiraba. Eso no es nada agradable ...</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¡Déjate de impertinencias! ¡Ahora vamos a ver a Cusi-Coyllur!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">PIQUI-CHAQUI.- ¿Pero si es una estrella, cómo quieres verla de día?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">OLLANTAY.- ¡Vamos!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">(Salen los dos. HuiIca-Uma los ve partir. Luego reanuda su marcha lentamente).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Adaptación del drama para el teatro moderno por César Miró y Sebastián Salazar Bondy. Versión de José María Arguedas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Lengua 2 Teaoría y Práctica de la Comunicación</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-66451516028726067462012-02-01T11:14:00.000-08:002012-02-01T11:14:09.085-08:00Los duendes del Cuzco - Ricardo PalmaCRÓNICA QUE TRATA DE CÓMO EL VIRREY POETA ENTENDÍA LA JUSTICIA<br />
<br />
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-TTWXBBhjJ3o/TymKX7UkzhI/AAAAAAAABwU/n6lxKWOMYaY/s1600/Palma1.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://3.bp.blogspot.com/-TTWXBBhjJ3o/TymKX7UkzhI/AAAAAAAABwU/n6lxKWOMYaY/s200/Palma1.jpg" width="127" /></a><br />
<div style="text-align: justify;">Esta tradición no tiene otra fuente de autoridad que el relato del pueblo. Todos la conocen en el Cuzco tal como hoy la presento. Ningún cronista hace mención de ella, y sólo en un manuscrito de rápidas apuntaciones, que abarca desde la época del virrey marqués de Salinas hasta la del duque de la Palata, encuentro las siguientes líneas:</div><br />
<blockquote class="tr_bq">«En este tiempo del gobierno del príncipe de Squillace, murió malamente en el Cuzco, a manos del diablo, el almirante de Castilla, conocido por el descomulgado».</blockquote><div style="text-align: justify;">Como se ve, muy poca luz proporcionan estas líneas, y me afirman que en los “Anales del Cuzco”, que posee inéditos el señor obispo de Ochoa, tampoco se avanza más, sino que el misterioso suceso está colocado en época diversa a la que yo le asigno.</div><div style="text-align: justify;">Y he tenido en cuenta para preferir los tiempos de don Francisco de Borja; y Aragón, no sólo la apuntación ya citada, sino la especialísima circunstancia de que, conocido el carácter del virrey poeta, son propias de él las espirituales palabras con que termina esta leyenda.</div><div style="text-align: justify;">Hechas las salvedades anteriores, en descargo de mi conciencia de cronista, pongo punto redondo y entro en materia.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">I</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache y conde de Mayalde, natural de Madrid y caballero de las Ordenes de Santiago y Montesa, contaba treinta y dos años cuando Felipe III, que lo estimaba, en mucho, le nombró virrey del Perú. Los cortesanos criticaron el nombramiento, porque don Francisco sólo se había ocupado hasta entonces en escribir versos, galanteos y desafíos. Pero Felipe III, a cuyo regio oído, y contra la costumbre, llegaron las murmuraciones, dijo: —En verdad que es el más joven de los virreyes que hasta hoy han ido a Indias; pero en Esquilache hay cabeza, y más que cabeza brazo fuerte.</div><div style="text-align: justify;">El monarca no se equivocó. El Perú estaba amagado por flotas filibusteras: y por muy buen gobernante que hiciese don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, faltábale los bríos de la juventud. Jorge Spitberg, con una escuadra holandesa, después de talar las costas de Chile, se dirigió al Callao. La escuadra española le salió al encuentro el 22 de julio de 1615, y después de cinco horas de reñido y feroz combate frente a Cerro Azul o Cañete, se incendió la capitana, se fueron a pique varias naves, y los piratas vencedores pasaron a cuchillo a los prisioneros.</div><div style="text-align: justify;">El virrey marqués de Montesclaros se constituyó en el Callao para dirigir la resistencia, más por llenar el deber que porque tuviese la esperanza de impedir, con los pocos y malos elementos de que disponía, el desembarque de los piratas y el consiguiente saqueo de Lima. En la ciudad de los Reyes dominaba un verdadero pánico; y las iglesias no sólo se hallaban invadidas por débiles mujeres, sino por hombres que, lejos de pensar en defender como bravos sus hogares, invocaban la protección divina contra los herejes holandeses. El anciano y corajudo virrey disponía escasamente de mil hombres en el Callao, y nótese que, según el censo de 1614, el número de habitantes de Lima ascendía a 25.454.</div><div style="text-align: justify;">Pero Spitberg se conformó con disparar algunos cañonazos que le fueron débilmente contestados, e hizo rumbo para Paita. Peralta en su “Lima fundada”, y el conde de la Granja, en su poema de “Santa Rosa”, traen detalles sobre esos luctuosos días. El sentimiento cristiano atribuye la retirada de los piratas a milagro que realizó la virgen limeña, que murió dos años después, el 24 de agosto de 1617.</div><div style="text-align: justify;">Según unos el 18 y según otros el 23 de diciembre de 1615, entró en Lima el príncipe de Esquilache, habiendo salvado providencialmente, en la travesía de Panamá al Callao, de caer en manos de los piratas.</div><div style="text-align: justify;">El recibimiento de este virrey fué suntuoso, y el Cabildo no se paró en gastos para darle esplendidez.</div><div style="text-align: justify;">Su primera atención fué crear y fortificar el puerto, lo que mantuvo a raya la audacia de los filibusteros hasta el gobierno de su sucesor, en que el holandés Jacobo L'Heremite acometió su formidable empresa pirática. Descendiente del Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) y de San Francisco de Borja, duque de Gandía, el príncipe de Esquilache, como años más tarde su sucesor y pariente el conde de Lemos, gobernó el Perú bajo la influencia de los jesuítas.</div><div style="text-align: justify;">Calmada la zozobra que inspiraban los amagos filibusteros, don Francisco se contrajo al arreglo de la hacienda pública, dictó sabias ordenanzas para los minerales de Potosí y Huancavelica, y en 20 de diciembre de 1619 erigió el tribunal del Consulado de Comercio.</div><div style="text-align: justify;">Hombre de letras, creó el famoso colegio del Príncipe, para educación de los hijos de caciques, y no permitió la representación de comedias ni autos sacramentales que no hubieran pasado antes por su censura. «Deber del que gobierna —decía— es ser solícito por que no se pervierta el gusto».</div><div style="text-align: justify;">La censura que ejercía el príncipe de Esquilache era puramente literaria, y a fe que el juez no podía ser más autorizado. En la pléyade de poetas del siglo XVII, siglo que produjo a Cervantes, Calderón, Lope, Quevedo, Tirso de Molina, Alarcón y Moreto, el príncipe de Esquilache es uno de los más notables, si no por la grandeza de la idea, por la lozanía y corrección de la forma. Sus composiciones sueltas y su poema histórico "Nápoles recuperada", bastan para darle lugar preeminente en el español Parnaso.</div><div style="text-align: justify;">No es menos notable como prosador castizo y elegante. En uno de los volúmenes de la obra “Memorias de los virreyes” se encuentra la “Relación” de su época de mando, escrito que entregó a la Audiencia para que ésta lo pasase a su sucesor don Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar. La pureza de dicción y la claridad del pensamiento resaltan en este trabajo, digno, en verdad, de juicio menos sintético.</div><div style="text-align: justify;">Para dar una idea del culto que Esquilache rendía a las letras, nos será suficiente apuntar que, en Lima, estableció una academia o “club” literario, como hoy decimos, cuyas sesiones tenían lugar los sábados en una de las salas de palacio. Según un escritor amigo mío y que cultivó el ramo de crónicas, los asistentes no pasaban de doce, personajes los más caracterizados en el foro, la milicia o la iglesia. «Allí asistía el profundo teólogo y humanista don Pedro de Yarpe Montenegro, coronel de ejército; don Baltasar de Laza y Rebolledo, oidor de la Real Audiencia; don Luis de la Puente, abogado insigne; fray Baldomero Illescas, religioso franciscano, gran conocedor de los clásicos griegos y latinos; don Baltasar Moreyra, poeta, y otros cuyos nombres no han podido atravesar los dos siglos y medio que nos separan de su época. El virrey los recibía con exquisita urbanidad; y los bollos, bizcochos de garapiña chocolate y sorbetes distraían las conferencias literarias de sus convidados. Lástima que no se hubieran extendido actas de aquellas sesiones, que seguramente serían preferibles a las de nuestros Congresos».</div><div style="text-align: justify;">Entre las agudezas del príncipe de Esquilache, cuentan que le dijo a un sujeto muy cerrado de mollera, que leía mucho y ningún fruto sacaba de la lectura: —Déjese de libros, amigo, y persuádase que el huevo mientras más cocido, más duro.</div><div style="text-align: justify;">Esquilache, al regresar a España en 1622, fué muy considerado del nuevo monarca Felipe IV, y murió en 1658 en la coronada villa del oso y el madroño.</div><div style="text-align: justify;">Las armas de la casa de Borja eran un toro de gules en campo de oro, bordura de sinople y ocho brezos de oro.</div><div style="text-align: justify;">Presentado el virrey poeta, pasemos a la tradición popular.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">II</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Existe en la ciudad del Cuzco una soberbia casa conocida por la del "Almirante"; y parece que el tal almirante tuvo tanto de marino, como alguno que yo me sé y que sólo ha visto el mar en pintura. La verdad es que el título era hereditario y pasaba de padres a hijos.</div><div style="text-align: justify;">La casa era obra notabilísima. El acueducto y el tallado de los techos, en uno de los cuales se halla modelado el busto del almirante que la fabricó, llaman preferentemente la atención.</div><div style="text-align: justify;">Que vivieron en el Cuzco cuatro almirantes, lo comprueba el árbol genealógico que en 1861 presentó ante el Soberano Congreso del Perú el señor don Sixto Laza, para que se le declarase legítimo y único representante del Inca Huáscar, con derecho a una parte de las huaneras, al ducado de Medina de Ríoseco, al marquesado de Oropesa y varias otras gollerías. ¡Carillo iba a costarnos el gusto de tener príncipe en casa! Pero conste, para cuando nos cansemos de la república, teórica o práctica, y proclamemos, por variar de plato, la monarquía, absoluta o constitucional, que todo puede suceder, Dios mediante y el trotecito trajinero que llevamos.</div><div style="text-align: justify;">Refiriéndose a ese árbol genealógico, el primer almirante fué don Manuel de Castilla, el segundo don Cristóbal de Castilla Espinosa y Lugo, al cual sucedió su hijo don Gabriel de Castilla Vázquez de Vargas, siendo el cuarto y último don Juan de Castilla y González, cuya descendencia se pierde en la rama femenina.</div><div style="text-align: justify;">Cuéntase de los Castilla, para comprobar lo ensoberbecidos que vivían de su alcurnia, que cuando rezaban el Avemaría usaban esta frase: "Santa María, madre de Dios, parienta y señora nuestra, ruega por nos".</div><div style="text-align: justify;">Las armas de los Castilla eran: escudo tronchado; el primer cuartel en gules y castillo de oro aclarado de azur; el segundo en plata, con león rampante de gules y banda de sinople con dos dragantes también de sinople.</div><div style="text-align: justify;">Aventurado sería determinar cuál de los cuatro es el héroe de la tradición, y en esta incertidumbre puede el lector aplicar el mochuelo a cualquiera, que de fijo no vendrá del otro barrio a querellarse de calumnia.</div><div style="text-align: justify;">El tal almirante era hombre de más humos que una chimenea, muy pagado de sus pergaminos y más tieso que su almidonada gorguera. En el patio de la casa ostentábase una magnífica fuente de piedra, a la que el vecindario acudía para proveerse de agua, tomando al pie de la letra el refrán de que agua y candela a nadie se niegan.</div><div style="text-align: justify;">Pero una mañana se levantó su señoría con un humor de todos los diablos, y dió orden a sus fámulos para que moliesen a palos a cualquier bicho de la canalla que fuese osado a atravesar los umbrales en busca del elemento refrigerador.</div><div style="text-align: justify;">Una de las primeras que sufrió el castigo fué una pobre vieja, lo que produjo algún escándalo en el pueblo.</div><div style="text-align: justify;">Al otro día el hijo de ésta, que era un joven clérigo que servía la parroquia de San Jerónimo, a pocas leguas del Cuzco, llegó a la ciudad y se impuso del ultraje inferido a su anciana madre. Dirigióse inmediatamente a casa del almirante; y el hombre de los pergaminos lo llamó hijo de cabra y vela verde, y echó verbos y gerundios, sapos y culebras por esa aristocrática boca, terminando por darle una soberana paliza al sacerdote.</div><div style="text-align: justify;">La excitación que causó el atentado fué inmensa. Las autoridades no se atrevían a declararse abiertamente contra el magnate, y dieron tiempo al tiempo, que a la postre todo lo calma. Pero la gente de iglesia y el pueblo declararon excomulgado al orgulloso almirante.</div><div style="text-align: justify;">El insultado clérigo, pocas horas después de recibido el agravio, se dirigió a la Catedral y se puso de rodillas a orar ante la imagen de Cristo, obsequiada a la ciudad por Carlos V. Terminada su oración, dejó a los pies del Juez Supremo un memorial exponiendo su queja y demandando la justicia de Dios, persuadido que no había de lograrla de los hombres. Diz que volvió al templo al siguiente día, y recogió la querella proveída con un decreto marginal de "Como se pide: se hará justicia". Y así pasaron tres meses, hasta que un día amaneció frente a la casa una horca y pendiente de ella el cadáver del excomulgado, sin que nadie alcanzara a descubrir los autores del crimen, por mucho que las sospechas recayeran sobre el clérigo, quien supo, con numerosos testimonios, “probar la coartada”.</div><div style="text-align: justify;">En el proceso que se siguió declararon dos mujeres de la vecindad que habían visto un grupo de hombres “cabezones y chiquirriticos” vulgo duendes, preparando la horca; y que cuando ésta quedó alzada, llamaron por tres veces a la puerta de la casa, la que se abrió al tercer aldabonazo. Poco después el almirante, vestido de gala, salió en medio de los duendes, que sin más ceremonia lo suspendieron como un racimo. </div><div style="text-align: justify;">Con tales declaraciones la justicia se quedó a obscuras y no pudiendo proceder contra los duendes, pensó que era cuerdo el sobreseimiento.</div><div style="text-align: justify;">Si el pueblo cree como artículo de fe que los duendes dieron fin del excomulgado almirante, no es un cronista el que ha de meterse en atolladeros para convencerlo de lo contrario, por mucho que la gente descreída de aquel tiempo murmurara por lo bajo que todo lo acontecido era obra de los jesuítas, para acrecer la importancia y respeto debidos al estado sacerdotal.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">III</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El intendente y los alcaldes del Cuzco dieron cuenta de todo al virrey, quien después de oír leer el minucioso informe le dijo a su secretario:</div><div style="text-align: justify;">—¡Pláceme el tema para un romance moruno! ¿Qué te parece de esto, mi buen Estúñiga?</div><div style="text-align: justify;">—Que vuecelencia debe echar una mónita a esos sandios golillas que no han sabido hallar la pista de los fautores del crimen.</div><div style="text-align: justify;">—Y entonces se pierde lo poético del sucedido —repuso el de Esquilache sonriéndose.</div><div style="text-align: justify;">—Verdad, señor; pero se habrá hecho justicia.</div><div style="text-align: justify;">El virrey se quedó algunos segundos pensativo; y luego, levantándose de su asiento, puso la mano sobre el hombro de su secretario:</div><div style="text-align: justify;">—Amigo mío, lo hecho está bien hecho; y mejor andaría el mundo si, en casos dados, no fuesen leguleyos trapisondistas y demás cuervos de Temis, sino duendes, los que administrasen justicia. Y con esto, buenas noches y que Dios y Santa María nos tengan en su santa guarda y nos libren de duendes y remordimientos.</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-31248459529176152892012-02-01T10:38:00.000-08:002012-02-01T10:38:21.626-08:00Viaje alrededor del porvenir - César Vallejo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-HyB6I8Ks298/TymGWlJZ8gI/AAAAAAAABwI/TYE021hT8jQ/s1600/vallejo.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-HyB6I8Ks298/TymGWlJZ8gI/AAAAAAAABwI/TYE021hT8jQ/s1600/vallejo.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;">A eso de las dos de la mañana despertó el administrador en un sobresalto. Tocó el botón de la luz y alumbró. Al consultar su reloj de bolsillo, se dio cuenta de que era todavía muy temprano para levantarse. Apagó y trató de dormirse de nuevo. Hasta las tres y media podía dar un buen sueño. Su mujer parecía estar sumida en un sueño profundo. El administrador ignoraba que ella le había sentido y que, en ese momento, estaba también despierta. Sin embargo, los dos permanecían en silencio, el uno junto al otro, en medio de la completa oscuridad del dormitorio.</div><div style="text-align: justify;">Pero pasados unos minutos, no le volvía el sueño al administrador, y su mujer, sin saber por qué, tampoco podía ya dormir, siguiendo con el oído los movimientos que, de cuando en cuando, hacía su marido en la cama y hasta el ritmo de su respiración y el parpadeo de sus ojos. Hacía dos años que eran casados. Una hijita de tres meses dormía en su cuna, en la habitación contigua, a cargo de una nodriza. El administrador casó con Eva, no porque la quisiera, sino por conveniencia, pues esta tenía un lejano parentesco con don Julio, patrón de la hacienda. El administrador hizo, en efecto, un buen negocio: apenas se casaron, el patrón lo había ascendido de simple mayordomo de campo, con 60 soles de sueldo y una simple ración de carne y arroz, a administrador general de la hacienda, con 150 soles mensuales y tres raciones diarias. De otro lado, aun cuando el parentesco en cuestión no contaba mucho a los ojos del patrón —hombre duro, vanidoso y avaro— con el matrimonio cambió en parte el tratamiento que le daba a su ex—mayordomo de campo. Tenía para él una sonrisa, por lo menos, a la semana. Solía también a veces dar a sus instrucciones, delante de los obreros y los otros empleados, repentinas entonaciones de deferencia. Una vez al mes, les estaba acordado al administrador y a su mujer, ir de visita a la casa—hacienda y comer en la mesa de los parientes pobres del patrón. Por último, el 28 de julio de cada año, día de la fiesta nacional, recibía el cajero orden de dar al administrador un sueldo gratis. Mas la dádiva mayor no había sido todavía recibida, aunque ya estaba prometida.</div><div style="text-align: justify;">El día en que nació la hija del administrador, la mujer del patrón le dijo a su marido, a la hora de cenar:</div><div style="text-align: justify;">–¿Sabes una cosa?</div><div style="text-align: justify;">El patrón, cuyo despotismo y frialdad no exceptuaba ni a su mujer, movió negativamente la cabeza.</div><div style="text-align: justify;">–Eva ha dado a luz esta mañana —añadió la patrona— y la criatura es mujercita.</div><div style="text-align: justify;">–¡Zonza! —argumentó el patrón en tono de burla—. No sabe hacé hico. ¿Po qué no hacé uno muchacho hombre?</div><div style="text-align: justify;">El patrón hablaba pronunciando las palabras como chino que ignorase el español. ¿Por qué tan singular costumbre? ¿Lo hacía acaso porque, en realidad, no pudiese articular bien el español? No. Lo hacía por hábito de soberbia y de dominio. Cuando la hacienda estuvo aún en manos de su padre —un inmigrante italiano, que se hizo rico en el Perú, vendiendo ultramarinos al por menor— la mayor parte de los obreros del campo eran chinos. Estos culíes eran tratados entonces como esclavos. El padre del actual patrón y cualquiera de sus capataces o empleados superiores podían azotar, dar de palos o matar de un tiro de revólver a un culí, por quítame allí esas pajas. Así, pues, el actual patrón creció servido por chinos y obedeciendo a un raro fenómeno de persistente relación entre el lenguaje usado por aquel entonces en el trato con los culíes y la condición de esclavos en que don Julio se había acostumbrado a ver a los obreros y, de modo general, a cuantos le eran económicamente inferiores, se hizo hábito oír al patrón hablar en un español chinesco a todos los habitantes de su hacienda. Nada importaba que ahora no se tratase ya de culíes sino de indígenas de la sierra del Perú. Su lenguaje resultaba, por eso, de un ridículo no exento de una aureola feudal y sanguinaria.</div><div style="text-align: justify;">Don Julio, aquella noche del nacimiento de la hija del administrador, había llamado a este a su escritorio después de cenar, y le dijo severamente: </div><div style="text-align: justify;">–Tú tene ahora una hica. Por qué tú no hacé uno muchacho. ¡Tú ée zonzo!</div><div style="text-align: justify;">El administrador de pie y en actitud humilde, se puso colorado de emoción, al sentirse honrado, con el hecho de que el patrón se interesase así por la vida de los suyos. Una mezcla de orgullo y de pudor le estremeció ante las palabras protectoras del patrón y no supo qué contestar. Sonrió penosamente y bajó la frente. El patrón añadió, entonces, paternalmente:</div><div style="text-align: justify;">–Anda tú hacé uno hico muchacho, uno hico macho. Si tú hacé un chico home, yo date legalo di mil soles.</div><div style="text-align: justify;">Después dio don Julio unos largos pasos con sus enormes piernas de gigante y salió del escritorio, sin dejarle tiempo al administrador para darle las gracias por tamaña promesa.</div><div style="text-align: justify;">Desde entonces, el administrador vivía con la constante preocupación de engendrar un hijo hombre. Formulada la promesa por el patrón, se apresuró a comunicarla inmediatamente a su mujer, la cual, en su gran inconciencia, vecina de un impudor casi cínico, recibió la noticia con saltos de alegría y entusiasmo. Ambos cónyuges empezaron a soñar día y noche en aquel alumbramiento de un hijo hombre, que les traería los diez mil soles prometidos... día y noche. Esta perspectiva surgía ante ellos principalmente cada vez que se veían en apuros de dinero y en cuantas ocasiones hablaban de proyectos de futuro bienestar. Necesitaban vestirse mejor que los Quesada. Necesitaban comprar muebles nuevos para la casa de Chiclayo. Además, convendría hacer un paseíto a Lima. ¿Por qué solamente los Herrera y los Ulercado tenían derecho a ir a pasear a Lima todos los años?</div><div style="text-align: justify;">–Mira, Arturo —decía Eva, en un delirio de ilusión a su marido—, si llegamos a tener el chico este año, podríamos pasar la temporada de verano en Miraflores. ¡Oh, qué maravilla sería eso! ¡Cómo se morirían de envidia todas mis amigas!</div><div style="text-align: justify;">En un transporte de entusiasmo, Eva echaba los brazos al cuello del administrador y acotaba, poniéndose seria:</div><div style="text-align: justify;">–Pero creo que don Julio lo hace tal vez para que trabajes mejor y cumplas debidamente con los deberes de tu puesto. ¿Crees tú que está contento con tu trabajo?</div><div style="text-align: justify;">–Ya lo creo que sí. Está contentísimo. De otra manera, no me habría prometido el regalo. El otro día, le hice ganar de nuevo a la hacienda un montón de dinero.</div><div style="text-align: justify;">–¿Cómo, Arturito mío? ¿Cómo lo hiciste?</div><div style="text-align: justify;">–La semana pasada, un equipo de braceros de la Contrata Puga trabajó seis días en un destajo de corte de caña. Yo lo sabía perfectamente. El caporal había también registrado en la planilla esas tareas. Pero el sábado por la tarde, pasé, como quien no hace la cosa, por la caja a la hora del pago de las planillas semanales. Miré al azar las planillas sobre la mesa y al encontrarme con la de los cañeros, hice como que me sorprendía de verla. Llamé al caporal y le pregunté por qué se iba a pagar a esa gente un trabajo que yo ignoraba y que, sobre todo, yo no había ordenado que se hiciese. Se hicieron los esclarecimientos del caso y acabé diciendo que no se pagasen esos salarios, puesto que se trataba de un trabajo que yo no había ordenado. Y así se hizo. Total: unos cientos de soles ahorrados para la hacienda.</div><div style="text-align: justify;">Eva se quedó pensativa y preguntó vacilante:</div><div style="text-align: justify;">–Pero ¿y los obreros no cobraron su trabajo?</div><div style="text-align: justify;">–Naturalmente que no. Si, precisamente, de eso es de lo que se trataba.</div><div style="text-align: justify;">–Pero... ¡Pobrecitos! ¿Y el contratista tampoco les pagaría?</div><div style="text-align: justify;">–¿Pagarles el contratista, dices? —exclamó el administrador con sarcasmo—. Bueno será Puga para desembolsar un dinero que él no ha recibido...</div><div style="text-align: justify;">Eva quedó entonces con su marido en que el regalo prometido por el patrón no tenía nada que ver con los servicios del administrador, sino que era una cosa completamente desinteresada y generosa.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">* * *</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y esta noche, en que el administrador ya no podía conciliar el sueño, vino a su mente de súbito la idea del regalo prometido por don Julio. Si el administrador lograba engendrar un hijo macho, sería una cosa formidable. Pero ¿cómo lograrlo? Más de una vez se habían hecho él y su mujer esta interrogación. ¿Cómo engendrar un hijo hombre? Los dos pensaban que la cosa consistía en alimentarse bien. Otras veces creían que era cuestión de técnica y, en las horas de escepticismo, pensaban, siguiendo su experiencia, que eran estos designios de la suerte y que no había nada que hacer. La pareja pasaba noches ardidas de esfuerzo y ansiedad. Había ocasiones en que Eva, después de un espasmo heroico y calculado, como un teorema de raíz cúbica, se sumía en un silencio abstracto para luego exclamar de pronto, besando sudorosa a su marido:</div><div style="text-align: justify;">–¡Ya! ¡Yo creo que ya! ¡Siento que ahora sí, que ya! Lo siento. ¡Lo siento claramente!</div><div style="text-align: justify;">–No —respondía Arturo, exhausto y desalentado—. Yo he sentido que no. Esto es una broma.</div><div style="text-align: justify;">Otras veces era el administrador quien solía exclamar en el instante preciso de su goce:</div><div style="text-align: justify;">–¡Ya!... ¡Ya!... ¡Ya!... ¡Ya!...</div><div style="text-align: justify;">Eva, por el contrario, se mostraba escéptica, aunque no se atreviese a desalentar a su marido y, más bien, le respondía con jadeante y débil voz:</div><div style="text-align: justify;">–Sí... Probablemente... Probablemente...</div><div style="text-align: justify;">El administrador, al recordar esta noche de insomnio, todas estas escenas y luchas por los diez mil soles prometidos por don Julio, se puso de mal humor. Se dio una vuelta brusca en la cama y lanzó un bufido de cólera. ¡Habrase visto cosa más imbécil! No poder engendrar un hijo macho. ¡Era el colmo de la mala suerte!</div><div style="text-align: justify;">Eva oyó el bufido rabioso de su marido y de golpe comprendió en qué estaba pensando Arturo. Meditó un momento y fingió despertar solamente en ese instante, acercando a ciegas sus carnes desnudas y cálidas al cuerpo de su marido. Después le echó el brazo sobre el hombro y siguió agitándose y rozándose con él. Por su parte, Arturo se dio a reflexionar en la necesidad de ser tenaz en su propósito y de no abandonar por ningún motivo la empresa de los diez mil soles. Unos minutos después, tomó, a su turno, por la cintura a su mujer y se besaron sin pronunciar palabras. Pero, esta vez, la empresa abortó completamente, pues siete meses más tarde, Eva daba a luz una mujercita.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-39845904463032081522012-01-15T09:50:00.000-08:002012-01-15T09:50:26.203-08:00La insignia - Julio Ramón Ribeyro<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-6KoQAvMTawc/TrSCOhCO7CI/AAAAAAAAEkw/gq98SoMrYA8/s1600/silhouette%2Billustrations%2Brelating%2Bto%2BRussian%2Bpoet%252C%2BAlexander%2BPushkin_Pushkin%2Bsilhouettes%2Be.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><br />
<img alt="haravicus.blogspot.com" border="0" height="166" src="http://3.bp.blogspot.com/-6KoQAvMTawc/TrSCOhCO7CI/AAAAAAAAEkw/gq98SoMrYA8/s200/silhouette%2Billustrations%2Brelating%2Bto%2BRussian%2Bpoet%252C%2BAlexander%2BPushkin_Pushkin%2Bsilhouettes%2Be.jpg" title="haravicus.blogspot.com" width="200" /></a><span lang="ES-TRAD">Hasta ahora recuerdo aquella tarde en que al pasar por el malecón divisé en un pequeño basural un objeto brillante. Con una curiosidad muy explicable en mi temperamento de coleccionista, me agaché y después de recogerlo lo froté contra la manga de mi saco. Así pude observar que se trataba de una menuda insignia de plata, atravesada por unos signos que en ese momento me parecieron incomprensibles. Me la eché al bolsillo y, sin darle mayor importancia al asunto, regresé a mi casa. No puedo precisar cuánto tiempo estuvo guardada en aquel traje, que por lo demás era un traje que usaba poco. Sólo recuerdo que en una oportunidad lo mandé a lavar y, con gran sorpresa mía, cuando el dependiente me lo devolvió limpio, me entregó una cajita, diciéndome: «Esto debe ser suyo, pues lo he encontrado en su bolsillo». </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Era, naturalmente, la insignia y este rescate inesperado me conmovió a tal extremo que decidí usarla. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Aquí empieza verdaderamente el encadenamiento de sucesos extraños que me acontecieron. Lo primero fue un incidente que tuve en una librería de viejo. Me hallaba repasando añejas encuadernaciones, cuando el patrón, que desde hacía rato me observaba desde el ángulo más oscuro de su librería, se me acercó y, con un tono de complicidad, entre guiños y muecas convencionales, me dijo: «Aquí tenemos libros de Feifer». Yo lo quedé mirando intrigado porque no había preguntado por dicho autor, el cual, por lo demás, aunque mis conocimientos de literatura no son muy amplios, me era enteramente desconocido. Y acto seguido añadió: «Feifer estuvo en Pilsen». Como yo no saliera de mi estupor, el librero terminó con un tono de revelación, de confidencia definitiva: «Debe usted saber que lo mataron. Sí, lo mataron de un bastonazo en la estación de Praga». Y dicho esto se retiró hacia el ángulo de donde había surgido y permaneció en el más profundo silencio. Yo seguí revisando algunos volúmenes maquinalmente pero mi pensamiento se hallaba preocupado en las palabras enigmáticas del librero. Después de comprar un librito de mecánica salí, desconcertado, del negocio. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Durante algún tiempo estuve razonando sobre el significado de dicho incidente pero como no pude solucionarlo acabé por olvidarme de él. Mas, pronto, un nuevo acontecimiento me alarmó sobremanera. Caminaba por una plaza de los suburbios, cuando un hombre menudo, de faz hepática y angulosa, me abordó intempestivamente y antes de que yo pudiera reaccionar, me dejó una tarjeta entre las manos, desapareciendo sin pronunciar palabra. La tarjeta, en cartulina blanca, sólo tenía una dirección y una cita que rezaba: SEGUNDA SESIÓN: MARTES 4. Como es de suponer, el martes 4 me dirigí a la numeración indicada. Ya por los alrededores me encontré con varios sujetos extraños, que merodeaban, y que por una coincidencia que me sorprendió, tenían una insignia igual a la mía. Me introduje en el círculo y noté que todos me estrechaban la mano con gran familiaridad. En seguida ingresamos a la casa señalada y en una habitación grande tomamos asiento. Un señor de aspecto grave emergió tras un cortinaje y, desde un estrado, después de saludarnos, empezó a hablar interminablemente. No sé precisamente sobre qué versó la conferencia ni si aquello era efectivamente una conferencia. Los recuerdos de niñez anduvieron hilvanados con las más agudas especulaciones filosóficas, y a unas digresiones sobre el cultivo de la remolacha fue aplicado el mismo método expositivo que a la organización del Estado. Recuerdo que finalizó pintando unas rayas rojas en una pizarra, con una tiza que </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">extrajo de su bolsillo. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Cuando hubo terminado, todos se levantaron y comenzaron a retirarse, comentando entusiasmados el buen éxito de la charla. Yo, por condescendencia, sumé mis elogios a los suyos, mas, en el momento en que me disponía a cruzar el umbral, el disertante me pasó la voz con una interjección, y al volverme me hizo una seña para que me acercara.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Es usted nuevo, ¿verdad? —me interrogó, un poco desconfiado.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Sí —respondí, después de vacilar un rato, pues me sorprendió que hubiera podido identificarme entre tanta concurrencia—. Tengo poco tiempo.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¿Y quién lo introdujo?</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Me acordé de la librería, con gran suerte de mi parte.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Estaba en la librería de la calle Amargura, cuando el...</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¿Quién? ¿Martín?</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Sí, Martín.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¡Ah, es un gran colaborador nuestro!</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Yo soy un viejo cliente suyo.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¿Y de qué hablaron?</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Bueno... de Feifer.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¿Qué le dijo?</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Que había estado en Pilsen. En verdad... yo no lo sabía</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¿No lo sabía?</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—No —repliqué con la mayor tranquilidad.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¿Y no sabía tampoco que lo mataron de un bastonazo en la estación de Praga?</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Eso también me lo dijo.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¡Ah, fue una cosa espantosa para nosotros!</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—En efecto —confirmé—. Fue una pérdida irreparable.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Mantuvimos luego una charla ambigua y ocasional, llena de confidencias imprevistas y de alusiones superficiales, como la que sostienen dos personas extrañas que viajan accidentalmente en el mismo asiento de un ómnibus. Recuerdo que mientras yo me afanaba en describirle mi operación de las amígdalas, él, con grandes gestos, proclamaba la belleza de los paisajes nórdicos. Por fin, antes de retirarme, me dio un encargo que no dejó de llamarme la atención.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—Tráigame en la próxima semana —dijo— una lista de todos los teléfonos que empiecen con 38.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Prometí cumplir lo ordenado y, antes del plazo concedido, concurrí con la lista.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">—¡Admirable! —exclamó—. Trabaja usted con rapidez ejemplar. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Desde aquel día cumplí una serie de encargos semejantes, de lo más extraños. Así, por ejemplo, tuve que conseguir una docena de papagayos a los que ni más volví a ver. Mas tarde fui enviado a una ciudad de provincia a levantar un croquis del edificio municipal. Recuerdo que </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">también me ocupé de arrojar cáscaras de plátano en la puerta de algunas residencias escrupulosamente señaladas, de escribir un artículo sobre los cuerpos celestes, que nunca vi publicado, de adiestrar a un mono en gestos parlamentarios, y aun de cumplir ciertas misiones confidenciales, como llevar cartas que jamás leí o espiar a mujeres exóticas que generalmente desaparecían sin dejar rastros. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">De este modo, poco a poco, fui ganando cierta consideración. Al cabo de un año, en una ceremonia emocionante, fui elevado de rango. «Ha ascendido usted un grado», me dijo el superior de nuestro círculo, abrazándome efusivamente. Tuve, entonces, que pronunciar una breve alocución, en la que me referí en términos vagos a nuestra tarea común, no obstante lo cual, fui aclamado con estrépito. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">En mi casa, sin embargo, la situación era confusa. No comprendían mis desapariciones imprevistas, mis actos rodeados de misterio, y las veces que me interrogaron evadí las respuestas porque, en realidad, no encontraba una satisfactoria. Algunos parientes me recomendaron, incluso, que me hiciera revisar por un alienista, pues mi conducta no era precisamente la de un hombre sensato. Sobre todo, recuerdo haberlos intrigado mucho un día que me sorprendieron fabricando una gruesa de bigotes postizos pues había recibido dicho encargo de mi jefe. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Esta beligerancia doméstica no impidió que yo siguiera dedicándome, con una energía que ni yo mismo podía explicarme, a las labores de nuestra sociedad. Pronto fui relator, tesorero, adjunto de conferencias, asesor administrativo, y conforme me iba sumiendo en el seno de la organización, aumentaba mi desconcierto, no sabiendo si me hallaba en una secta religiosa o en una agrupación de fabricantes de paños. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">A los tres años me enviaron al extranjero. Fue un viaje de lo más intrigante. No tenía yo un céntimo; sin embargo, los barcos me brindaban sus camarotes, en los puertos había siempre alguien que me recibía y me prodigaba atenciones, y los hoteles me obsequiaban sus comodidades sin exigirme nada. Así me vinculé con otros cofrades, aprendí lenguas foráneas, pronuncié conferencias, inauguré filiales a nuestra agrupación y vi cómo extendía la insignia de plata por todos los confines del continente. Cuando regresé, después de un año de intensa experiencia humana, estaba tan desconcertado como cuando ingresé a la librería de Martín. </span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: justify; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">Han pasado diez años. Por mis propios méritos he sido designado presidente. Uso una toga orlada de púrpura con la que aparezco en los grandes ceremoniales. Los afiliados me tratan de vuecencia. Tengo una renta de cinco mil dólares, casas en los balnearios, sirvientes con librea que me respetan y me temen, y hasta una mujer encantadora que viene a mí por las noches sin que yo la llame. Y a pesar de todo esto, ahora, como el primer día y como siempre, vivo en la más absoluta ignorancia, y si alguien me preguntara cuál es el sentido de nuestra organización, yo no sabría qué responderle. A lo más, me limitaría a pintar rayas rojas en una pizarra negra, esperando confiado los resultados que produce en la mente humana toda explicación que se funda inexorablemente en la cábala. </span></div><div align="right" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 2.0pt; margin-left: 0cm; margin-right: 0cm; margin-top: 3.0pt; text-align: right; text-indent: 42.55pt;"><span lang="ES-TRAD">(Lima, 1952)</span></div>Comparte este cuento en:...<a href="http://www.addthis.com/bookmark.php" target="_blank" title="Bookmark and Share"><img alt="Bookmark and Share" border="0" height="16" src="http://s9.addthis.com/button1-addthis.gif" width="125" /></a>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-9932156632838965392012-01-15T09:39:00.000-08:002012-01-15T09:39:26.162-08:00La botella de chicha - Julio Ramón Ribeyro<div align="center"><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRrwvMaE2_Gnpd3muIeW52qWiSM4cZ00xxAKC-Zkfe3afTQZMgSpUM2DJgd" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRrwvMaE2_Gnpd3muIeW52qWiSM4cZ00xxAKC-Zkfe3afTQZMgSpUM2DJgd" /></a></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;">En una ocasión tuve necesidad de una pequeña suma de dinero y como era imposible procurármela por las vías ordinarias, decidí hacer una pesquisa por la despensa de mi casa, con la esperanza de encontrar algún objeto vendible o pignorable. Luego de remover una serie de trastos viejos, divise, acostada en un almohadón, como una criatura en su cuna, una vieja botella de chicha. Se trataba de una chicha que hacía más de quince años recibiéramos de una hacienda del norte y que mis padres guardaban celosamente para utilizarla en un importante suceso familiar. Mi padre me había dicho que la abriría cuando yo –me recibiera de bachiller–. Mi madre, por otra parte, había hecho la misma promesa a mi hermana, para el día –que se casara–. Pero ni mi hermana se había casado ni yo había elegido aun que profesión iba estudiar, por lo cual la chicha continuaba durmiendo el sueño de los justos y cobrando aquel inapreciable valor que dan a este género de bebidas los descansos prolongados.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Sin vacilar, cogí la botella del pico y la conduje a mi habitación. Luego de un paciente trabajo logre cortar el alambra y extraer el corcho, que salió despedido como por el ánima de una escopeta. Bebí un dedito para probar su sabor y me hubiera acabado toda la botella si es que no la necesitara para un negocio mejor. Luego de verter su contenido en una pequeña pipa de barro, me dirigí a la calle con la pipa bajo el brazo. Pero a mitad del camino un escrúpulo me asalto. Había dejado la botella vacía abandonada sobre la mesa y los menos que podía hacer era restituirla a su antiguo lugar para disimular en parte las trazas de mi delito. Regrese a casa para tranquilizar aun mas mi conciencia, llene la botella vacía con una buena medida de vinagre, la alambre, la encorche y la acosté en su almohadón.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Con la pipa de barro, me dirigí a la chichería de don Eduardo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Fíjate lo que tengo–dije mostrándole el recipiente–. Una chicha de jora de veinte años. Solo quiero por ella treinta soles. Esta regalada.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Don Eduardo se echo a reír.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">¡A mí!, ¡a mí!– exclamo señalándose el pecho–. ¡A mí con ese cuento! Todos los días vienen a ofrecerme y no solo de veinte años atrás. ¡No me fío de esas historias! ¡Como si las fuera a creer!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Pero yo no te voy a engañar. Pruébala y veras.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¿Probarla? ¿Para qué? Si probara todo lo que me traen a vender terminaría el día borracho, y lo que es peor, mal emborrachado. ¡Anda, vete de aquí¡ Puede ser que en otro lado tengas más suerte.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Durante media hora recorrí todas las chicherías y bares de la cuadra. En muchos de ellos ni siquiera me dejaron hablar. Mi última decisión fue ofrecer mi producto en las casas particulares pero mis ofertas, por lo general, no pasaron de la servidumbre. El único señor que se avino a recibirme me pregunto si yo era el mismo que el mes pasado le vendiera un viejo Burdeos y como yo, cándidamente, le replicara que si, fui cubierto de insultos y de amenazas e invitado a desaparecer en la forma menos cordial.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Cuando llegue a la casa había oscurecido y me sorprendió ver algunos carros en la puerta y muchas luces en las ventanas. No bien había ingresado a la cocina cuando sentí una voz que me interpelaba en la penumbra. Apenas tuve tiempo de ocultar la pipa de barro tras una pila de periódicos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¿Eres tu el que anda por allí? –Pregunto mi madre, encendiendo la luz–. ¡Esperándote como locos! ¡Ha llegado Raúl! ¿Te das cuenta? ¡Anda a saludarlo! ¡Tantos años que no ves a tu hermano! ¡Corre! que ha preguntado por ti.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Cuando ingrese a la sala quede horrorizado. Sobre la mesa central estaba la botella de chicha aun sin descorchar. Apenas pude abrazar a mi hermano y observar que le había brotado un ridículo mostacho, era otra de las circunstancias esperadas. Y mi hermano estaba allí y estaban también otras personas y las botella y minúsculas copas, pues una bebida tan valiosa necesitaba administrarse como un medicina.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Ahora que todos estamos reunidos –hablo mi padre–, vamos al fin a poder brindar con la vieja chicha –y agracio a los invitados con una larga historia acerca de la botella, exagerando, como era de esperar, su antigüedad. A mitad de su discurso, los circunstantes se relamían los labios.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">La botella se descorcho, las copas se llenaron, se lanzo una que otra improvisación y llegado el momento del brindis observe que las copas se dirigían a los labios rectamente, inocentemente, y regresaban vacías a la mesa, entre grandes exclamaciones de placer.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¡Excelente bebida!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¡Nunca he tomado algo semejante!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¿Cómo me dijo? ¿Treinta años?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¡Es digna de un cardenal!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¡Yo que soy experto en bebidas, le aseguro, Don Bonifacio, que como esta ninguna!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Y mi hermano, conmovido por tan grande homenaje, añadió:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Yo les agradezco, mis queridos padres, por haberme reservado esta sorpresa con ocasión de mi llegada.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">El único que, naturalmente, no bebió una gota, fui yo. Luego de acercármela a las narices y aspirar su nauseabundo olor a vinagre, la arroje con disimulo en un florero.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Pero los concurrentes estaban excitados. Muchos de ellos dijeron que se habían quedado con la miel en los labios y no falto uno más osado que insinuara a mi padre si no tenía por allí otra botellita escondida.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">¡OH no! –Replico–.¡De estas cosas solo una! Es mucho pedir.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Note, entonces, una consternación tan sincera en los invitados que me creí en la obligación de intervenir.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Yo tengo por allí una pipa con chicha.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¿Tu? –pregunto mi padre, sorprendido.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Si, una pipa pequeña. Un hombre vino a venderla…Dijo que era muy antigua.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¡Bah! ¡Cuentos!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Y yo se la compre por cinco soles.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¿Por cinco soles? ¡No has debido pagar ni una peseta!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–A ver, la probaremos –dijo mi hermano–. Así veremos la diferencia.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Sí, ¡Que la traiga! –pidieron los invitados.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Mi padre, al ver tal expectativa, no tuvo más remedio que aceptar y yo me precipite hacia la cocina. Luego de extraer la pipa bajo el montón de periódicos, regrese a la sala con mi trofeo entre las manos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">¡Aquí esta! –exclame, entregándosela a mi padre.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¡Hummm...! –dijo él, observando la pipa con desconfianza–. Estas pipas son de última fabricación. Si no me equivoco, yo compre una parecida hace poco –y acerco la nariz al recipiente–. ¡Qué olor! ¡No! ¡Estos es una broma! ¿Dónde has comprado esto, muchacho? ¡Te han engañado! ¡Qué tontería! Debías haber consultado –y para justificar su actitud hizo circular la botija entre los concurrentes, quienes ordenadamente la olían y, después de hacer una mueca de repugnancia, la pasaban a su vecino.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¡Vinagre!</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
–¡Me descompone el estomago!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Pero ¿es que esto se puede tomar?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–¡Es para morirse!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Y como las expresiones aumentaban de tono, mi padre sintió renacer en si su función moralizadora de jefe de familia y, tomando la pipa con una mano y a mí de una oreja con la otra, se dirigió a la puerta de la calle.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">–Ya te lo decía ¡Te has dejado engañar como un bellaco! ¡Veras lo que se hace con esto!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><span lang="ES-CR" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Abrió la puerta y, con gran impulso, arrojo la pipa a la calla, por encima del muro. Un ruido de botija rota estallo un segundo. Recibiendo un coscorrón en la cabeza, fui enviado a dar una vuelta por el jardín y mientras mi padre se frotaba las manos, satisfecho de su proceder, observe que en la acera pública, nuestra chucha, nuestra magnifica chicha norteña, guardada con tanto esmero durante quince años, respetada en tantos pequeños y tentadores compromisos, yacía extendida en una roja y dolorosa mancha. Un automóvil la piso alargándola en dos huellas; una hija de otoño naufrago en su superficie; un perro se acerco, la olio y la meo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;"><br />
</div></div><div align="center">Comparte este cuento en: <a href="http://www.addthis.com/bookmark.php" target="_blank" title="Bookmark and Share"><img alt="Bookmark and Share" border="0" height="16" src="http://s9.addthis.com/button1-addthis.gif" width="125" /></a></div>Unknownnoreply@blogger.com29tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-65128056398169721782012-01-13T16:41:00.000-08:002012-01-13T19:32:08.759-08:00Los Gallinazos Sin Plumas - Julio Ramón Ribeyro<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/_thYngzdyHo0/TESeXsNZyKI/AAAAAAAAABs/db600YNZzBI/s400/gallinazos-sin-plumas.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="320" src="http://2.bp.blogspot.com/_thYngzdyHo0/TESeXsNZyKI/AAAAAAAAABs/db600YNZzBI/s320/gallinazos-sin-plumas.jpg" width="256" /></a></div> <span style="background-color: white; color: maroon; text-align: justify;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encantada. Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas se arrastran penosamente hasta desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, macerados por la noche, regresan a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos</span></span><span lang="ES-CO" style="background-color: white; text-align: justify;"><sup><a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/ribeyro/gallinazos.htm#1" style="font-weight: 700; text-decoration: none;"><span style="color: maroon; font-size: x-small;">1</span></a></sup></span><span style="background-color: white; color: maroon; text-align: justify;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;"> sin plumas.</span></span></div><span style="background-color: white; text-align: justify;"></span><br />
<div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón comienza a berrear:</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Los dos muchachos corren a la acequia del corralón frotándose los ojos legañosos. Con la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado y en su fondo transparente se ven crecer yerbas y deslizarse ágiles infusorios. Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual su lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará tu turno.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para arrancar moras o recogiendo piedras, de aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo aún la hora celeste llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes que desemboca en el malecón.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la voz de alarma y muchos se han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, a veces sólo basta un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de organización clandestina que tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por los edificios públicos, otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su trabajo. Cada uno escoge una acera de la calle. Los cubos de basura están alineados delante de las puertas. Hay que vaciarlos íntegramente y luego comenzar la exploración. Un cubo de basura es siempre una caja de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesan los restos de comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por las verduras ligeramente descompuestas. La pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos, pedazos de sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual de cocina. No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes que colecciona con avidez.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Después de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanzan sobre el próximo. No conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al acecho. A veces son sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir dejando regado su botín. Pero, con más frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y entonces la jornada está perdida.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. La niebla se ha disuelto, las beatas están sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los canillitas han repartido los diarios, los obreros trepan a los andamios. La luz desvanece el mundo mágico del alba. Los gallinazos sin plumas han regresado a su nido.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Don Santos los esperaba con el café preparado.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-A ver, ¿qué cosa me han traído?</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo comentario:</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Pascual tendrá banquete hoy día.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Pero la mayoría de las veces estallaba:</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! ¡Pascual se morirá de hambre!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes de los pescozones, mientras el viejo se arrastraba hasta el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo empezaba a gruñir. Don Santos le aventaba la comida.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos zamarros. Ellos no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insaciable. Todo le parecía poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre del animal. Los obligaba a levantarse más temprano, a invadir los terrenos ajenos en busca de más desperdicios. Por último los forzó a que se dirigieran hasta el muladar que estaba al borde del mar.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está junto.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Visto desde el malecón, el muladar formaba una especie de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos. El perro se retiró aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se les hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias descompuestas o quemadas. Enterrando las manos comenzaron la exploración. A veces, bajo un periódico amarillento, descubrían una carroña devorada a medios. En los acantilados próximos los gallinazos espiaban impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse guijarros que rodaban hacía el mar. Después de una hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Bravo! -exclamó don Santos-. Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y Enrique hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron parte de la extraña fauna de esos lugares y los gallinazos, acostumbrados a su presencia, laboraban a su lado, graznando, aleteando, escarbando con sus picos amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la preciosa suciedad.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio le había causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo cual prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no podía casi caminar, pero don Santos no se percató de ello, pues tenía visita. Acompañado de un hombre gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Dentro de veinte o treinta días vendré por acá -decía el hombre-. Para esa fecha creo que podrá estar a punto.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de Pascual! El negocio anda sobre rieles.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, Efraín no se pudo levantar.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Tiene una herida en el pie -explicó Enrique-. Ayer se cortó con un vidrio.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un trapo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Pero si le duele! -intervino Enrique-. No puede caminar bien.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de Pascual.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Y ¿a mí? -preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo-. ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo... ¡Hay que dejarse de mañas!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su hermano. Media hora después regresaron con los cubos casi vacíos.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡No podía más! -dijo Enrique al abuelo-. Efraín está medio cojo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Bien, bien -dijo rascándose la barba rala y cogiendo a Efraín del pescuezo lo arreó hacia el cuarto-. ¡Los enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú harás la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo al muladar!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro escuálido y medio sarnoso.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Lo encontré en el muladar -explicó Enrique -y me ha venido siguiendo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Don Santos cogió la vara.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Una boca más en el corralón!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la puerta.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo de mi comida.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el lodo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Enrique abrió la puerta de la calle.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Si se va él, me voy yo también.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir:</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además, desde que Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buena nariz para la basura.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se condensaba la garúa. Sin decir nada, soltó la vara, cogió los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al corazón corrió donde su hermano.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Pascual, Pascual... Pascualito! -cantaba el abuelo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Tú te llamarás Pedro -dijo Enrique acariciando la cabeza de su perro e ingresó donde Efraín.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se revolcaba de dolor sobre el colchón. Tenía el pie hinchado, como si fuera de jebe y estuviera lleno de aire. Los dedos habían perdido casi su forma.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Te he traído este regalo, mira -dijo mostrando al perro-. Se llama Pedro, es para ti, para que te acompañe... Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos jugarán todo el día. Le enseñarás a que te traiga piedras en la boca.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">¿Y el abuelo? -preguntó Efraín extendiendo su mano hacia el animal.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-El abuelo no dice nada -suspiró Enrique.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había empezado a caer. La voz del abuelo llegaba:</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Pascual, Pascual... Pascualito!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se inquietaron, porque en esta época el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el corralón, hablando solo, dando de varillazos al emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto, echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos, lanzaba un salivazo cargado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Mugre, nada más que mugre! -repitió toda la noche el abuelo, mirando la luna.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El viejo, que lo sintió estornudar en la madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe. Si Enrique enfermaba, ¿quién se ocuparía de Pascual? La voracidad del cerdo crecía con su gordura. Gruñía por las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se habían venido a quejar.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda la noche y la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¿Tú también? -preguntó el abuelo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Está muy mal engañarme de esta manera! -plañía-. Abusan de mí porque no puedo caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al diablo y me ocuparía yo solo de Pascual!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada más que basura! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día no habrá comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no puedan levantarse y trabajar!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en la calle. Media hora después regresó aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la Baja Policía lo había ganado. Los perros, además, habían querido morderlo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que no trabajen!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de palo había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y cada paso que daba era como un lanzazo en la ingle. A la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su colchón, sin otro ánimo que para el insulto.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Si se muere de hambre -gritaba -será por culpa de ustedes!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables. Los tres pasaban el día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique tosía. Pedro se levantaba y después de hacer un recorrido por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en las manos de sus amos. Don Santos, a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba miradas feroces. A mediodía se arrastraba hasta la esquina del terreno donde crecían verduras y preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A veces aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su apetito creyendo así hacer más refinado su castigo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar a los ojos del abuelo creía desconocerlo, como si ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A veces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que encontraba en su camino. Por último reingresaba en su cuarto y se quedaba mirándolos fijamente, como si quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos como los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. Esta vez no salió al corralón ni maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla. Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia sus nietos y lanzó un rugido:</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">¡Arriba, arriba, arriba! -los golpes comenzaron a llover-. ¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuándo vamos a estar así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!...</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose contra la pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara alzarse y abatirse sobre su cabeza como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al muladar!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en recuperar el aliento.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Ahora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro cubos...</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. La fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacían trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro quiso seguirlo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de la mañana. En el camino comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. Todo lo veía a través de una niebla mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi como un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora celeste.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. Era como si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenzara otro fabricado de barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo, parado al borde del chiquero, miraba hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde su pierna de palo. Enrique hizo ruido pero el abuelo no se movió.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Aquí están los cubos!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín apenas lo vio, comenzó a gemir:</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Pedro... Pedro...</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¿Qué pasa?</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... después lo sentí aullar.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Enrique salió del cuarto.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo un mal presentimiento. De un salto se acercó al viejo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¿Dónde está Pedro?</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo del perro.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡No! -gritó Enrique tapándose los ojos-. ¡No, no! -y a través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo. Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí Enrique observó al viejo que, erguido como un gigante, miraba obstinadamente el festín de Pascual. Estirando la mano encontró la vara que tenía el extremo manchado de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al viejo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Voltea! -gritó-. ¡Voltea!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se estrellaba contra su pómulo.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Toma! -chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. Pero súbitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al abuelo casi arrepentido. El viejo, cogiéndose el rostro, retrocedió un paso, su pierna de palo tocó tierra húmeda, resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al chiquero.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído pero no se escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada, estaba de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual, que se había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura que él nunca había escuchado.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">¡ A mí, Enrique, a mí!...</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡Pronto! -exclamó Enrique, precipitándose sobre su hermano -¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero! ¿Debemos irnos de acá!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¿Adónde? -preguntó Efraín.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¿Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">-¡No me puedo parar!</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una sola persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula.</span></span></div><div style="background-color: white; text-align: justify;"><span style="color: maroon;"><span lang="ES-CO" style="font-size: 12pt;">Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.</span></span></div><div align="center" style="background-color: white;"><span style="color: maroon;"><br />
</span></div><div align="center" style="background-color: white;"><a href="http://www.blogger.com/post-edit.g?blogID=7554079269449403729&postID=6512805639816972178" name="1" style="color: maroon; font-size: small; text-align: -webkit-auto;">1</a><span style="color: maroon; font-size: x-small; text-align: -webkit-auto;">. Gallinazo: Especie de buitre de plumaje totalmente negro.</span> </div>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-25927472055487002812012-01-12T13:26:00.000-08:002012-01-13T19:39:58.746-08:00Los Dos Soras - César Vallejo<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/_B86Dv23gQsg/SmF4y9A4dPI/AAAAAAAAAsI/b90pkYsSA8w/s320/C%C3%A9sar+Vallejo+Par%C3%ADs+1926.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/_B86Dv23gQsg/SmF4y9A4dPI/AAAAAAAAAsI/b90pkYsSA8w/s320/C%C3%A9sar+Vallejo+Par%C3%ADs+1926.jpg" /></a></div><span style="font-size: 14pt;">Vagando sin rumbo, Juncio y Analquer, de la tribu de los soras, arribaron a valles y altiplanos situados a la margen del Urubamba, donde aparecen las primeras poblaciones civilizadas de Perú.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">En Piquillacta, aldea marginal del gran río, los dos jóvenes salvajes permanecieron toda una tarde. Se sentaron en las tapias de una rúa, a ver pasar a las gentes que iban y venían de la aldea. Después, se lanzaron a caminar por las calles, al azar. Sentían un bienestar inefable, en presencia de las cosas nuevas y desconocidas que se les revelaban: las casas blanqueadas, con sus enrejadas ventanas y sus tejados rojos: la charla de dos mujeres, que movían las manos alegando o escarbaban en el suelo con la punta del pie completamente absorbidas: un viejecito encorvado, calentándose al sol, sentado en el quicio de una puerta, junto a un gran perrazo blanco que abría la boca, tratando de cazar moscas… Los dos seres palpitaban de jubilosa curiosidad, como fascinados por el espectáculo de la vida de pueblo, que nunca habían visto. Singularmente Juncio experimentaba un deleite indecible. Analquer estaba mucho más sorprendido. A medida que penetraban al corazón de la aldea empezó a azorarse, presa de un pasmo que le aplastaba por entero. Las numerosas calles, entrecruzadas en varias direcciones, le hacían perder la cabeza. No sabía caminar este Analquer. Iba por en medio de la calzada y sesgueaba al acaso, por todo el ancho de la calle, chocando con las paredes y aún con los transeúntes.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–¿Qué cosa? –exclamaban las gentes–. Qué indios tan estúpidos. Parecen unos animales.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">Analquer no les hacía caso. No se daba cuenta de nada. Estaba completamente fuera de sí. Al llegar a una esquina, seguía de frente siempre, sin detenerse a escoger la dirección más conveniente. A menudo, se paraba ante una puerta abierta, a mirar una tienda de comercio o lo que pasaba en el patio de una casa. Juncio lo llamaba y lo sacudía por el brazo, haciéndole volver de su confusión y aturdimiento. Las gentes, llamadas a sorpresa, se reunían en grupos a verlos:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–¿Quiénes son?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–Son salvajes del Amazonas.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–Son dos criminales, escapados de una cárcel.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–Son curanderos del mal del sueño.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–Son dos brujos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–Son descendientes de los Incas.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">Los niños empezaron a seguirles.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–Mamá –referían los pequeños con asombro–, tienen unos brazos muy fuertes y están siempre alegres y riéndose.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">Al cruzar por la plaza, Juncio y Analquer penetraron a la iglesia, donde tenían lugar unos oficios religiosos. El templo aparecía profundamente iluminado y gran número de fieles llenaban la nave. Los soras y los niños que les seguían, avanzaron descubiertos, por el lado de la pila de agua bendita, deteniéndose junto a una hornacina de yeso.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">Tratábase de un servicio de difuntos. El altar mayor se hallaba cubierto de paños y crespones salpicados de letreros, cruces y dolorosas alegorías en plata. En el centro de la nave aparecía el sacerdote, revestido de casulla de plata y negro, mostrando una gran cabeza calva, cubierta en su vigésima parte por el solideo. Lo rodeaban varios acólitos, ante un improvisado altar, donde leía con mística unción los responsos, en un facistol de hojalata. Desde un coro invisible, le respondía un maestro cantor, con voz de bajo profundo, monótona y llorosa.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">Apenas sonó el canto sagrado, poblando de confusas resonancias el templo, Juncio se echó a reír, poseído de un júbilo irresistible. Los niños, que no apartaban un instante los ojos de los soras, pusieron una cara de asombro. Una aversión repentina sintieron por ellos, aunque Analquer, en verdad, no se había reído y, antes bien, se mostraba estupefacto ante aquel espectáculo que, en su alma de salvaje, tocaba los límites de lo maravilloso. Mas Juncio seguía riendo. El canto sagrado, las luces en los altares, el recogimiento profundo de los fieles, la claridad del sol penetrando por los ventanales a dejar chispas, halos y colores en los vidrios y en el metal de las molduras y de las efigies, todo había cobrado ante sus sentidos una gracia adorable, un encanto tan fresco y hechizador, que le colmaba de bienestar, elevándolo y haciéndolo ligero, ingrávido y alado, sacudiéndole, haciéndole cosquillas y despertando una vibración incontenible en sus nervios. Los niños, contagiados, por fin, de la alegría candorosa y radiante de Juncio, acabaron también por reír, sin saber por qué. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">Vino el sacristán y, persiguiéndoles con un carrizo, los arrojó del templo. Un individuo del pueblo, indignado por las risas de los niños y los soras, se acercó enfurecido.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–Imbéciles. ¿De qué se ríen? Blasfemos. Oye –le dijo a uno de los pequeños–, ¿de qué te ríes, animal?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">El niño no supo qué responder. El hombre le cogió por un brazo y se lo oprimió brutalmente, rechinando los dientes de rabia, hasta hacerle crujir los huesos. A la puerta de la iglesia se formó un tumulto popular contra Juncio y Analquer.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">–Se han reído –exclamaba iracundo el pueblo–. Se han reído en el templo. Eso es insoportable. Una blasfemia sin nombre…<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"><span style="font-size: 14pt;">Y entonces vino un gendarme y se llevó a la cárcel a los dos soras.<o:p></o:p></span></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-72109530848666712742012-01-09T19:46:00.000-08:002012-01-09T19:46:07.026-08:00El vencedor - César Vallejo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://t2.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcSWB3s_UFU4WllQ-pVKTMaKoNArYlwLHCkiSZF2BkOT7DHKN2eFGg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://t2.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcSWB3s_UFU4WllQ-pVKTMaKoNArYlwLHCkiSZF2BkOT7DHKN2eFGg" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
Un incidente de manos en el recreo llevó a dos niños a romperse los dientes a la salida de la escuela. A la puerta del plantel se hizo un tumulto. Gran número de muchachos, con los libros al brazo, discutían acaloradamente, haciendo un redondel en cuyo centro estaban, en extremos opuestos, los contrincantes: dos niños poco más o menos de la misma edad, uno de ellos descalzo y pobremente vestido. Ambos sonreían, y de la rueda surgían rutilantes diptongos, coreándolos y enfrentándolos en fragorosa rivalidad. Ellos se miraban echándose los convexos pechos, con aire de recíproco desprecio. Alguien lanzó un alerta:</div>
<span style="text-align: justify;">–¡El profesor! ¡El profesor!</span><br />
<div style="text-align: justify;">
La bandada se dispersó.</div>
<div style="text-align: justify;">
–Mentira. Mentira. No viene nadie. Mentira...</div>
<div style="text-align: justify;">
La pasión infantil abría y cerraba calles en el tumulto. Se formaron partidos por uno y otro de los contrincantes. Estallaban grandes clamores. Hubo puntapiés, llantos, risotadas.</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Al cerrillo! ¡Al cerrillo! ¡Hip!... ¡Hip!... ¡Hip!... ¡Hurra!...</div>
<div style="text-align: justify;">
Un estruendoso y confuso vocerío se produjo y la muchedumbre se puso en marcha. A la cabeza iban los dos rivales.</div>
<div style="text-align: justify;">
A lo largo de las calles y rúas, los muchachos hacían una algazara ensordecedora. Una anciana salió a la puerta de su casa y gruñó muy en cólera:</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Juan! ¡Juan! ¡A dónde vas, mocito! Vas a ver...</div>
<div style="text-align: justify;">
Las carcajadas redoblaron.</div>
<div style="text-align: justify;">
Leonidas y yo íbamos muy atrás. Leonidas estaba demudado y le castañeteaban los dientes.</div>
<div style="text-align: justify;">
–¿Vamos quedándonos?
–le dije.</div>
<div style="text-align: justify;">
–Bueno
–me respondió– . ¿Pero si le pegan a Juncos?...</div>
<div style="text-align: justify;">
Llegados a una pequeña explanada, al pie de un cerro de la campiña, se detuvo el tropel. Alguien estaba llorando. Los otros reían estentóreamente. Se vivaba a contrapunteo:</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Viva Cancio! ¡Hip!... ¡Hip!... ¡Hip!... ¡Hurraaaaa!...</div>
<div style="text-align: justify;">
Se hizo un orden frágil. La gritería y la confusión renacieron. Pero se oyó una voz amenazadora:</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Al primero que hable, le rompo las narices!</div>
<div style="text-align: justify;">
–Voy a Juncos.</div>
<div style="text-align: justify;">
–Voy a Cancio.</div>
<div style="text-align: justify;">
Se hacían apuestas como en las carreras de caballos o en las peleas de gallos.
Juncos era el niño descalzo. Esperaba en guardia, encendido y jadeante. Más bien escueto y cetrino y de sabroso genio pendenciero. Sus pies desnudos mostraban los talones rajados. El pantalón de bayeta blanca, andrajoso y desgarrado a la altura de la rodilla izquierda, le descendía hasta los tobillos. Tocaba su cabeza alborotada un grueso e informe sombrero de lana. Reía como si le hiciesen cosquillas. Las apuestas en su favor crecían. Por Cancio, en cambio, las apuestas eran menores. Era este un niño decente, hijo de buena familia. Se mordía el labio superior con altivez y cólera de adulto. Tenía zapatos nuevos.</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Uno!... ¡Dos!... ¡Tres!</div>
<div style="text-align: justify;">
El tropel se sumió en un silencio trágico. Leonidas tragó saliva. Cancio no se movía de su guardia, reduciéndose a parar las acometidas de Juncos. Un puñetazo en el costado derecho, esgrimido con todo el brazo contrario, le hizo tambalear. Le alentaron. Recuperó su puesto y una sombra cruzó por su semblante. Juncos, finteando, sonreía.</div>
<div style="text-align: justify;">
Cancio empezó a despertar mi simpatía. Era inteligente y noble. Nunca buscó camorra a nadie, Cancio me era simpático y ahora se avivaba esa simpatía. Leonidas también estaba ahora de su parte. Leonidas estaba colorado y se movía nerviosamente, ajustando sus movimientos a los trances de la lucha. Cuando Cancio iba a caer por tierra, a una puñada del héroe contrario, Leonidas, sin poder contenerse, alargó la mano canija y dio un buen pellizcón a Juncos. Yo le dije:</div>
<div style="text-align: justify;">
–Déjalo. No te metas.</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Y por qué le pega a Cancio!
–me respondió, poniéndose aun más colorado. Bajó luego los ojos como avergonzado.</div>
<div style="text-align: justify;">
La lucha se encendió en forma huracanada. A un puntapié trazado por Juncos, a la sombra de un zurdazo simulado, respondieron los dos puños de Cancio, majando rectamente al pecho, a las clavículas, al cuello, a los hombros de su enemigo, en una lluvia de golpes contundentes. Juncos vaciló, defendiéndose con escaramuzas inútiles. Corrió sangre. De una pierna de Cancio manaba un hilo lento y rojo. La tropa lanzó murmullos de triunfo y de lástima.</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Bravo! ¡Bravo, Juncos!</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo, Cancio!</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Uyuyuy! ¡Ya va a llorar! ¡Ya va a llorar!</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Déjenlo! ¡Déjenlo!</div>
<div style="text-align: justify;">
Volaron palmas. Crujió un despecho en alto.</div>
<div style="text-align: justify;">
Cancio se enardecía visiblemente y cobró la ofensiva. De una gran puñada, asestada con limpieza verdaderamente natural, hizo dar una vuelta a la cabeza contraria, obligando a Juncos a rematar su círculo nervioso, poniéndose de manos, a ciegas, contra el cerco de los suyos. Entonces sucedió una cosa truculenta. Un niño más grande que Cancio saltó del redondel y le pegó a este y un segundo muchacho, mayor aun que ambos, le pegó al intruso, defendiendo a Cancio. Durante unos segundos, la confusión fue inextricable, unos defendiendo a otros y aquellos a estos, hasta que volvió a oírse estas palabras de alerta, que pusieron fin al caos y a los golpes:</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡El profesor! ¡El profesor!...</div>
<div style="text-align: justify;">
Juncos estaba muy castigado y parecía que iba a doblar pico. El humilde granuja, al principio tan dueño de sí mismo, tenía el pabellón de una oreja ensangrentado y encendido, a semejanza de una cresta de gallo. Un instante miró a la multitud y sus ojos se humedecieron. El verle, trajeado de harapos, con su sombrerito de payaso, el desgarrón de la rodilla y sus pequeños pies desnudos, que no sé cómo escapaban a las pisadas del otro, me dolió el corazón. Al reanudarse la pelea, di una vuelta y me pasé a los suyos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Acezaban ambos en guardia.</div>
<div style="text-align: justify;">
–Pega...</div>
<div style="text-align: justify;">
–Pega nomás...</div>
<div style="text-align: justify;">
Juncos hizo un ademán significativo. El verdor de las venas de su arañado cuello palideció ligeramente. Entonces le di la voz con todas mis fuerzas:</div>
<div style="text-align: justify;">
–¡Entra, Juncos! ¡Pégale duro!...</div>
<div style="text-align: justify;">
Le poseyó al muchacho un súbito coraje. Puso un feroz puñetazo en la cara del inminente vencedor y le derribó al suelo.</div>
<div style="text-align: justify;">
El sol declinaba. Había pasado la hora del almuerzo y teníamos que volver directamente a la escuela. A Cancio le llevaban de los brazos. Tenía un ojo herido y el párpado muy hinchado. Sonreía tristemente. Todos le rodeaban lacerados, prodigándole palabras fraternales. También yo le seguía de cerca, tratando de verle el rostro. ¡Cómo le habían pegado!</div>
<div style="text-align: justify;">
El grupo de pequeños avanzaba, de vuelta a la aldea, entre las pencas del camino. Hablaban poco y a media voz, con una entonación adolorida. Hasta juncos, el propio vencedor, estaba triste. Se apartó de todos y fue a sentarse en un poyo del sendero. Nadie le hizo caso. Le veían de lejos, con extrañeza, y él parecía avergonzado. Bajó la frente y empezó a jugar con piedrecillas y briznas de hierba. Le había pegado a Cancio este Juncos...</div>
<div style="text-align: justify;">
–Vámonos
–le dijo Leonidas, acercándose.</div>
<div style="text-align: justify;">
Juncos no respondió. Hundió su sombrero hasta las cejas y así ocultó el rostro.</div>
<div style="text-align: justify;">
–Vámonos, Juncos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Leonidas se inclinó a verle. Juncos estaba llorando.</div>
<div style="text-align: justify;">
–Está llorando
–dijo Leonidas. Le arregló el estropeado sombrero y le asentó el pelo, por sobre la oreja, donde la sangre aparecía coagulada y renegrida. </div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-47806933662698503092012-01-09T19:32:00.000-08:002012-01-09T19:32:16.607-08:00Abraham Valdelomar - BiografíaSemblanza
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://t3.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcTCALhYFKZJ4KV51noL0Ft3Tx8MUwntyMPdOmhHzYla551mu3w9" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://t3.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcTCALhYFKZJ4KV51noL0Ft3Tx8MUwntyMPdOmhHzYla551mu3w9" /></a></div>
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<div style="text-align: justify;">
Nacido en Ica en 1888, y muerto en Ayacucho en 1919, Abraham Valdelomar es, de alguna manera, un escritor símbolo de la literatura peruana del siglo XX. Antes que él, hubo escritores notables, como Ricardo Palma o González Prada, pero ninguno vivió exclusivamente de su pluma. Valdelomar es el primer escritor profesional de la historia de la literatura peruana. Valdelomar vivió su infancia en Pisco. La vida en ese pequeño puerto y en sus alrededores influyó considerablemente en su visión del mundo. Esto puede advertirse tanto en su poesía como en su prosa de ficción. Cuando Valdelomar nace a la literatura, un movimiento literario, el modernismo de Rubén Darío, predominaba en América. En sus comienzos el modernismo había cantado a princesas y países lejanos. Había una contradicción importante en la conducta diaria y en la escritura de los modernistas de primera hora, pues de un lado tenían clara conciencia de su estirpe hispanoamericana, eran concientes de que debían escribir de un modo diferente a sus homólogos españoles, pero al mismo tiempo preferían escribir de paisajes y conductas que imaginaban y no que conocían. Valdelomar, forma parte de un conjunto de escritores que en cierto sentido dan un carácter provinciano, local, al modernismo. Así ocurrió con los versos del uruguayo Herrera y Ressig, con el argentino Lugones y con el peruano César Vallejo. Sin conexión directa con ninguno de ellos, Valdelomar exalta la vida familiar que bien conocía. Así ocurre con su célebre cuento El caballero Carmelo, que aparece en el libro El caballero Carmelo y otros cuentos de 1918. En ese cuento se narra las aventuras de un gallo que lleva ese nombre y que es un paladín en las luchas con otros animales de su especie. Pero detrás de esta afición están las relaciones familiares sumamente intensas, el vivo retrato de una sociedad peruana que cambiaba muy lentamente y que mantenía valores como la solidaridad, el afecto entre los familiares y la extensión de este afecto a los mismos animales como el gallo.
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<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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Pero a la luz de una porción importante de su poesía y de su obra de ficción, que hemos reseñado, haríamos mal en señalar a Valdelomar como un escritor provinciano y costumbrista, si con estos términos queremos señalar a escritores apartados del tráfago mundial de la literatura. Valdelomar, fue, al mismo tiempo, un abanderado de lo cosmopolita. Siendo un adolescente estudió en el colegio Guadalupe de Lima, ingresó a la Escuela de Ingenieros y a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y aunque no terminó ninguna profesión, adquirió en los claustros universitarios y en las redacciones de los periódicos una pericia en la escritura que le sería proverbial. Ganado por la actividad política se vinculó al presidente Billinghurst y en 1912 fue director del diario oficial El Peruano. En 1913 fue secretario de la legación peruana en Italia. A su regreso emprende una vigorosa actividad periodística en el diario La Prensa donde labora entre 1915 y 1918. Quienes puedan leer sus crónicas parlamentarias, disfrutarán, como en ningún otro caso, de un periodismo literario de muy alto nivel. Al mismo tiempo Valdelomar está decidido a convertirse en una figura pública que zahiera a los espíritus dormidos, a la amodorrada sociedad limeña y escoge escandalizar. Luis Alberto Sánchez lo recuerda paseándose por el jirón de la Unión con una insolente camisa amarilla, escarpines y monóculo. Otros lo recuerdan en el local del Palais Concert, en el mismo jirón de la Unión, en esquina de la calle Cuzco, diciendo sus célebre frase: El Pero es Lima, Lima es el jirón de la Unión, el jirón de la Unión es el Palais Concert, el Palais Concert soy yo.
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En 1916, Valdelomar animó con otros amigos como Percy Gibson o Pablo Abril de Vivero, la revista literaria Colónida. De esa publicación, dijo, años más tarde, José Carlos Mariátegui, que era vagamente iconoclasta, imprecisamente renovadora.
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<br /></div>
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El carácter cosmopolita de Valdelomar, puede advertirse de modo especial en sus Cuentos yanquis donde con una intuición muy profunda capta el sinsentido de muchos de los actos de la sociedad contemporánea. En uno de esos cuentos se narra cómo un empresario convence a los potenciales suicidas para que cumplan su trágico destino en un circo, dando un espectáculo público y dejando dinero para sus familiares. Los Cuentos incaicos de Valdelomar lo vinculan con nuestra historia y los Cuentos chinos son una punzante sátira de nuestra vida política.
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<br /></div>
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Valdelomar fue poeta, periodista, novelista, dramaturgo, pero su contribución decisiva es el cuento. Puede considerársele el fundador del cuento moderno en el Pero en distintas vertientes: el cuento de tema familiar, la narración fantástica como Hebaristo, el sauce que murió de amor o El hipocampo de oro, el cuento satírico, el cuento cosmopolita. Cuando murió con sus 31 años, había escrito cerca de 5000 páginas, muchos más que otros escritores que llegan a una apacible senectud.
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Por Marco Martos</div>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-81262726004641753052012-01-09T19:26:00.001-08:002012-01-09T19:26:59.434-08:00El hermano ausente en la cena pascual - Abraham ValdelomarLa misma mesa antigua y holgada, de nogal,
Y sobre ella la misma blancura del mantel
Y los cuadros de caza de anónimo pincel
Y la oscura alacena, todo, todo está igual…
</br></br>
Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
mi madre tiende a veces su mirada de miel
y se musita el nombre del ausente; pero él
hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.
</br></br>
La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar;
pero no hay la alegría ni el afán de reir
</br></br>
que animaran antaño la cena familiar;
y mi madre que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-57954859636048509322012-01-09T19:25:00.000-08:002012-01-09T19:25:34.206-08:00Tristitia - Abraham Valdelomar</br>
Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.
</br></br>
Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.
</br></br>
En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar.
</br></br>
Lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar...Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-85467526365544721432012-01-09T19:23:00.000-08:002012-01-09T19:23:29.356-08:00Hebaristo, el sauce que murió de amor<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://2.bp.blogspot.com/_edZogZUw-4s/TCt2pAuonsI/AAAAAAAAAWk/QhWi02N6Efc/s1600/SAUCE+BLANCO.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/_edZogZUw-4s/TCt2pAuonsI/AAAAAAAAAWk/QhWi02N6Efc/s1600/SAUCE+BLANCO.JPG" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
Inclinado al borde de la parcela colindante con el estéril yermo, rodeado de "yerbas santas" y "llantenes", viendo correr entre sus raíces que vibraban en la corriente, el agua fría y turbia de la acequia, aquel árbol corpulento y lozano aún, debía llamarse Hebaristo y tener treinta años, porque había el mismo aspecto cansino y pesimista, la misma catadura enfadosa y acre del joven farmacéutico de "El amigo del pueblo", establecimiento de drogas que se hallaba en la esquina de la Plaza de Armas, junto al Concejo Provincial, en los bajos de la casa donde, en tiempos de la Independencia, pernoctara el coronel Marmanillo, lugarteniente del Gran Mariscal de Ayacucho, cuando presionado por los realistas, se dirigiera a dar aquella singular batalla de la Macacona. Marmanillo era el héroe de la aldea de P. porque en ella había nacido, y, aunque a sus puertas se realizara una poco afortunada escaramuza, en la cual caballo y caballero salieron disparados al empuje de un puñado de chapetones, eso, a juicio de las gentes patriotas de P ., no quitaba nada a su valor y merecimientos, pues era sabido que la tal escaramuza se perdió porque el Capitán Crisóstomo Ramírez, dueño hasta el año 23 de un lagar y hecho capitán de patriotas por Marmanillo, no acudió con oportunidad al lugar del suceso. Los de P. guardaban por el coronel de milicias recuerdo venerado. La peluquería llamábase "Salón Marmanillo", la encomendería de la calle Derecha, que después se llamó "28 de Julio" tenía en letras rojas y gordas, sobre el extenso y monótono muro azul, el rótulo "Al descanso de Marmanillo" y por fin en la sociedad "Confederada de Socorros Mutuos", había un retrato al óleo, sobre el estrado de la "directiva", en el cual aparecía el héroe con su color de olla de barro, sus galones dorados y una mano en la cintura, fieles traductores de su gallardía miliciana.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Digo que el sauce era joven, de unos treinta anos y se llamaba Hebaristo, porque como el farmacéutico tenía el aire taciturno y enlutado, y como él, aunque durante el día parecía alegrarse con la luz del sol, en llegando la tarde y sonando la "oración" caía sobre ambos una tan manifiesta melancolía y un tan hondo dolor silencioso, que eran "de partir el alma", Al toque de ánimas Hebaristo y su homónimo el farmacéutico, corrían el mismo albur. Suspendía éste su charla en la botica, caía pesadamente sobre su cabeza semicalva el sombrero negro de pano, y sobre el sauce de la parcela posaba el de todos los días gallinazo negro y roncador, Luego la noche envolvía a ambos en el mismo misterio y, tan impenetrable era entonces la vida del boticario cuanto ignorada era la suerte de Hebaristo, el sauce...
</div>
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<br /></div>
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II
</div>
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<br /></div>
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Hebaristo Mazuelos, el farmacéutico de P, y Hebaristo, el sauce fúnebre de la parcela, eran dos vidas paralelas; dos cuerdas de una misma arpa; dos ojos de una misma misteriosa y teórica cabeza; dos brazos de una misma desolada cruz; dos estrellas insignificantes de una misma constelación. Mazuelos era huérfano y guardaba, al igual que el sauce, un vago recuerdo de sus padres. Como el sauce era árbol que sólo servía para cobijar a los campesinos a la hora cálida del medio día, Mazuelos sólo servía en la aldea para escuchar la charla de quienes solían cobijarse en la botica; y así como el sauce daba una sombra indiferente a los gananes mientras sus raíces rojas jugueteaban en el agua de la acequia, así él oía con desganada abnegación la charla de otros, mientras jugaba, el espíritu fijo en una idea lejana, con la cadena de su reloj, o hacía con su dedo índice gancho a ía oreja de su botín de elástico, cruzadas, una sobre otra, las enjutas magras piernas.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Habíase enamorado Mazuelos de la hija del Juez de Primera Instancia, una chiquilla de alegre catadura, esmirriada y raquítica, de ojos vivaces y labios anémicos, nariz respingada y cabello de achiote, vestida a pintitas blancas sobre una muselina azul de Prusia, que pasó un mes y días en P. y allí los hubiera pasado todos si su padre el doctor Carrizales no hubiera caído mal al secretario de la subprefectura, un tal De la Haza, que era, aun tiempo, redactor de la "La Voz Regionalista!, singular decano de la prensa de P. El doctor Carrizales, magüer de su amistad con el jefe de la región, hubo de salir de P. y dejar la judicatura a raíz de un artículo editorial de "La Voz Regionalista" titulado" ¿Hasta Cuándo?", muy vibrante y tendencioso, en el cual se recordaban, entre otras cosas desagradables, ciertos asuntos sentimentales relacionados con el nombre, apellido y costumbres de su esposa, por esos días ya finada, desgraciadamente. La hija del juez había sido el único amor del farmacéutico cuyos treinta años se deslizaron esperando y presintiendo a la bienamada. Blanca Luz fue para Mazuelos la realización de un largo sueno de veinte años y la ilustración tangible y en carne de unos versos en los cuales había concentrado Hebaristo, toda su estética.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los versos de Mazuelos era, corno se verá, el presentido retrato de la hija del doctor Carrizales; y empezaban de esta manera:
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Como una brisa para el caminante ha de ser
la dulce dama a quien mi amor entregue
quiera el fúnebre Destino que pronto llegue
a mis tristes brazos, que la están esperando, la dulce mujer...
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Bien cierto es que Mazuelos desvirtuaba un poco la técnica en su poesía; que hablando de sus brazos en el tercer pie del verso les llama "tristes" cosa que no es aceptable dentro de un concepto estricto de la poética; que la frase "que la están esperando" está íntegramente demás en el último verso, pero ha de considerarse que sin este aditamento, la composición carecería de la idea fundamental que es la idea de espera, y, que el pobre Hebaristo, habí a pasado veinte años de su vida en este ripio sentimental: esperando.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Blanca Luz era pues, al par, un anhelo de farmacéutico. Era el ideal hecho carne, el verso hecho verdad, el sueño transformado en vigilia, la ilusión que, súbitamente, se presentaba a Hebaristo, con unos ojos vivaces, una nariz respingada, una cabellera de achiote; en suma: Blanca Luz era, para el farmacéutico de "El amigo del pueblo", el amor vestido con una falda de muselina azul con pintitas blancas y unas pantorrillas, con medias mercerizadas, aceptables desde todo punto de vista...
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
III
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hebaristo, el melancólico sauce de la parcela, no fue, como son la mayoría de los sauces, hijo de una necesidad agrícola; no. El sauce solitario fue hijo del azar, del capricho, de la sin razón. Era el fruto arbitrario del Destino. Si aquel sauce en vez de ser plantado en las afueras de P., hubiera sido sembrado como era lógico, en los grandes saucedales de las pequeñas pertenencias, su vida no resultara tan solitaria y trágica. Aquel sauce, como el farmacéutico de "El amigo del pueblo", sentía, desde muchos anos atrás, la necesidad de un afecto, el dulce beso de una hembra, la caricia perfumada de una unión indispensable. Cada caricia del viento, cada ave que venía a posarse en sus ramas florecidas hacía vibrar todo el espíritu y cuerpo del sauce de la parcela. Hebaristo, que tenía sus ramas en un florecimiento núbil, sabía que en las alas de la brisa o en el pico de los colibrís, o en las alas de los chucracos debían venir el polen de su amor, pero los sauces que el destino le deparaba debían estar muy lejos, porque pasó la primavera y el beso del dorado polen no llegó hasta sus ramas florecidas.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hebaristo, el sauce de la parcela, comenzó a secarse, del mismo modo que el joven y achacoso farmacéutico de "El Amigo del Pueblo". Bajo el cielo de P., donde antes latía la esperanza, cernió sus alas fúnebres y estériles la desilusión.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
IV
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Envejeció Hebaristo, el enamorado boticario, sin tener noticia de Blanca Luz. Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela viendo secarse, estériles, sus flores en cada primavera. Solía, por instinto, Mazuelos, hacer una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al borde del arroyo, enflaquecía. Sentábase bajo las ramas estériles del sauce, y allí veía caer la noche. El árbol amigo que quizás comprendía la tragedia de esa vida paralela, dejaba caer sus hojas sobre el cansino y encorvado cuerpo del farmacéutico.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un día el sauce, familiarizado ya con la compañía doliente de Mazuelos, esperó y esperó en vano. Mazuelos no vino. Aquella misma tarde un hombre, el carpintero de P ., llegó con tremenda hacha e hizo temblar de presentimientos al sauce triste, enamorado y joven. El del hacha cortó el hermoso tronco de Hebaristo, ya seco, despojándolo de las ramas lo llevó al lomo de su burro hacia la aldea, mientras el agua del arroyo lloraba, lloraba, lloraba: y el tronco rígido, sobre el lomo del asno, se perdía en los baches y lodazales de la Calle Derecha, para detenerse en la "Carpintería y confección de ataúdes de Rueda e hijos".
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Por la misma calle volvían ya juntos, Mazuelos y Hebaristo. El tronco del sauce sirvió para el cajón del farmacéutico. "La Voz Regionalista", cuyo editorial" ¿Hasta Cuándo?", fuera la causa de la muerte prematura, lloraba ahora la desaparición del "amigo noble y caballeroso, empleado cumplidor y ciudadano integérrimo", cuyo recuerdo no moriría entre los que tuvieron la fortuna de tratarlo y sobre cuya tumba, (el joven de la Haza) ponía las siemprevivas, etc. El alcalde municipal seFIor Unzueta, que era a un tiempo propietario de "El amigo del pueblo", tomó la palabra en el cementerio y su discurso, que se publicó más tarde en "La Voz Regionalista", empezaba: "Aunque no tengo las dotes oratorias que otros, agradezco el honroso encargo que la Sociedad de Socorros Mutuos ha depositado en mí, para dar el último adiós al amigo noble y caballeroso, al empleado cumplidor y al ciudadano integérrimo, que en este ataúd de duro roble". ..y concluía: "Mazuelos. Tú no has muerto. Tu memoria vive entre nosotros. Descansa en Paz"
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
V
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al día siguiente el dueño de la "Carpintería y confección de ataúdes de Rueda e hijos", llevaba al señor Unzueta una factura:
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
"El señor N. Unzueta a Rueda e hijos... Debe... Por un ataúd de roble... soles 18.70".
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Pero si no era de roble -arguyó Unzueta- Era de sauce...
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Es cierto -repuso la firma comercial "Rueda e hijos"- es cierto; pero entonces ponga Ud. sauce en su discurso... y borre el duro roble...
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Sería una lástima -dijo Unzueta pagando- sería una lástima; habría que quitar toda la frase: "al ciudadano integérrimo que en este ataúd de duro roble"... Y eso ha quedado muy bien, lo digo sin modestia. ..¿No es verdad Rueda?
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Cierto, señor Alcalde -respondió la voz comercial "Rueda e hijos". </div>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-3114240435920490912012-01-09T14:57:00.000-08:002012-01-09T14:57:48.806-08:00Instrucción del Inca Titu Cusi Yupanqui<div style="text-align: justify;">
<a href="http://www.portalinca.com/inca2.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://www.portalinca.com/inca2.jpg" /></a>Por quanto; yo don Diego de Castro Titu Cussi Yupangui, nieto de Guaina Cápac é hijo de Mango Inga Yupangui, señores naturales que fueron de los rreynos y prouinçias del Pirú, he rreciuido muchas merçedes y fauor del muy Ille. señor el Liçenciado Lope Garçia de Castro, Gobernador que fué destos rreinos por su Magd. del rrei don Phelipe nuestro señor, me ha pereçido que pues su Sa. va destos rreinos a los de España y es persona de valor y gran xpiandad, no podría yo hallar quién con mejor titulo y voluntad me favoresçiese en todos mis negoçios que ante Su Magd. haya de presentar y tratar, ansí en cosas a mi neçesarias como a mis hijos y desçendientes, para lo qual, por el gran crédito que de su señoría tengo, no dexaré de ponerlos todos en su mano para que ansi en uno como en otro, pues en todo hasta aqui me ha hecho tanta merçed, en esta tan prençipal me la haga como yo espero de su muy Ille. persona.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En el tiempo que los españoles aportaron á esta tierra del Pirú, que llegaron al pueblo de Caxamarca, çiento y noventa leguas poco más o menos de aquí, mi padre Mangó Inga estaba en la ciudad del Cuzco, en esa era con todo su poderío y mando, como su padre Guaina Cápac se lo hauta dexado, donde tuvo nueva por ciertos mensajeros que vinieron de allá de un hermano suyo mayor, aunque bastardo, llamado Atavallpa, y por vnos indios yungas tallanas que rresiden á la orilla del Mar del Sur, quince ó veinte leguas del dho. Caxamallca, los quales decían que habían visto llegar a su tierra çiertas personas muy differentes de nuestro hábito y traje, que pareçían viracochas, ques el nombre con el qual nosotros nombramos antiguamente al Criador de todas las cosas, diçiendo Tecsi Viracochan, que quiere deçir prençipio y haçedor de todos; y nombraron desta manera a aquellas personas que habían visto, lo uno porque diferenciaban mucho nuestro traje y semblante, y lo otro porque veían que andaban en vnas animalías muy grandes, las quales tenían los pies de plata: y ésto decían por el rrelumbar de las herraduras. Y también los llamaban ansí, porque les hauían visto hablar a solas en vnos paños blancos como vna persona hablaba con otra, y ésto, por el leer en libros y cartas; y avn les llamauan Viracochas por la excelençia y paresçer de sus personas y mucha differençia entre vnos y otros, porque vnos eran de barbas negras y otros bermejas, é porque les veían comer en plata; y también porque teníanyllapas, nombre que nosotros tenemos para los truenos, y ésto decían por los arcabuçes, porque pensaban que eran truenos del cielo.
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
<a href="http://www.megaupload.com/?d=82VYLYCI">DESCARGA TEXTO COMPLETO</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-86478377602502272592012-01-09T13:51:00.000-08:002012-01-12T13:17:38.552-08:00Dioses y Hombres de Huarochiri<div style="text-align: center;">
<b>AVILA, Francisco de 1598/1987 Ritos y tradiciones de Huarochiri del siglo XVII </b><br />
<b> (Dioses y Hombres de Huarochiri)
</b></div>
<div style="text-align: center;">
<i><br /></i></div>
<div style="text-align: center;">
<i>Taylor, Gerald, ed.
</i></div>
<div style="text-align: center;">
<i><br /></i></div>
<div style="text-align: center;">
<i>Lima: Instituto de Estudios Peruanos/Instituto Frances de Estudios Andinos.
</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
041 001 <b>Introduccion</b> </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Si en los tiempos antiguos, los antepasados de los hombres
llamados indios hubieran conocido la escritura, entonces todas sus tradiciones no se
habrian ido perdiendo, como ha ocurrido hasta ahora. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
041 002 Más bien se habrian conservado como se conservan las tradiciones y (el
recuerdo de) la valentia antigua de los huiracochas que aun hoy son visibles. </div>
<div style="text-align: justify;">
041 003 Pero como es asi, y hasta ahora no se las ha puesto por escrito, voy a relatar aquí las tradiciones de los antiguos hombres de Huarochirí, todos protegidos por el mismo padre, la fe que observan y las costumbres que siguen hasta nuestros dias. </div>
<div style="text-align: justify;">
043 004 Enseguida, en cada comunidad serán transcritas las tradiciones que se
conservan desde su origen.
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
045 001 <b>Capitulo 1</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><br /></b></div>
<div style="text-align: justify;">
045 001 /Dicen que/ en los tiempos muy antiguos había unos huacas llamados
Yananamca y Tutanamca.</div>
<div style="text-align: justify;">
045 002 A estos, en una época posterior, los venció otro huaca llamado Huallallo
Carhuincho. </div>
<div style="text-align: justify;">
045 003 Después de haberlos vencido, era Huallallo quien animaba a los hombres a los
cuales no consentía que engendrasen más de dos hijos. </div>
<div style="text-align: justify;">
045 004 Uno se lo comía. </div>
<div style="text-align: justify;">
047 005 El otro --el preferido-- era criado por los padres. </div>
<div style="text-align: justify;">
047 006 En aquella época, los hombres resucitaban sólo cinco dias despues de morir </div>
<div style="text-align: justify;">
047 007 y los cultivos también maduraban solo cinco dias después de haber sido
sembrados. </div>
<div style="text-align: justify;">
047 008 Todas estas comunidades estaban pobladas por yuncas. </div>
<div style="text-align: justify;">
047 009 Los hombres proliferaban tanto que, (faltándoles espacio para sus
sembradíos), vivían en gran estrechez. (Fue así como subieron a los cerros donde,) para hacer sus chacras, solo escarbaban y raspaban las crestas y laderas. </div>
<div style="text-align: justify;">
047 010 /Dicen que,/ aun hoy, se ven estas chacras, grandes y pequeñas, sobre todos los cerros. </div>
<div style="text-align: justify;">
047 011 En aquel tiempo, los pájaros eran todos muy hermosos, los loros y los caquis deslumbrantes de amarillo y rojo. </div>
<div style="text-align: justify;">
049 012 Cuando más tarde apareció otro huaca llamado Pariacaca, esos pájaros fueron expulsados, junto con todas las demás obras de Huallallo Carhuincho hacia la region de los antis. </div>
<div style="text-align: justify;">
049 013 Narraremos más adelante la lucha que hubo entre estos dos y el origen de
Pariacaca. </div>
<div style="text-align: justify;">
049 014 Había también otro huaca que se llamaba Cuniraya. </div>
<div style="text-align: justify;">
049 015 No sabemos muy bien si este existía antes o después de Huallallo y de
Pariacaca. </div>
<div style="text-align: justify;">
051 016 Sin embargo, /sabemos que/ su culto está estrechamente asociado con el de
Huiracocha, </div>
<div style="text-align: justify;">
051 017 ya que los hombres, cuando adoraban a Cuniraya, le dirigían el rezo
siguiente: "Cuniraya Huiracocha, animador de la tierra y del hombre, todas las cosas
son tuyas; tuyas son las chacras, tuyos son los hombres". </div>
<div style="text-align: justify;">
051 018 En los tiempos muy antiguos, antes de empezar cualquier tarea difícil, los
hombres de antaño arrojaban su coca al suelo y, sin ver a Huiracocha, rezaban asi: "Haz que me acuerde de como realizar esta tarea y que sea hábil en su ejecución, oh
Cuniraya Huiracocha". </div>
<div style="text-align: justify;">
051 019 Especialmente los tejedores de ropa fina, cuando tenían que tejer algo muy
dificil, lo adoraban y lo invocaban. </div>
<div style="text-align: justify;">
051 020 Por eso, primero vamos a escribir sobre Cuniraya y después sobre Pariacaca. <br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal">
053 001 <b>Capitulo 2 </b></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
053 001 Una tradición sobre Cuniraya Huiracocha. </div>
<div class="MsoNormal">
053 002 /Dicen que/ en los tiempos muy antiguos, Cuniraya
Huiracocha, convertido en hombre muy pobre, andaba paseando con su capa y su
cusma hechas harapos.</div>
<div class="MsoNormal">
053 003 Sin reconocerlo, algunos hombres lo trataban de
mendigo piojoso. </div>
<div class="MsoNormal">
053 004 Ahora bien, este hombre animaba a todas las
comunidades. </div>
<div class="MsoNormal">
053 005 Con su sola palabra preparaba el terreno para las
chacras y consolidaba los andenes. </div>
<div class="MsoNormal">
053 006 Con nada más que arrojar una flor de cañaveral
llamado pupuna abría una acequia desde su fuente. </div>
<div class="MsoNormal">
055 007 Así realizando toda clase de hazañas andaba
humillando a los demás huacas locales con su saber. </div>
<div class="MsoNormal">
055 008 Había una vez una mujer llamada Cahuillaca que también
era huaca. </div>
<div class="MsoNormal">
055 009 Esta Cahuillaca era todavía doncella. </div>
<div class="MsoNormal">
055 010 Como era muy hermosa todos los huacas y huillcas
deseaban acostarse con ella. </div>
<div class="MsoNormal">
055 011 Pero ella siempre los rechazaba. </div>
<div class="MsoNormal">
055 012 Sucedió que esta mujer, que nunca se había dejado
tocar por un hombre, estaba tejiendo debajo de un lucumo. </div>
<div class="MsoNormal">
055 013 Cuniraya, gracias a su astucia, se convirtió en pájaro
y subió al árbol. </div>
<div class="MsoNormal">
055 014 Como había allí una lucuma madura, introdujo su
semen en ella y la hizo caer cerca de la mujer. </div>
<div class="MsoNormal">
055 015 Ella, muy contenta, se la trago. </div>
<div class="MsoNormal">
055 016 Así quedo preñada sin que ningún hombre hubiera
llegado hasta ella. </div>
<div class="MsoNormal">
057 017 Nueve meses más tarde, como suelen hacer las
mujeres, Cahuillaca también dio a luz, aunque fuese todavía doncella. </div>
<div class="MsoNormal">
057 018 Durante un año más o menos, crio sola a su hijo, amamantándolo.
Siempre se preguntaba de quien podía ser hijo. </div>
<div class="MsoNormal">
057 019 Al cumplirse el ano <span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;">–</span>el niño ya andaba a gatas<span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;">–</span> hizo
llamar a todos los huacas y los huillcas a fin de saber quién era el padre. </div>
<div class="MsoNormal">
057 020 Cuando oyeron el mensaje, todos los huacas se
regocijaron mucho y acudieron vestidos con su ropa más fina, cada uno
convencido de ser el que Cahuillaca iba a amar. </div>
<div class="MsoNormal">
057 021 Esta reunión tuvo lugar en Anchicocha. </div>
<div class="MsoNormal">
057 022 Cuando llegaron al lugar donde residía esa mujer,
todas los huacas y los </div>
<div class="MsoNormal">
huillcas se sentaron; entonces ella les hablo: "¡Miradlo!
varones, señores, ¡reconoced a este niño! ¿Quién de vosotros es el
padre?". Y a cada uno le pregunto si había sido él. </div>
<div class="MsoNormal">
059 023 Pero ninguno dijo que era su hijo. </div>
<div class="MsoNormal">
059 024 Cuniraya Huiracocha --como suelen hacer los muy
pobres--se había sentado a un lado; despreciándolo, Cahuillaca no le pregunto a
él, pues le parecía imposible que su hijo hubiera podido ser engendrado por
aquel hombre pobre, habiendo tantos varones hermosos presentes. </div>
<div class="MsoNormal">
059 025 Como nadie admitía que el niño era su hijo, le dijo
a este que fuera el mismo a reconocer a su padre; antes, les explico a los
huacas que, si el padre estaba presente, su hijo se le subiría encima. </div>
<div class="MsoNormal">
059 026 El niño anduvo a gatas de un lado a otro de la
asamblea pero no se subió encima de ninguno hasta llegar al lugar donde estaba
sentado su padre. </div>
<div class="MsoNormal">
059 027 Enseguida, muy alegre, se trepo por sus piernas. </div>
<div class="MsoNormal">
059 028 Cuando su madre lo vio, muy encolerizada, grito:
"Ay de mi! ¿Cómo habría podido yo dar a luz el hijo de un hombre tan
miserable?" y, con estas palabras, cargando a su hijito, se dirigió hacia
el mar. </div>
<div class="MsoNormal">
061 029 Entonces Cuniraya Huiracocha dijo: "¡Ahora si
me va a amar!" y se vistió con un traje de oro y empezó a seguirla; al
verlo todos los huacas locales se asustaron mucho. "Hermana
Cahuillaca" la llamo, "mira aquí! Ahora soy muy hermoso" y se enderezo
iluminando la tierra. </div>
<div class="MsoNormal">
061 030 Pero Cahuillaca no volvió el rostro hacia él; se dirigió
hacia el mar con la intención de desaparecer para siempre por haber dado a luz
el hijo de un hombre tan horrible y sarnoso; llego al sitio donde, en efecto, todavía
se encuentran dos piedras semejantes a seres humanos, en Pachacamac mar
adentro. </div>
<div class="MsoNormal">
061 031 Al momento mismo en que llego allí, se transformo en
piedra. </div>
<div class="MsoNormal">
061 032 Como creía que Cahuillaca iba a verlo, que iba a
mirarlo, Cuniraya </div>
<div class="MsoNormal">
Huiracocha la seguía a distancia gritándole y llamándola
continuamente. </div>
<div class="MsoNormal">
061 033 Entonces se encontró con un cóndor. </div>
<div class="MsoNormal">
063 034 "Hermano, ¿dónde te encontraste con esa
mujer?" le preguntó. "Aquí cerca esta, ya casi la vas a
alcanzar" respondió el cóndor. Entonces, Curinaya le dijo: "Siempre vivirás
alimentándote con todos los animales de la puna; cuando mueran, ya sean huanacos,
vicuñas o cualquier otro animal, tu solo te los comerás; y, si alguien te mata,
el también morirá a su vez". </div>
<div class="MsoNormal">
063 035 Enseguida se encontró con una zorrina. </div>
<div class="MsoNormal">
063 036 "Hermana" le preguntó, ¿dónde te
encontraste con esa mujer?" Ella le respondió: "Ya no la alcanzaras;
ya está muy lejos". "Por lo que me has contado, no caminaras de día
sino de noche, odiada por los hombres y apestando horriblemente". </div>
<div class="MsoNormal">
Así la maldijo, con mucho odio. </div>
<div class="MsoNormal">
063 037 Enseguida se encontró con un puma. </div>
<div class="MsoNormal">
065 038 Este le dijo: "Ella todavía anda por aquí; ya
te estás acercando". "Serás muy querido" le prometió Cuniraya,
"y las llamas, sobre todo las llamas del hombre culpable, te las comerás
tu; y, si alguien te mata, primero te hará bailar en una gran fiesta, poniéndote
sobre la cabeza; todos los años te sacara y, después de haberte sacrificado una
llama, te hará bailar". </div>
<div class="MsoNormal">
065 039 Enseguida se encontró con un zorro. </div>
<div class="MsoNormal">
065 040 El zorro le dijo que ella ya iba lejos y que no iba
a alcanzarla. Entonces le dijo Cuniraya: "Aunque andes a distancia, los
hombres llenos de odio, te trataran de zorro malvado y desgraciado; cuando te
maten, te botaran a ti y tu piel como a algo sin valor". </div>
<div class="MsoNormal">
065 041 Fue así también como se encontró con un halcón. </div>
<div class="MsoNormal">
067 042 Cuando el halcón le aseguró que Cahuillaca andaba todavía
muy cerca y que ya casi la iba a alcanzar, Cuniraya le prometió: "Tendrás
mucha suerte; y cuando comas, primero almorzarás, y después otros pájaros; el
hombre que te mate, llorará tu muerte sacrificándote una llama y bailará poniéndote
sobre su cabeza para que resplandezcas allí". </div>
<div class="MsoNormal">
067 043 Enseguida se encontró con unos loros. </div>
<div class="MsoNormal">
067 044 Los loros le dijeron que Cahuillaca iba muy lejos y
que ya no iba a alcanzarla. "Andaréis gritando muy fuerte y, cuando
escuchen vuestro grito, y sepan que tenéis la intención de destruir sus
cultivos, sin tardar los hombres os ahuyentaran y así habréis de vivir con
mucho sufrimiento, odiados por ellos". </div>
<div class="MsoNormal">
067 045 Así, cada vez que se encontraba con alguien que le
diera buenas noticias, le establecía un porvenir dichoso y seguía su camino. </div>
<div class="MsoNormal">
067 046 Pero si alguien le daba malas noticias, lleno de
odio le maldecía. </div>
<div class="MsoNormal">
067 047 De esta forma llego hasta la orilla del mar; desde
allí, regreso hacia Pachacamac. </div>
<div class="MsoNormal">
069 048 Llegó al sitio donde se encontraban dos hijas de
Pachacamac bajo la custodia de una serpiente. </div>
<div class="MsoNormal">
069 049 Poco antes, la madre de las dos jóvenes había
entrado en el mar para visitar a Cahuillaca. Se llamaba Urpayhuachac. </div>
<div class="MsoNormal">
069 050 Aprovechando su ausencia, Cuniraya Huiracocha violo
a la hija mayor. </div>
<div class="MsoNormal">
069 051 Cuando quiso hacer lo mismo a la otra, esta se
transformó en paloma y alzó el vuelo. </div>
<div class="MsoNormal">
069 052 Por eso su madre se llamaba Urpayhuachac (la que
pare palomas) </div>
<div class="MsoNormal">
069 053 En aquella época, no había ni un solo pez en el mar.
</div>
<div class="MsoNormal">
071 054 Solo Urpayhuachac los criaba en un pequeño estanque
dentro de su casa. </div>
<div class="MsoNormal">
071 055 Cuniraya, encolerizado porque Urpayhuachac había ido
a visitar a Cahuillaca, los arrojó a todos al mar. </div>
<div class="MsoNormal">
071 056 Por esto, ahora el mar también está lleno de peces. </div>
<div class="MsoNormal">
071 057 Después, Cuniraya Huiracocha huyó hacia la orilla
del mar. </div>
<div class="MsoNormal">
071 058 Cuando sus hijas le contaron cómo Cuniraya las había
violado, Urpayhuachac, furiosa, lo persiguió. </div>
<div class="MsoNormal">
071 059 Llamándolo continuamente fue siguiéndolo. Entonces,
Cuniraya aceptó esperarla. </div>
<div class="MsoNormal">
071 060 "Sólo quiero quitarte las pulgas, Cuni",
le dijo y empezó a espulgarlo. </div>
<div class="MsoNormal">
071 061 Al mismo tiempo, hizo crecer una gran pena para que
le cayera encima. </div>
<div class="MsoNormal">
073 062 Pero Cuniraya, gracias a su astucia, pudo adivinar
su intención y, diciéndole que quería retirarse unos momentos para defecar, huyó
de nuevo hacia estas tierras. </div>
<div class="MsoNormal">
073 063 Entonces anduvo mucho tiempo por estos parajes engañando
a numerosos huacas locales y hombres.<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
</div>
<div class="MsoNormal">
075 001 <b>Capítulo 3</b></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
075 001 Aquí vamos a volver a lo que se contaba sobre los
hombres muy antiguos. </div>
<div class="MsoNormal">
075 002 He aquí este relato. </div>
<div class="MsoNormal">
075 003 /Se dice que/ en los tiempos antiguos, este mundo
estaba por acabarse. </div>
<div class="MsoNormal">
075 004 Entonces, una llama, sabiendo que el mar iba a
desbordar, no comía y se lamentaba como si sufriera mucho aunque su dueño la hacía
pastar en un lugar donde la hierba era muy buena. </div>
<div class="MsoNormal">
075 005 Entonces, el dueño, muy enojado, le arrojó la tusa
del choclo que estaba comiendo y le dijo: "¡Come, perro! Hay tanta hierba
aquí donde te he puesto a pastar". </div>
<div class="MsoNormal">
075 006 Entonces, la llama se puso a hablar como un ser
humano. "¡Imbécil! ¿Dónde está tu juicio? Dentro de cinco días, el mar va
a desbordar; entonces, el mundo entero se va a acabar" le dijo. </div>
<div class="MsoNormal">
077 007 El hombre se espantó. "¿Qué será de nosotros?
¿A dónde iremos a salvarnos?" dijo. La llama respondió: "Vamos al
cerro de Huillcacoto; allí nos salvaremos. Lleva suficiente comida para cinco
días". </div>
<div class="MsoNormal">
077 008 Entonces, sin tardar el hombre se fue llevando él
mismo la llama y su carga. </div>
<div class="MsoNormal">
077 009 Cuando llegó al cerro de Huillcacoto, todos los
animales, el puma, el zorro, el huanaco, el cóndor, todos los animales sin excepción,
ya lo habían ocupado. </div>
<div class="MsoNormal">
077 010 Tan pronto como llegó, el mar desbordó. </div>
<div class="MsoNormal">
077 011 Estaban allí, apretujados unos contra otros. </div>
<div class="MsoNormal">
077 012 Cuando todos los cerros ya estaban inundados, sólo
la puntita misma del cerro de Huillcacoto no fue cubierta por el agua. </div>
<div class="MsoNormal">
077 013 Entonces el agua mojó la cola del zorro </div>
<div class="MsoNormal">
077 014 que se ennegreció. </div>
<div class="MsoNormal">
077 015 Después de cinco días, las aguas empezaron a bajar
de nuevo y a secarse. </div>
<div class="MsoNormal">
079 016 Así el mar se retiró hacia abajo exterminando a
todos los hombres. </div>
<div class="MsoNormal">
079 017 Entonces, el hombre <span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;">–</span>que se había salvado en
Huillcacoto<span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 12pt; line-height: 115%;">–</span> comenzó a multiplicarse de nuevo. </div>
<div class="MsoNormal">
079 018 Por eso existen todavía los hombres. </div>
<div class="MsoNormal">
079 019 Nosotros los cristianos consideramos que este relato
se refiere al tiempo del diluvio. </div>
<div class="MsoNormal">
079 020 Ellos atribuyen su salvación a Huillcacoto. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
</div>
<div class="MsoNormal">
081 001 <b>Capítulo 4</b></div>
<div class="MsoNormal">
<b><br /></b></div>
<div class="MsoNormal">
081 001 Ahora vamos a contar una historia sobre la muerte
del sol. </div>
<div class="MsoNormal">
081 002 /Se dice que/ en los tiempos antiguos, murió el sol.
</div>
<div class="MsoNormal">
081 003 La obscuridad duró cinco días. </div>
<div class="MsoNormal">
081 004 Entonces, las piedras se golpearon unas contra otras
</div>
<div class="MsoNormal">
081 005 y los morteros, así como los batanes, empezaron a
comerse a la gente. </div>
<div class="MsoNormal">
081 006 De igual manera, las llamas comenzaron a perseguir a
los hombres. </div>
<div class="MsoNormal">
081 007 Nosotros los cristianos consideramos que se trata de
la obscuridad que acompañó la muerte de nuestro señor Jesucristo. </div>
<div class="MsoNormal">
083 008 Estos dicen que lo creen también posible. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
</div>
<div class="MsoNormal">
085 001 <b>Capítulo 5</b></div>
<div class="MsoNormal">
<b><br /></b></div>
<div class="MsoNormal">
085 001 Aquí empieza el relato del origen de Pariacaca. </div>
<div class="MsoNormal">
085 002 Ya hemos hablado en los primeros capítulos de las
tradiciones que se refieren a los tiempos antiguos. </div>
<div class="MsoNormal">
085 003 Sin embargo, no sabemos cuál fue el origen de los
hombres de aquella época ni de dónde provenían. </div>
<div class="MsoNormal">
085 004 (Los hombres que vivían en aquellos tiempos no hacían
otra cosa que guerrear y luchar entre sí, </div>
<div class="MsoNormal">
085 005 y reconocían como sus curacas sólo a los valientes y
a los ricos. </div>
<div class="MsoNormal">
085 006 A estos llamamos los purum runa). </div>
<div class="MsoNormal">
085 007 /Sabemos que/ en aquella época, Pariacaca nació de
cinco huevos en el cerro de Condorcoto. </div>
<div class="MsoNormal">
087 008 Un solo hombre, un pobre que se llamaba Huatiacuri,
quien era también, según se dice, hijo de Pariacaca, fue el primero en ver y en
saber de este nacimiento. </div>
<div class="MsoNormal">
087 009 Vamos a hablar de cómo supo –del nacimiento de
Pariacaca– y de los muchos misterios que realizó. </div>
<div class="MsoNormal">
087 010 /Se dice que/ la gente de aquella época lo llamaba
Huatiacuri porque, siendo muy pobre, se sustentaba sólo con papas huatiadas. </div>
<div class="MsoNormal">
087 011 Había entonces un hombre llamado Tamtañamca, un muy
poderoso y gran señor. </div>
<div class="MsoNormal">
087 012 Su casa entera estaba cubierta de alas de pájaros de
las especies llamadas casa y cancho. </div>
<div class="MsoNormal">
087 013 Poseía llamas amarillas, rojas y azules, es decir,
de todas las variedades imaginables. </div>
<div class="MsoNormal">
089 014 Cuando se daba cuenta de la excelente vida de este
hombre, la gente llegaba de todas las comunidades para honrarlo y venerarlo. </div>
<div class="MsoNormal">
089 015 Y él, fingiendo ser un gran sabio, no obstante sus
conocimientos limitados, vivía engañando a muchísima gente. </div>
<div class="MsoNormal">
089 016 Entonces, este hombre, Tamtañamca, que se fingía
adivino y dios, contrajo una enfermedad muy grave. </div>
<div class="MsoNormal">
089 017 Muchos años pasaron y la gente se preguntaba cómo
era posible que un sabio tan capaz, que animaba a la gente y a las cosas,
estuviese enfermo. </div>
<div class="MsoNormal">
089 018 Entonces, así como los huiracochas recurren a sus
adivinos, a sus doctores, este hombre, que deseaba curarse, hizo llamar a todos
los sabios. </div>
<div class="MsoNormal">
089 019 Sin embargo, ninguno supo –la causa de– su
enfermedad. </div>
<div class="MsoNormal">
089 020 Huatyacuri, que en aquel tiempo estaba viniendo del
mar, subió al cerro que bajamos cuando vamos a Cieneguilla. Allí se adormeció. </div>
<div class="MsoNormal">
091 021 Este cerro lleva hoy el nombre de Latausaco. </div>
<div class="MsoNormal">
091 022 Mientras dormía, un zorro que subía se encontró a
mitad del camino con otro que bajaba. El primero preguntó al otro:
"Hermano, ¿cómo está la situación en la huillca de arriba?". </div>
<div class="MsoNormal">
091 023 "Lo que está bien está bien" le contestó
el otro, "aunque un señor, un huillca de Anchicocha, que finge ser un gran
sabio, un dios, se ha enfermado. Por esto, todos los adivinos hacen sortilegios
para descubrir el origen de una enfermedad tan grave, pero nadie llega a
saberlo. He aquí por qué se enfermó. Un grano de maíz de varios colores saltó
del tiesto donde su mujer estaba tostando y tocó sus vergüenzas; después, ella
lo recogió y se lo dio de comer a otro hombre. Este acto ha establecido una
relación culpable entre ella y el hombre que comió el maíz. Por eso, ahora se
la considera adúltera. Por esta culpa una serpiente vive encima de aquella casa
tan hermosa y se los está comiendo. Hay también un sapo con dos cabezas que se
encuentra debajo de su batán. Y nadie sospecha ahora que son éstos quienes se
los están comiendo". Después de haber contado esto al zorro que venía de
abajo, </div>
<div class="MsoNormal">
093 024 el de arriba le preguntó sobre los hombres de la
huillca de abajo. </div>
<div class="MsoNormal">
093 025 Entonces, el otro a su vez le contestó: "Hay
una mujer –la hija de ese gran señor– que, a causa de un pene, casi se
muere". </div>
<div class="MsoNormal">
093 026 (Este cuento, hasta el restablecimiento de la mujer,
es muy largo. Lo transcribiremos después. Ahora vamos a volver al relato
anterior). </div>
<div class="MsoNormal">
093 027 Mientras conversaban, Huatiacuri escuchaba todo lo que
estaban diciendo. </div>
<div class="MsoNormal">
093 028 Este tan gran señor, que estaba enfermo por haber
fingido ser dios, tenía dos hijas. </div>
<div class="MsoNormal">
093 029 Había unido a la mayor con un hombre muy rico de su
ayllu. </div>
<div class="MsoNormal">
093 030 Entonces, Huatiacuri llegó al lugar donde se
encontraba el señor enfermo. </div>
<div class="MsoNormal">
093 031 Cuando estaba cerca de la casa de éste se puso a
preguntarles a todos si no había alguien en aquella comunidad que estuviera
enfermo. </div>
<div class="MsoNormal">
095 032 La hija menor de –Tamtañamca– le respondió que era
su padre el enfermo. </div>
<div class="MsoNormal">
095 033 "Quédate conmigo", le dijo Huatiacuri.
"Por ti, voy a sanar a tu padre". </div>
<div class="MsoNormal">
095 034 (Comentario añadido al texto: No sabemos el nombre
de esta mujer pero se dice que, más tarde, la llamaban Chaupiñamca). </div>
<div class="MsoNormal">
095 035 La mujer no aceptó enseguida su propuesta. </div>
<div class="MsoNormal">
095 036 Le contó a su padre que un pobre le había dicho que
iba a sanarlo. </div>
<div class="MsoNormal">
095 037 Los sabios, que estaban allí, cuando escucharon sus
palabras, se echaron a reír y dijeron: "¿Estaríamos nosotros aquí curándolo,
si un pobre como éste fuera capaz de hacerlo?" </div>
<div class="MsoNormal">
095 038 El señor enfermo, sin embargo, deseaba ante todo
librarse de su enfermedad e hizo llamar a Huatiacuri–. "¡Que venga
cualquiera –que se diga capaz de curarme–!" les dijo. </div>
<div class="MsoNormal">
095 039 Huatiacuri entró y dijo al enfermo: "Padre, si
deseas, voy a curarte. Pero me tienes que dar a tu hija". El otro, muy
contento, aceptó. </div>
<div class="MsoNormal">
097 040 El marido de la hija mayor, al oír dicha propuesta,
se puso furioso: "¿Cómo podría aceptar que la cuñada de un hombre tan
poderoso como yo se una a semejante pobre?" dijo. </div>
<div class="MsoNormal">
097 041 Vamos a contar más adelante la lucha entre este
hombre y Huatiacuri. </div>
<div class="MsoNormal">
097 042 Por ahora, vamos a volver al –relato de cómo
Huatiacuri curó al enfermo–. </div>
<div class="MsoNormal">
097 043 Huatiacuri empezó a curar a Tamañamca.
"Padre", le dijo, "tu mujer es adúltera. </div>
<div class="MsoNormal">
097 044 Su culpa te ha hecho enfermar. Encima de tu casa tan
espléndida hay dos serpientes que te están comiendo. Y hay también un sapo de
dos cabezas debajo de tu batán. Tenemos que matarlos a todos para que te cures.
Cuando ya te hayas curado, tendrás que adorar a mi padre por encima de todo. Sólo
pasado mañana nacerá. En cuanto a ti, tú no eres un auténtico animador de
hombres. Si lo fueras, no te habrías enfermado de esta manera". Al oír sus
palabras, –Tamtañamca– se espantó. </div>
<div class="MsoNormal">
099 045 Le dio mucha pena que –Huatiacuri– fuera a destruir
su casa tan hermosa. </div>
<div class="MsoNormal">
099 046 A su vez, la mujer gritó: "Este miserable me
insultó sin motivo. No soy adúltera". </div>
<div class="MsoNormal">
099 047 Pero como el enfermo tenía muchas ganas de curarse,
mandó destruir su casa. </div>
<div class="MsoNormal">
099 048 Entonces, sacaron a las dos serpientes </div>
<div class="MsoNormal">
099 049 y, enseguida, las mataron. </div>
<div class="MsoNormal">
099 050 Pues era verdad lo que Huatiacuri había contado
sobre la mujer de Tamtañamca, a saber que, cuando el grano de maíz de varios
colores saltó del tiesto y tocó sus vergüenzas, lo recogió y se lo dio de comer
a otro hombre. </div>
<div class="MsoNormal">
099 051 Y entonces la mujer también reconoció que era
culpable. "–Todo lo que ha contado– es la pura verdad" confesó. </div>
<div class="MsoNormal">
099 052 Enseguida –¿Huatiacuri?– mandó levantar el batán. </div>
<div class="MsoNormal">
099 053 Un sapo con dos cabezas salió y echó a volar hacia
la quebrada de Anchicocha. </div>
<div class="MsoNormal">
101 054 /Se dice que/ aún se encuentra allí en un manantial.
</div>
<div class="MsoNormal">
101 055 Cuando los hombres llegan a este lugar, a veces los
hace desaparecer, a veces los enloquece. </div>
<div class="MsoNormal">
101 056 Después que Huatiacuri hubo cumplido todo esto, el
enfermo sanó. </div>
<div class="MsoNormal">
101 057 Entonces, {una vez}, el día señalado, Huatiacuri fue
a Condorcoto. </div>
<div class="MsoNormal">
101 058 Allí estaba Pariacaca en forma de cinco huevos. </div>
<div class="MsoNormal">
101 059 Cerca de él, el viento empezó a soplar. </div>
<div class="MsoNormal">
101 060 En los tiempos antiguos, el viento no había
aparecido. </div>
<div class="MsoNormal">
101 061 El día que Huatiacuri iba a salir a Condorcoto, el
hombre ya sano le dio a su hija. </div>
<div class="MsoNormal">
101 062 Mientras los dos caminaban solos por el paraje donde
se encuentra este cerro, pecaron. </div>
<div class="MsoNormal">
101 063 Cuando el primer cuñado se enteró de este hecho
empezó a desafiar a </div>
<div class="MsoNormal">
Huatiacuri con el propósito de cubrirlo de vergüenza. </div>
<div class="MsoNormal">
103 064 Así, un día, ese hombre le dijo a Huatiacuri–:
"Hermano, vamos a competir en distintas pruebas. ¿Cómo te atreviste tú, un
miserable, a casarte con la cuñada de un hombre tan poderoso como yo?" </div>
<div class="MsoNormal">
103 065 El pobre aceptó el desafío y fue a contarle a su
padre lo que el otro le había dicho. </div>
<div class="MsoNormal">
103 066 "Muy bien" le dijo su padre,
"cualquier cosa que te proponga, ven enseguida a verme". </div>
<div class="MsoNormal">
103 067 He aquí la –primera– prueba. </div>
<div class="MsoNormal">
<o:p> </o:p>103 068 Un día –su cuñado– le dijo: "Vamos a medir
nuestras fuerzas bebiendo y bailando".</div>
<div class="MsoNormal">
103 069 Huatiacuri, el pobre, fue a contárselo a su padre. </div>
<div class="MsoNormal">
105 070 Este le dijo: "Vete a la otra montaña donde,
convirtiéndose en huanaco, te echarás –como si estuvieras– muerto; entonces,
por la mañana temprano, un zorro y su mujer, una zorrina, vendrán a verme; –la
zorrina– traerá chicha en un poronguito y traerá también su tambor; al verte,
creyendo que eres un huanaco muerto, pondrá estas cosas en el suelo, el zorro
hará lo mismo con su antara, y empezarán a comerte; allí, te convertirás –de
nuevo en hombre y, gritando con todas tus fuerzas, te echarás a volar; ellos
huirán, olvidándose de sus cosas y así iras a la prueba". Estas fueron las
palabras de su padre, Pariacaca. </div>
<div class="MsoNormal">
105 071 Entonces, el hombre pobre hizo todo conforme a sus
instrucciones. </div>
<div class="MsoNormal">
105 072 Al empezar la competición, el hombre rico fue el
primero en bailar. </div>
<div class="MsoNormal">
105 073 Aproximadamente doscientas mujeres bailaron para él;
cuando acabó, </div>
<div class="MsoNormal">
Huatiacuri, el pobre, entró solo con su mujer, los dos
solitos. </div>
<div class="MsoNormal">
105 074 Cruzaron el umbral y bailaron acompañados por el
tambor de la zorrina; entonces, en toda la región, la tierra tembló. </div>
<div class="MsoNormal">
107 075 De esta manera, –Huatiacuri– venció en todo. </div>
<div class="MsoNormal">
107 076 Después, empezaron a beber. </div>
<div class="MsoNormal">
107 077 Como suelen hacer aún los huéspedes, que en las
asambleas se sientan en el sitio más alto, también Huatiacuri y su mujer fueron
a sentarse solos en el puesto de honor. </div>
<div class="MsoNormal">
107 078 Entonces, todos los hombres, que estaban sentados
allí, vinieron a servirle chicha sin dejarle respirar. </div>
<div class="MsoNormal">
107 079 Huatiacuri bebió tranquilamente todo lo que
sirvieron. </div>
<div class="MsoNormal">
107 080 Enseguida le tocó a él; empezó a servirles la chicha
que había traído en su </div>
<div class="MsoNormal">
poronguito. Los demás, cuando vieron lo pequeño que era el
porongo para saciar a tanta gente, se rieron a carcajadas. </div>
<div class="MsoNormal">
107 081 Pero apenas se puso a servirles, yendo de un extremo
al otro de la asamblea, cayeron todos sin sentido. </div>
<div class="MsoNormal">
107 082 Como –Huatiacuri– había vencido en esta prueba–, al
día siguiente, el otro quiso desafiarlo de nuevo. </div>
<div class="MsoNormal">
107 083 Esta vez, la competición consistía en ataviarse con
las más finas –plumas de–casa y cancho. </div>
<div class="MsoNormal">
109 084 Nuevamente, Huatiacuri fue a consultar a su padre. </div>
<div class="MsoNormal">
109 085 Este le dio un traje de nieve. </div>
<div class="MsoNormal">
109 086 Así venció á su rival, deslumbrándolos a todos. </div>
<div class="MsoNormal">
109 087 El otro le desafió a traer pumas. </div>
<div class="MsoNormal">
109 088 Quiso vencer trayendo los que poseía. </div>
<div class="MsoNormal">
109 089 Según las instrucciones de su padre, el hombre pobre
fue muy temprano a un manantial de donde trajo un puma rojo. </div>
<div class="MsoNormal">
109 090 ((Cuando se puso a bailar con el puma rojo, apareció
en el cielo un arco iris semejante a los que vemos de nuestros días)). </div>
<div class="MsoNormal">
109 091 Entonces, –su rival– quiso competir con él en la
construcción de una casa. </div>
<div class="MsoNormal">
109 092 Como ese hombre tenía mucha gente a su servicio,
casi acabó en un solo día la construcción de una casa grande. </div>
<div class="MsoNormal">
111 093 El pobre no colocó más que los cimientos y pasó todo
el día paseando solo con su mujer. </div>
<div class="MsoNormal">
111 094 Pero, por la noche, todos los pájaros así como las
serpientes, todas las que había en el mundo, construyeron su casa. </div>
<div class="MsoNormal">
111 095 Entonces, cuando al día siguiente, –su rival– la vio
ya acabada, se asustó mucho. </div>
<div class="MsoNormal">
111 096 Desafió a Huatiacuri a una nueva competición: esta
vez debían techar las casas. </div>
<div class="MsoNormal">
111 097 Todos los huanacos, todas las vicuñas traían la paja
–para el techo del hombre rico–. </div>
<div class="MsoNormal">
111 098 Huatiacuri esperó encima de una peña el paso de las
llamas que llegaban cargadas –con la paja–. Contrató la ayuda de un gato montés
y, asustándolas, destruyó e hizo caer todo. </div>
<div class="MsoNormal">
111 099 Así también venció en esta prueba. </div>
<div class="MsoNormal">
111 100 Después de haberle ganado en todo, el pobre,
siguiendo el consejo de su padre, dijo á su rival–: "Hermano, tantas veces
ya he aceptado tus desafíos; ahora te toca a ti aceptar el desafío que voy a
hacerte yo". El hombre rico– aceptó. </div>
<div class="MsoNormal">
111 101 Entonces, Huatiacuri le dijo: "Ahora vamos a
bailar vestidos con una cusma azul y huara de algodón blanco". El otro
aceptó. </div>
<div class="MsoNormal">
113 102 El hombre rico– bailó primero como siempre solía
hacer. </div>
<div class="MsoNormal">
113 103 Mientras bailaba, Huatiacuri entró corriendo y
gritando. El hombre –rico– se asustó, se convirtió en venado y huyó. </div>
<div class="MsoNormal">
113 104 Entonces, su mujer se fue tras él. "Voy a morir
al lado de mi marido" dijo. </div>
<div class="MsoNormal">
113 105 El hombre pobre se enojó mucho. "Vete, imbécil;
vosotros me perseguisteis tanto que también a ti te voy a matar" le dijo
y, a su vez, se fue tras ella. </div>
<div class="MsoNormal">
113 106 La alcanzó en el camino de Anchicocha. "Todos
los que bajan o suben por este camino verán tus vergüenzas" le dijo y la
colocó boca abajo en el suelo. </div>
<div class="MsoNormal">
113 107 Enseguida se convirtió en piedra. </div>
<div class="MsoNormal">
115 108 Esta piedra, parecida a una pierna humana completa
con muslo y vagina, aún existe. </div>
<div class="MsoNormal">
115 109 Hasta hoy, por cualquier motivo, la gente pone coca
encima de ella. </div>
<div class="MsoNormal">
115 110 Entonces el hombre que se había convertido en
venado, subió al cerro y desapareció. </div>
<div class="MsoNormal">
115 111 Antiguamente el venado comía carne humana. </div>
<div class="MsoNormal">
115 112 Después, cuando los venados ya eran muchos, un día –mientras
bailaban una cachua diciendo: "¿Cómo haremos para comer hombres?", </div>
<div class="MsoNormal">
115 113 una criatura se equivocó y dijo: "¿Cómo van a
hacer los hombres para comernos?". </div>
<div class="MsoNormal">
115 114 Al oír estas palabras, los venados se dispersaron. </div>
<div class="MsoNormal">
115 115 A partir de entonces, los venados habían de ser
comida para los hombres. </div>
<div class="MsoNormal">
115 116 Cuando Huatiacuri hubo terminado todas estas hazañas,
Pariacaca –y sus hermanos– salieron de los cinco huevos en forma de cinco
halcones. </div>
<div class="MsoNormal">
117 117 Estos se convirtieron en hombres y se pusieron a
pasear. </div>
<div class="MsoNormal">
117 118 Entonces, cuando se enteraron de cómo se había
comportado la gente de aquella época y de cómo ese hombre llamado (Tamtañamca)
fingiendo ser dios, se había hecho adorar, se enojaron mucho a causa de esos
pecados y, convirtiéndose en lluvia, los arrastraron con todas sus casas y sus
llamas hasta el mar sin dejar que uno solo se salvase. </div>
<div class="MsoNormal">
117 119 Había también en aquella época un pullao que crecía
en el cerro Llantapa y llegaba hasta el cerro de Huichoca formando un arco. </div>
<div class="MsoNormal">
117 120 Este pullao era un árbol muy grande. </div>
<div class="MsoNormal">
117 121 Encima se encontraban monos, caquis y todas las
variedades de pájaros. </div>
<div class="MsoNormal">
117 122 También todos estos fueron arrastrados hasta el mar.
</div>
<div class="MsoNormal">
119 123 Al cumplir –su castigo–, Pariacaca subió al cerro –que
llamamos hoy– Pariacaca.</div>
<div class="MsoNormal">
119 124 De esto hablaremos en el capítulo siguiente. </div>
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal">
121 001 <b>Capítulo 6</b></div>
<div class="MsoNormal">
<b><br /></b></div>
<div class="MsoNormal">
121 001 /Se dice que/ Pariacaca, convertido en hombre, ya
grande, se puso a buscar a su enemigo. </div>
<div class="MsoNormal">
121 002 El nombre de éste era Huallallo Carhuincho. </div>
<div class="MsoNormal">
121 003 Solía comerse a los hombres y beberse –¿su sangre?–.
</div>
<div class="MsoNormal">
121 004 Vamos a hablar de estos hechos más adelante cuando
narremos la lucha que </div>
<div class="MsoNormal">
hubo entre los dos–. </div>
<div class="MsoNormal">
121 005 Ya hemos hablado en el primer capítulo de las
tradiciones acerca de Huallallo </div>
<div class="MsoNormal">
Carhuincho, de cómo se comía a la gente y de todo lo que hacía.
</div>
<div class="MsoNormal">
121 006 Ahora vamos a hablar de lo que –Pariacaca– hizo en
Huarochirí y en sus alrededores. </div>
<div class="MsoNormal">
121 007 He aquí este relato. </div>
<div class="MsoNormal">
121 008 Cuando ya era un hombre grande, se encaminó hacia
Pariacaca de Arriba donde se situaba la morada de Huallallo Carhuincho. </div>
<div class="MsoNormal">
121 009 En la quebrada más abajo de Huarochirí había una
comunidad de yuncas llamada Huayquihusa. </div>
<div class="MsoNormal">
123 010 En esa época, los miembros de esa comunidad
celebraban una fiesta importante con una gran borrachera. </div>
<div class="MsoNormal">
123 011 Mientras bebían, llegó Pariacaca. </div>
<div class="MsoNormal">
123 012 Se sentó a un lado como suelen hacer los pobres. </div>
<div class="MsoNormal">
123 013 Ninguno de los huayquihusa le sirvió de beber. </div>
<div class="MsoNormal">
123 014 Pasó el día entero así. Finalmente una mujer, que
era también miembro de esa comunidad, exclamó: "¡Añañi! ¿cómo es posible
que no le hayan convidado a nada a este pobrecito?" y llevándole un gran
poto blanco de chicha se lo ofreció. </div>
<div class="MsoNormal">
123 015 Entonces, él le dijo: "Hermana, te alegrarás de
haberme brindado esta chicha; dentro de cinco días, verás que algo –muy grave– le
sucederá a esta comunidad; por eso, no debes estar aquí en ese día; tendrás que
irte lejos de aquí; si no, podría equivocarme y matarte también a ti y a tus
hijos. Mucho me ha enojado esta gente". </div>
<div class="MsoNormal">
123 016 Y, enseguida, añadió: "No hagas saber ni una
palabra de lo que te he dicho a esta gente sino te voy a matar a ti también".
</div>
<div class="MsoNormal">
125 017 Entonces, cinco días más tarde, la mujer, sus hijos
y sus hermanos, se retiraron de aquel lugar. </div>
<div class="MsoNormal">
125 018 Los –demás– miembros de la comunidad seguían
bebiendo tranquilamente. </div>
<div class="MsoNormal">
125 019 Pariacaca subió al cerro que está arriba de
Huarochirí. </div>
<div class="MsoNormal">
125 020 Este cerro se llama hoy día Mataocoto. </div>
<div class="MsoNormal">
125 021 Más abajo hay otro cerro llamado Puypuhuana, por
donde bajamos cuando vamos a Huarochirí. Así se llaman –los dos cerros–. En ese
cerro –¿de Mataocoto?–, Pariacaca –se transformó en– tempestad de lluvia </div>
<div class="MsoNormal">
125 022 y –bajo la forma de– granizo amarillo y rojo,
arrastró a toda aquella gente hasta el mar sin perdonar a nadie. </div>
<div class="MsoNormal">
125 023 Entonces, esta gran cantidad de agua, hecha
torrentes, cavó las quebradas de las alturas de Huarochirí. </div>
<div class="MsoNormal">
125 024 Ya acabado –su castigo–, Pariacaca atravesó el río y
se fue hacia las chacras de los cupara sin visitar a las otras comunidades
yuncas ni hablar con sus habitantes, los cuales, aunque habían visto lo que pasó,
no lo comprendieron ni supieron –su causa–. </div>
<div class="MsoNormal">
127 025 Los miembros de la comunidad de los cupara sufrían
mucho por la falta de agua, que hacían llegar a sus chacras a partir de un solo
manantial. </div>
<div class="MsoNormal">
127 026 /Sabemos que/ dicho manantial brotaba en un cerro grande
que domina el pueblo actual de San Lorenzo. </div>
<div class="MsoNormal">
127 027 Este cerro se llama hoy Sunacaca. </div>
<div class="MsoNormal">
127 028 /Se dice que/ allí no había más que una laguna
grande. </div>
<div class="MsoNormal">
127 029 Conducían el agua de esta laguna para que llenase
una serie de estanques más abajo que les servían para regar las chacras. </div>
<div class="MsoNormal">
127 030 Había entonces en esta comunidad una mujer muy
hermosa de nombre Chuquisuso. </div>
<div class="MsoNormal">
127 031 Como el agua era muy poca y su maíz se estaba
secando, esta mujer regaba su chacra llorando. </div>
<div class="MsoNormal">
127 032 Cuando Pariacaca vio esto, cubrió la bocatoma de la
pequeña laguna con su manta. </div>
<div class="MsoNormal">
129 033 Al darse cuenta –de que el agua seguía disminuyendo–,
la mujer lloraba todavía más fuerte. </div>
<div class="MsoNormal">
129 034 "Hermana, ¿por qué lloras tanto?" le
preguntó Pariacaca. </div>
<div class="MsoNormal">
129 035 "Mi maicito se está secando por falta de
agua" le contestó. </div>
<div class="MsoNormal">
129 036 "No te aflijas" le dijo Pariacaca.
"Voy a hacer salir una gran cantidad de agua de tu laguna; pero antes,
vamos a acostarnos juntos". </div>
<div class="MsoNormal">
129 037 "Primero tienes que hacer salir el agua y
cuando mi chacra ya esté regada, aceptaré acostarme contigo". </div>
<div class="MsoNormal">
129 038 Pariacaca aceptó e hizo salir una cantidad enorme de
agua. </div>
<div class="MsoNormal">
129 039 Muy feliz la mujer regó todas sus chacras. </div>
<div class="MsoNormal">
129 040 Cuando acabó, –Pariacaca– de nuevo insistió en
acostarse con ella </div>
<div class="MsoNormal">
131 041 pero ella aún se negaba: "Ahora no. Uno de
estos días". Pariacaca deseaba mucho a esa mujer y, para que se entregase
a él, le prometió todo lo que deseara. "Voy a hacer llegar el agua del río
a tu chacra" le dijo. </div>
<div class="MsoNormal">
131 042 "Hazlo primero" le contestó, "y sólo
entonces dormiremos juntos". </div>
<div class="MsoNormal">
131 043 Pariacaca aceptó y agrandó la acequia de los yuncas ––que
antes había sido sólo una acequia muy pequeña que procedía de la quebrada de
Cocochalla y llegaba hasta un cerrito más arriba de San Lorenzo– y la hizo
llegar hasta las chacras de los cupara de abajo. </div>
<div class="MsoNormal">
131 044 Pumas, zorros, serpientes y todas las variedades de
pájaros limpiaron y arreglaron la acequia. </div>
<div class="MsoNormal">
131 045 /Sabemos que/ para realizar esto, los pumas, los
otorongos y los demás discutieron entre ellos quién iba a ser el primero en
trazar el curso de la acequia. </div>
<div class="MsoNormal">
131 046 /Se dice que/ todos querían asumir esta carga. </div>
<div class="MsoNormal">
133 047 Venció el zorro: "Soy yo el jefe; yo voy a ir
adelante". </div>
<div class="MsoNormal">
133 048 Así se adelantó el zorro. </div>
<div class="MsoNormal">
133 049 Había llegado a medio camino cuando, allí en el
cerro arriba de San Lorenzo, inesperadamente, alzó el vuelo una perdiz
cuchichiando. </div>
<div class="MsoNormal">
133 050 El zorro se asustó y, dando un ladrido, cayó cerro
abajo. </div>
<div class="MsoNormal">
133 051 Entonces, los otros ánimales, muy encolerizados,
escogieron a la serpiente para seguir trazando la acequia. </div>
<div class="MsoNormal">
133 052 Si no hubiera caído el zorro, la acequia pasaría por
más arriba. </div>
<div class="MsoNormal">
133 053 Ahora va un poco más abajo. </div>
<div class="MsoNormal">
133 054 En efecto, las huellas de la caída del zorro se
pueden ver aún hoy </div>
<div class="MsoNormal">
133 055 y el agua baja por el camino abierto por su caída. </div>
<div class="MsoNormal">
135 056 Cuando acabó todo eso, Pariacaca pidió de nuevo a
Chuquisuso –que se acostara con él. </div>
<div class="MsoNormal">
135 057 Ella le contestó: "Vamos a la peña allí arriba;
allí estaremos juntos". </div>
<div class="MsoNormal">
135 058 Esta peña se llama hoy Yanacaca. </div>
<div class="MsoNormal">
135 059 /Se dice/ que allí se unieron. </div>
<div class="MsoNormal">
135 060 "Vayamos los dos a algún lado" dijo la
mujer. Y Pariacaca: "¡Vamos!" y se la llevó a la bocatoma de la
acequia de Cocochalla. </div>
<div class="MsoNormal">
135 061 Cuando llegaron, la mujer llamada Chuquisuso le
dijo: "Aquí en mi acequia me voy a quedar" y se transformó en piedra.
</div>
<div class="MsoNormal">
135 062 Pariacaca la dejó allí y siguió subiendo. </div>
<div class="MsoNormal">
135 063 Vamos a hablar de eso más adelante. </div>
<div class="MsoNormal">
135 064 La mujer llamada Chuquisuso aún se encuentra,
petrificada, en la bocatoma de esta acequia de Cocochalla. </div>
<div class="MsoNormal">
137 065 Cuniraya también se había convertido en piedra y se
encuentra más arriba en otra acequia, de nombre Huincompa. </div>
<div class="MsoNormal">
137 066 Fue allí donde Cuniraya acabó; </div>
<div class="MsoNormal">
137 067 hemos de contar todo lo que hizo en los capítulos
que siguen. </div>
<br />
<br />
<br />
Actualizando hasta llegar al capítulo 50...</div>
</div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-63158022547486117972012-01-07T08:40:00.000-08:002012-01-07T08:40:52.179-08:00Relación de antiguedades deste reyno del PerúPor Don Joan De Santacruz Pachacuti Yamqui
Yo Don Joan de Santacruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua,<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Cristiano por la gracia de Dios Nuestro Senor, natural de los pueblos de Sanctiago de Hananguaygua y Huringuaiguacanchi de Orcusuyo, entre Canas y Canchis de Collasuyo, hijo legitimo de Don Diego Felipe Condorcanqui y de Dona Maria Guayrotari; nieto legitimo de Don Baltasar Cacyaquivi y de Don Francisco Yamquiguanacu, cuyas mujeres, mis aguelas, estan vivas; y lo mismo soy bisnieto de Don Gaspar Apoquivicanqui y del general Don Gaspar Apoquivicanqui y del general Don Joan Apoyngamaygua; tataranieto de Don Bernabe Apohilas Urcunipoco y de Don Gonzalo Pizarro Tintaya y de Don Carlos Huanco, todos caciques principales que fueron en la dicha prouincia y cristianos profesos en las cosas de nuestra santa fe catolica. Como digo, fueron los primeros caciquez que acudieron en el tambo de Caxamarca a hacerse cristianos, negando primero todas las falsedades y ritos y cerimonias del tiempo de la gentilidad enventados de los enemigos antigos del genero humano, que son los demonios y diablos, en la lengua general se llaman hapinunu, achacalla; porque como aquellos sacerdotes, primeros predicadores apostolicos que entraron con la ley evangelica de Nuestro Senor Jesucristo a esta nobilisima provincia de Tauantinsuyo, con el celo santo de ganar un alma para Dios Nuestro Senor, como buenos pescadores con sus atalayas |batarrayas|c de suaves y amorosas palabras, predicandoles y catetizandoles el misterio de nuestra santa fe catolica; y despues, cando fueron los dichos mis antepasados ya declarados y ya bien ynstruydos es las cosas de nuestra santa fe catolica, fueron baptizados, al fin los negaron diziendo: abrenunciamos Satanas y a todos sus secuaces y promecas falsas y a todos sus ritos. De modo, despues de haberse hecho cristianos. hijos adobtiuos de Jesucristo Nuestro Senor, y asi con aquesta santa fe catolica se acabaron haziendose berdaderos cristianos, mostrandose ser enemigos de todas las ydolatrias y rritos antiguos, y como tales los perciguieron a los hechiceros, destruyendoles y derribandoles a todos los guacas y ydolos, manifestandolos a los ydolatras, castigandoles a sus subditos y basallos de toda aquella provincia, y como a tales Nuestro Senor Dios los concerbaron a los susodichos mis antepasados y a nosotros sus nietos y descendientes masculinos y fimininos nos an dado su santa bendicion.</div>
<br />
<div align="center">
<img alt="haravicus.blogspot.com" height="200" src="http://ecx.images-amazon.com/images/I/51OWMm8-4mL._SL500_AA300_.jpg" title="haravicus.blogspot.com" width="200" /><br />
<br />
<br /></div>
<div align="center">
<a href="http://www.megaupload.com/?d=YSES2ITB"><img src="http://img202.imageshack.us/img202/6506/download0cqoj0.gif" /></a>
</div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-35576718100474064262011-10-29T08:44:00.000-07:002011-10-29T08:50:26.041-07:00Cuentos de la CostaHermosa selección de relatos infantiles. Los mejores cuentos Peruanos ilustrados de la región Costa.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://img413.imageshack.us/img413/1623/cuento.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="198" src="http://img413.imageshack.us/img413/1623/cuento.jpg" width="140" /></a></div><br />
<b>CUENTOS DE LA COSTA</b><br />
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<span style="font-weight: bold;">* El Caballero Carmelo:</span> Abraham Valdelomar<br />
* <span style="font-weight: bold;">Los Ratones de Fray Martín:</span> Ricardo Palma<br />
* <span style="font-weight: bold;">El Soldadito Desconocido:</span> Jogag<br />
* <span style="font-weight: bold;">La Familia Pichilín:</span> Carlos Camino calderón<br />
* <span style="font-weight: bold;">El Alacrán de Fray Gómez:</span> Ricardo Palma<br />
* <span style="font-weight: bold;">Los Churres se van a los Manglares:</span> Joan Gabriel<br />
* <span style="font-weight: bold;">Centella, El Caballito de Totora:</span> Jogag<br />
* <span style="font-weight: bold;">El Vuelo de los Cóndores:</span> Abraham Valdelomar<br />
* <span style="font-weight: bold;">El Globo Rojo:</span> Jogag<br />
* <span style="font-weight: bold;">El Trompo:</span> Jossé Giez Canseco<br />
* <span style="font-weight: bold;">La Tripita: </span>Angélica Palma<br />
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Formato: PDF | Idioma: Español | Tamaño 13.52 MB</div><br />
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<a href="http://www.addthis.com/bookmark.php" target="_blank" title="Bookmark and Share"><img alt="Bookmark and Share" border="0" height="16" src="http://s9.addthis.com/button1-addthis.gif" width="125" /></a>Unknownnoreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-7554079269449403729.post-71742452059177819642011-08-02T13:29:00.000-07:002011-11-13T16:42:03.551-08:00El retoño de Julián Huanay (Fragmento)<div align="justify"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://bks2.books.google.es/books?id=k5BAgIY37WIC&printsec=frontcover&img=1&zoom=1&edge=curl" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://bks2.books.google.es/books?id=k5BAgIY37WIC&printsec=frontcover&img=1&zoom=1&edge=curl" width="138" /></a></div>Ayla es una pequeña aldea serrana que reposa al pie de enormes cerros grises, en el valle del Mantaro. Las casitas de Ayla son de adobes, con tejados rojos y se hallan como perdidas entre una tupida arboleda.</div><br />
<div align="justify">Sus pobladores son sencillos labriegos que todas las manañas salen a trabajar a la campiña. Van por las estrechas callejuelas conversando sobre el estado del tiempo, de las semanteras y de los animales.</div><br />
<div align="justify">Los gritos de las pastoras arreando el ganado, los bramidos de los bueyes y los ladridos de los perros, rompen la quietud de la aldea en las primeras horas de todas las mañanas. Cuando pastoras, gañanes y ganado se pierden en el largo sendero de tierra rojiza que conduce a la campiña, la tranquilidad impera hasta el crepúsculo. A esa hora. nuevamente, el bullicio invade el pueblo hasta que las pastoras encierran el ganado, y los gañanes realizan la última tarea del día: desuncir las yuntas.</div><br />
<div align="justify">Así, monótona, se deslizaba la vida. Los hombres curvados, día a día, en la dura tarea de labranza, y las mujeres y los niños en el pastoreo de sus escasas ovejas y sus aún más escasas reses.</div><br />
<div align="justify">Pero un día regresó de Lima, a turbar la paz de mi aldea, el hijo de un viejo labrador, que dos años antes, en un viaje que rlizó a la capital de la provincia, había sido reclutado para el ejército. Por todo el pueblo se propaló la noticia de su regreso. Las mozas. noveleras y curiosas, coqueteaban con Vicente Salas que se paseaba orgulloso luciendo una gran corbata colorada. Nosotros, los muchachos, también lo admirábamos y nos reuníamos por las tardes en el atrio de una pequeña capilla para escuchar las narraciones que de sus aventuras nos hacía el ex soldado. Aprendíamos muchas cosas que no habíamos estudiado en la escuela. Nos asombró con la descripción que hizo de las casas de cinco o más pisos y de otras que estaban rodeadas de bellos jardines. Pero lo que más nos deslumbró fue el relato que hizo del mar y de los «buques grandazos del tamaño de cinco cuadras». Hay que imaginarse el deslumbramiento de nosotros, niños aldeanos, que sólo conocíamos nuestro apacible río Mantaro y, a la distancia, el ferrocarril que cruzaba el valle.</div><br />
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